-El de la barba me sacó.
Sentado en un café de Palermo, Atilio Viale del Carril recuerda con exactitud lo que ocurrió hace 54 años en el autódromo de Buenos Aires durante el Primer Campeonato TC Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Lo relata una y otra vez sin fallar en los detalles.
A los 86 años, su cuerpo aún tiene secuelas de aquel accidente en el que casi muere calcinado a 200 km/h a bordo de uno de los Prototipo Ford, el modelo experimental en el que ocho días después se mataría Oscar Cabalén: la quemadura en la muñeca donde tenía el reloj, la dificultad para caminar porque sus piernas se llevaron la peor parte del fuego, la sordera que le dejó un antibiótico para eliminar una bacteria durante la internación de casi cinco meses.
“Veníamos peleando con Eduardo Copello. Al curvón entrás a 220 km/h y salís a 200. Era la cuarta vuelta, así que los tanques estaban llenos. Eduardo iba adelante. Mi coche se va, toco el pasto, que es como manteca, y me voy contra el alambrado. El coche se clava, le pega y hace cuatro vueltas hasta que cae dado vuelta, con las ruedas para arriba, yo quedo colgado, con arneses, no con cinturones. Se producen chispas y ahí se prende, porque se vuelca la nafta y me baña. Y ahí bzzz -imita el sonido del fuego-. Yo dije: ‘Acá me muero’. Era tanto el fuego que había, que aspiro profundo y me quemo. Ahí paro. Cuando toco acá y noto que está más fresco, porque la puerta se había salido, me saco el arnés en fracción de segundos y ahí me tiro. Y salí prendido fuego”.
Según los registros de la época, apenas siete segundos pasaron entre que explotó el primer tanque de combustible, ubicado del lado del conductor, y el piloto logró salir del auto, gracias a que su puerta se había salido por el impacto violentísimo.
“Alguien me agarró de atrás, un bombero, y yo gritaba: ‘Sáquenlo, sáquenlo a mi acompañante’. Él estaba desmayado, porque se había roto siete costillas“, agrega sobre José Pepito Giménez, el mecánico de poco más de 20 años que logró ser rescatado pero murió en el Hospital Juan Salaberry.
El accidente de Atilio Viale del Carril en la edición de Clarín del 18 de agosto de 1967.
Atilio tenía 32 años y estaba a punto de recibirse de médico, como su padre, Don Atilio Viale del Carril. De hecho, ya hacía guardias en el Hospital Fernández y estaba acostumbrado a trabajar con emergencias. Por eso, cuando lo llevaron a la enfermería del autódromo porteño, donde fue atendido primero, fue él quien empezó a dar instrucciones sobre cómo debían tratarlo. “Yo tenía los cables perfectos”, remarca.
“Estaban papá y mamá, que era la primera vez que la llevaban al autódromo. ‘No se puede entrar’, les dijo un agente de policía que habían puesto en la puerta de la enfermería. Mi viejo le pegó una piña al cana, lo sentó y entró. Le dije lo que tenía y lo que me habían hecho. También que lo llamara a (Fortunato) Benaím, especialista en quemados -NdR: el precursor de la medicina del quemado en la Argentina-, y a Alberto González Calderón, que era el médico interno que había estado en el Fernández conmigo. La ambulancia nos quería llevar al Salaberry, pero fuimos al Instituto del Diagnóstico”, indica.
-¿Y ahí qué pasó? ¿Qué encontraron?
-Cuando estábamos yendo, le dije a mi viejo “llamalo a (Gerardo) Lorenzino”, el jefe de Terapia. Fue él quien me salvó las piernas porque la primera semana me las iban a cortar para disminuir la superficie quemada, ¿me entendés? Porque se intoxica el organismo. Y Lorenzino, que era un gran amigo mío, en la junta médica dijo: “Yo pido 48 horas; si no mejora, se amputan las piernas”. Lo explicó: “Si le amputan las piernas, se va a pegar un tiro”. Y en las 48 horas siguientes yo no estaba peor, pero seguía igual. “Pido 24 más”, dijo. Y me las salvó.
