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la palomita de Poy, ese gol que se grita sin parar desde hace 50 años

Es un gol que se grita sin parar hace 50 años. Es también una de las piezas más particulares de la mitología del fútbol argentino. Única. Una leyenda que se convirtió en cuento. Un cuento que se transformó en clásico. Y que hasta tiene forma de canción. En Rosario, en Lima, en Berlín, en Canberra, en Toronto y hasta en Johannesburgo. No importa dónde. En donde a usted se le ocurra el mundo se detiene y, a bordo de un DeLorean imaginario, retrocede puntualmente hasta el 19 de diciembre de 1971 para no olvidar, cómo olvidarla, la jugada que identifica a un club y que enorgullece a todos sus hinchas: a los que la vieron, a los que dicen que la vieron, a los que la escucharon por radio, a todos a los que se la contaron y a quienes indudablemente se la van a contar. Son cuatro palabras. La palomita de Poy.

Es una historia que nunca termina. Y una escena que se repite más allá de que el bueno de Aldo Pedro, el orfebre de esa jugada devenida hazaña, ya tiene 76 años y está lejos de la plasticidad que le permitió, a los 9 minutos del segundo tiempo, volar a ras de piso para meter ese cabezazo que Carlos Fenoy no pudo detener tras el desborde por derecha y centro potente del uruguayo José Jorge González.

Era el 1-0 ante Newell’s Old Boys, el rival de toda la vida, en un Monumental que todavía tenía forma de herradura, que llevaba Rosario Central a la final del Nacional. Una final que tres días más tarde le ganaría a San Lorenzo para tener su bautismo como campeón en Primera. Ese 22/12, en la cancha de Newell’s, sí ahí, los goles del equipo de Ángel Labruna fueron obra de Roberto Gramajo y Carlos Colman.

Pero nadie habla de ellos. El don de la inmortalidad quedó reservado para aquella palomita de Poy.

Se trata de un gol que se convirtió en una especie de Big Bang del folclore del fútbol. Y no sólo por ese festejo en loop que se repetirá por siempre.

La decisión de Central de usar el vestuario visitante del Monumental para evitar las malas vibras del local, el que usaba el River maldito que llevaba por entonces 14 años sin salir campeón, fue una movida tan magistral como lo que lograron con el viejo Casale, los fanáticos canallas que imaginó Roberto Fontanarrosa como actores fundamentales para que esa palomita fuera posible.

O lo que sucedió al otro día de la semifinal, cuando Ricardo De Rienzo, el jugador de Newell’s más cercano a Poy en el instante del vuelo colombófilo, el mismo que hoy es concejal por el Partido Demócrata Progresista, fue operado por una apendicitis en el Sanatorio Carrillo. Ese órgano, conservado en un frasco con formol, fue primero trofeo de guerra para la Organización Canalla Anti-Lepra y más tarde pieza preciada de museo para la reconvertida Organización Canalla para América Latina.

Todo por una palomita.

La palomita de Poy. 

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