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cuando el Barcelona estuvo cerca de irse al descenso y se jugó la grandeza en la Promoción

Es incómodo el presente del FC Barcelona. Un equipo acostumbrado a ser Deportivo Ganar (o algo parecido) y un club acostumbrado a brindar ejemplos al mundo -incluso más allá del fútbol- ahora vive apretado por resultados poco habituales y todos los fantasmas que caben en cada predio de la institución desde la salida de Lionel Messi al PSG. Como si la fiesta se hubiera terminado. Como si ahora tuvieran la certeza de que por delante esperan días de incertidumbre. Eso sí: seguro que no tanto como aquella vez, ya lejana, en la que casi se va al descenso, a Segunda.

No pasó hace tanto. Corresponde el recuerdo para entender de qué se trata la dimensión de este club: cuando Gerardo Martino dejó Newell’s para dirigir durante la temporada 13/14 al Barcelona, los que viven la vida en rojo y negro decían que el entrenador se había ido a dirigir al Paraíso del Fútbol.

La campaña del argentino fue decorosa: ganó la Supercopa de España, fue subcampeón de la Liga (la perdió en la última fecha por un empate de local ante Atlético de Madrid) y cayó en la final de la Copa del Rey ante Real Madrid por 2-1. En la Champions se frenó en los cuartos de final. No le alcanzó para seguir en el cargo.

Es una realidad sin objeciones: no es sencillo satisfacer las exigencias del público culé. Un palmarés de 97 títulos oficiales (sin contar regionales), cracks y magos a lo largo de toda la historia y fútbol de alta escuela componen el espejo para mirarse y compararse. Martino lo vivió en carne propia. Los más de 180.000 socios del club están acostumbrados al éxito, acostumbrados al buen juego, acostumbrados a Messi, también.

Lo que acontece ahora con Barcelona es bastante peor que aquello. Está en el octavo lugar en la Liga, detrás de -por ejemplo- Rayo Vallecano (el último en acceder a puestos de competiciones continentales) y con un juego que no le agrada ni al más entusiasta de los turistas que tan frecuentemente pisan las bellezas del Camp Nou.

No sólo eso: tras la goleada de la pasada semana, 3-0 frente al Bayern Munich, de visitante, se quedó afuera de la Champions en la fase de grupos. Jugará la Europa League, un consuelo menor para las dimensiones de esta institución. Se sabe: sin Messi, el idílico Mundo Barcelona se resquebraja.

Xavi Hernández, un histórico. Ahora debe hacerse cargo de un Barcelona que no se parece al de sus días de jugador. (REUTERS)

Xavi Hernández, un histórico. Ahora debe hacerse cargo de un Barcelona que no se parece al de sus días de jugador. (REUTERS)

Sin embargo, no siempre el Barça estuvo en ese paraíso edificado con Leo. O en campañas protagónicas sin final feliz como con Martino. Resulta una rareza vista con los ojos de los tiempos recientes: en la temporada 41/42 necesitó jugar la Promoción para evitar el descenso a Segunda.

Finalizó en el decimosegundo puesto entre 14 equipos, con apenas ocho victorias en 26 encuentros. Es más: el equipo, que cambió de técnico durante el recorrido (Juan José Nogués, de sólo 32 años, reemplazó a Ramón Guzmán para los últimos nueve partidos), corrió riesgo de descenso hasta la penúltima fecha. Y hasta faltando tres encuentros se ubicaba en zona de retroceso.

La campaña fue un tropiezo tras otro. Perdió siete de los primeros nueve encuentros. En ese lapso le hacían goles como si nadie defendiera: Athletic de Bilbao le marcó seis; Espanyol y Atlético de Madrid, cinco; Real Madrid y Hércules, cuatro. Luego, también sufrió otros papelones en el camino: por ejemplo, el Granada lo goleó 6 a 0. El cierre de la campaña fue más aceptable (con dos victorias y un empate) y así arañó la Promoción.

El partido decisivo, frente al Murcia, tenía cierto morbo: se disputaba en el estadio de Chamartín, el escenario del Real Madrid, la otra Casa Blanca. En esos 90 minutos el gigante catalán se jugaba gran parte de su reputación. Y lo resolvió a lo grande, con una goleada de Primera: un 5 a 1 que lo mantuvo en su lugar de siempre.

Del riesgo del descenso a otro mayor y a una alegría

No eran días sencillos ni para el Barcelona ni para toda Cataluña. Eran los duros tiempos del dictador Francisco Franco, quien ya se había instalado en el poder e imperaba con los rigores que la historia cuenta. La pasó ocasionalmente mal, el club blaugrana, en los años cuarenta y un poco después también. Y hasta estuvo en riesgo su continuidad como institución.