-¿Y después? ¿Cómo siguió?
-Después vinieron las operaciones. Me sacaron piel todo de arriba, de adelante y de atrás y todo de un brazo, y la pusieron en las piernas. Tenía el 42% de la superficie de la piel quemada. Los libros dicen que con el 40%… Pero la medicina no es matemática, es una ciencia de aproximación, ja. Si hubiera habido lo que hay ahora en esa época, bancos de piel y de células, yo no habría estado internado cinco meses. Nosotros trajimos piel de cerdo desde Londres para tapar superficie quemada, que después se elimina. También me infecté durante la internación, que es lo que les pasa generalmente a todos los quemados, con Pseudomonas, que son bacterias. Y en ese momento acababa de salir un antibiótico, la gentamina, que tiene como defecto atacar el oído interno y producir sordera. Pero era lo que había para la Pseudomona, me la dieron y bueno. ¿Y sabés qué tuve durante mucho tiempo? Olor a asado.
Atilio Viale del Carrill tiene 86 años y recuerda a la perfección lo que ocurrió cuando tenía 32. Foto Guillermo Rodriguez Adami
-¿Qué fue lo más duro de la rehabilitación?
-Los dolores no se los deseo a nadie. Las operaciones eran con anestesia general y me hicieron 42. Las dos últimas hubo que hacerlas solo con anestesia local, porque en la anterior había hecho un paro respiratorio, no cardíaco, pero (fue) un aviso del cuerpo. La pileta para hacerme las curaciones, eso dolía. El cicatul era una gasa que se ponía sobre la piel quemada, pero se pegaba. Eso fue bravo. Después de cada curación quedaba molido y eran dos por semana. Pero era el riesgo de correr en autos en esa época: calavera no chilla. La movilidad de las piernas quedó un 85%, sobre todo los tobillos, por el nylon de las medias. Hay un poco de lentitud, je.
-Y del tratamiento, ¿quién se hizo cargo?
-Siempre que puedo lo recalco. No había nada firmado, nada. Era un piloto oficial de Ford pero todo era de palabra. Cuando se produjo el accidente, vino Tomás Landajo, habló con papá y le dijo: “Usted no se ocupa de nada”. Ford se hizo cargo de todo y no había nada firmado, eso para mí tiene un valor. Podrían haber dicho “no hay nada firmado” pero no. La palabra tenía otro valor. Incluso, ¿vos sabés que una vez me llegó la cuenta de los cuatro postes rotos del autódromo? Se lo pasé a Ford, claro.
Atilio Viale del Carril empezó corriendo en Volvo en Turismo Mejorado y Turismo Carretera. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Entre el 17 de agosto, día del accidente, y el 24 de diciembre, cuando lograron el permiso para que pasara Navidad en la casa de sus padres, Atilio y Helena, en Palermo, Atilio Viale del Carril repartió sus días entre el Instituto del Diagnóstico y el Sanatorio Córdoba.
Allí lo visitaba cada día su hermano menor, Ignacio (el padre de Juana y Nacho -los nietos de Mirtha Legrand-, Manuela y Matías), que rememora que Atilio “no tenía el buzo antiflama porque estaba cerrada la importación”. “Estaba corriendo con un sweater mío, un pantalón, medias de nailon y mocasines, si hubiera tenido el antiflama no habría pasado nada”, recalca y el recuerdo de Niki Lauda se cuela en la mesa.
“El fuego -agrega Atilio- es lo peor que te puede pasar pero si hubiera tenido el equipo, me habría quemado la cara y las manos pero no las piernas, que fue lo que más me quemé. En la cara no se nota nada porque me pusieron una crema. Pero rescato que nunca perdí la conciencia porque el casco del accidente ni mosqueó cuando me di contra el caño. Menos mal que quedé conciente“.
Atilio Viale del Carrill corrió los Grandes Premios con Volvo entre 1959 y 1962. Luego, lo contrató Ford.
Foto Guillermo Rodriguez Adami
La muerte de Cabalén: una historia repetida, un final distinto y mortal
El 17 de agosto de 1967 en el autódromo porteño, el Prototipo de Atilio Viale del Carril fue consumido por el fuego y el piloto salió milagrosamente y salvó su vida, algo que no logró su acompañante, José Luis Pepe Giménez, quien falleció luego por las quemaduras. El 25, en una prueba en San Nicolás, se calcinó el que tripulaban Oscar Cabalén y Guillermo Arnaiz, quienes murieron en el acto.
“Le faltaba desarrollo a ese auto”, afirma Atilio, quien no pudo volver a correr tras ese accidente y abocó su pasión a la medicina, como cirujano de cuello por 36 años en el Hospital Ramos Mejía. “Los Prototipo eran muy inestables, creo que por falta de desarrollo y puesta a punto. Pero no había tiempo. Salieron a hacer un prototipo en 60 días para salirle al cruce a las Liebres, que habían debutado ganando: había pica“, explica.
La muerte de Oscar Cabalén. La tapa de Clarín del 26 de agosto de 1967. Fuente: Clarín
Era un momento de cambio, de revolución. “En ese momento estaba cambiando el automovilismo. Se pasaba de las Cupecitas a los Prototipos. Fue un momento de transformación muy grande en ese momento”, subraya.
Antes de los accidentes de Viale del Carril y Cabalén, hubo pruebas para intentar mejorar la puesta a punto. Atilio recuerda aquella en la ruta 41: “Hacíamos tiradas. Y el coche andaba a 280, 290 km/h. Me acuerdo que pedí que le pusieran unos deflectores adelante para que bajaran la trompa porque se ponía tan livianita, la dirección, que se podía dar vuelta. Le pusieron y mejoró bastante el auto, pero siguieron los problemas”. “Había que cumplir con un reglamento que era medio irrisorio: tanta altura sobre un falso chasis de Ford T”, critica.
Su accidente no impidió que, en otra prueba, Cabalén y su acompañante, Guillermo Arnaiz, murieran en el acto porque -otra vez- el Prototipo se prendió fuego. “Ahí sí, Ford desiste, vende todo el paquete y lo compra General Motors. De hecho, de ese auto salió el Trueno Naranja. Y lo primero que hacen es pasar los tanques para atrás y correr el motor Chevrolet un poquito para atrás”, apunta sobre una decisión trascendental en torno a la seguridad.
La grabación con la Súper8 de Ignacio Viale del Carril
Helena Torres Madero había ido por primera vez al autódromo de Buenos Aires a ver a su hijo Atilio. Estaba junto a su marido, Atilio Viale del Carril, mientras que otro de sus hijos, Ignacio, estaba filmando la carrera con una cámara Súper8.
“No había televisión y te permitían estar en el pasto. Me acuerdo en esa vuelta que sale Copello del objetivo, entra Ternengo y Atilio no entra. Yo nunca pensé en un accidente. Pensé: ‘Este auto nuevo se rompió’. Puse la cámara en el estuche y empecé a caminar porque desde ahí no se veía el curvón porque hay una lomada. Empiezo a caminar hacia los boxes pero veo allá un humo negro. Empecé a correr. Y cuando llego a la loma, veo que el auto era un hoguera. Pero a él no le tocaba“, relata Ignacio Viale del Carril, que en ese entonces tenía ganas de imitar a su hermano y ponerse a competir pero tuvo que postergarlas. “Después de eso no se podía hablar en casa de un auto de carreras ni en pedo. Igualmente, años después corrí en Turismo Mejorado Histórico, siempre acompañado por Atilio, que venía a verme”, agrega.
MC