Lo sostiene el propio club, a través de su página oficial: “La dura represión y la depuración llevada a cabo por las autoridades militares y civiles en sus discursos desnaturalizó a la entidad”. En esa década muchos de los jugadores se exiliaron. Y el escudo y el nombre se modificaron porque para el poder central parecían poco españoles. Hasta los presidentes de la institución fueron elegidos unilateralmente por las autoridades deportivas determinadas desde Madrid. El Barcelona sobrevivió, claro. Y hasta se permitió seguir siendo exitoso, a pesar de todo.

En esa campaña traumática, más allá de las dificultades, sucedió una alegría: la Copa del Rey fue un destello en la oscuridad. Por esos días, la competición tenía otro nombre: Copa del Generalísimo, una idea del franquismo para rendirle pleitesía al líder. Ganarla, por supuesto, tenía el valor agregado de celebrar en territorio hostil.

Pero había más para el carácter épico de aquella conquista en momentos bravos: la final, como luego la Promoción, se disputó en Madrid. Y Chamartín se rindió a los pies de dos superhéroes de los catalanes: Mariano Martín y Josep Escolá. En el encuentro decisivo ante el Athletic de Bilbao, definido en tiempo suplementario, ellos marcaron un doblete cada uno para el triunfo por 4-3. No era casualidad que aparecieran: eran los mejores de aquel plantel que merodeó la cornisa de una despedida.

Los héroes

Mariano Martín no era Messi, pero hacía -en sus días felices- casi tantos goles como el crack rosarino. Tenía un apodo que luego se lo dejaría el seleccionado español: La Furia. “Fue el más efímero, pero el mejor ariete de los años 40”, cuenta un relator de la Televisión Española en un informe sobre la final de la Copa del Rey de 1942, que lo tuvo como figura. En la campaña de los tropiezos convirtió 18 tantos fundamentales para que el retroceso y los lamentos no sucedieran. Al año siguiente, fue el Pichichi de la temporada, con 32 conquistas en 23 partidos.

Su promedio de gol de 1,39 por encuentro en esa temporada es uno de los mejores la historia de la Liga de España. Sólo dos futbolistas lo superaron: el vasco Bata, del Athletic, en los años treinta, y Messi, con sus récords a cada paso. Los nombres y los números con los que a Martín se lo compara también lo definen.

Mariano Martín, clave en aquellos días traumáticos. (Barcelona FC)

Mariano Martín, clave en aquellos días traumáticos. (Barcelona FC)

De su perfecto socio y amigo, el catalán Josep Escolà, cuentan que era un señor del fútbol. Su apodo también hablaba un poco de él: El Catedrático. Según datos oficiales de la institución blaugrana, convirtió 236 tantos y tiene su pedestal en la historia del Barcelona. Era admirado por su juego y por su capacidad en los metros finales del campo, pero sobre todo por su lealtad con el carácter lúdico de este deporte y con los rivales.

Se tuvo que exiliar en Francia durante la Guerra Civil Española. Sin embargo, al volver seguía siendo el mismo: hizo goles, fue campeón, escuchó aplausos múltiples. Con él, las lesiones pudieron más que el conflicto interno y doloroso: su cadera y sus rodillas lo obligaron a retirarse.

Josep Escolá, emblema del Barcelona, también en días complejos. (Barcelona FC)

Josep Escolá, emblema del Barcelona, también en días complejos. (Barcelona FC)

A ellos dos, los más veteranos que concurren al Camp Nou los recuerdan con cariño y los abrazan como a las preciosas mitologías. Porque fueron estrellas en el firmamento blaugrana, pero sobre todo porque en los instantes más difíciles, ambos estuvieron para ofrecer la cara, los pies, el cuerpo, el alma. Todo.

Aunque ambos fallecieron hace más de dos décadas -casualidad del destino, con unos pocos meses de diferencia- siguen latiendo entre los duendes del estadio en el que no llegaron a jugar, el magnífico Camp Nou.

Si fuera por ellos, nadie duda de que ahora -momentos complejos para el club- seguirían gritando en catalán: “i s’ha demostrat, s’ha demostrat, / que mai ningú no ens podrà tòrcer: / Blaugrana al vent, / un crit valent, / tenim un nom, / el sap tothom: / Barça! Barça! Baaarça!”. (“y se ha demostrado, se ha demostrado / que nadie nos podrá doblegar. / Azulgrana al viento, / un grito valiente / tenemos un nombre / que conoce todo el mundo: ¡Barça, Barça, Baaarça!”).

Señala, esa última estrofa, que ya demostraron algo respecto de lo cual aquel año de la Promoción, el de Martín y de Escolà, puede dar fe: hay que tener coraje para salir del vendaval. Eso que también por estos días necesita el Barcelona que ya no tiene a Messi. 

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