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Las memorias de Ai Weiwei orbitan entre la potente figura de su padre y el legado para su hijo

Bajo el título 1000 años de alegrías y penas, el reconocido artista y activista chino Ai Weiwei ofrece una crónica pormenorizada de sus memorias, donde repasa su crianza en China, sus principales obras de arte y encuentra sobrecogedores puntos de unión entre su vida –pasó de construir el estadio central de los Juegos Olímpicos de Beijing a ser perseguido por el Gobierno de su país– y la de su padre, un reconocido poeta de la Revolución, luego censurado y obligado a limpiar baños públicos en el exilio.

No hay demasiadas sorpresas en este flamante volumen (publicado por el sello Debate) para aquellos que siguen de cerca la trayectoria del artista chino que en 2017 visitó la Argentina con motivo de su exhibición en Fundación Proa; tal vez el gran mérito de este extenso volumen es recopilar en un único tomo, y en primera persona, sus vivencias, enhebrar las de su padre y condensar sus impactantes obras de arte exhibidas a nivel internacional, en un ejercicio que funciona como una suerte de legado –según revela– para su hijo de 12 años.

De las 420 páginas que conforman este libro, más de 250 estarán destinadas a rescatar la vida y obra de su padre, el poeta Ai Ching, miembro del Partido Comunista, un prestigioso funcionario del Gobierno que en 1956 escribió El sueño del jardinero, un poema que hablaba sobre una flor discriminada por otras flores en un inmenso jardín: el texto fue interpretado como contrarrevolucionario, y Ai Ching fue confinado al exilio y obligado a limpiar baños públicos en una aldea de 200 personas. Un ostracismo que podía leerse casi como una sentencia a muerte, (al lugar lo apodaban “la pequeña Siberia”) y a donde el propio Weiwei debió acompañarlo. Tan es así que el título del libro cita un fragmento de un poema del padre de Weiwei, escrito tras visitar las ruinas de una antigua ciudad de la Ruta de la Seda: “…de mil años de alegrías y penas / no queda ya ni rastro. / Que los vivos vivan como mejor se pueda. / ¿O es que acaso esperas que el mundo te recuerde?”.

Ai Weiwei posa en la inauguración de la muestra "Search of Humanity", en Viena, Austria. REUTERS/Lisa Leutner
Ai Weiwei posa en la inauguración de la muestra “Search of Humanity”, en Viena, Austria. REUTERS/Lisa Leutner

Weiwei nació en 1957, exactamente en el mismo año que su padre fue “purgado” por derechista; en aquel entonces, unos 300.000 intelectuales sufrieron la misma suerte: “A mi padre lo consideraban un enemigo del Estado, como lo soy yo ahora”, había dicho el artista chino durante su visita a la Argentina, deslizando ya paralelismos entre una y otra vida.

El punto de inflexión que lo motivó a escribir sus memorias, según cuenta, fue cuando pasó 81 días secuestrado por el gobierno de su país, en el año 2011: fue trasladado encapuchado para que no reconociera su lugar de detención, estuvo incomunicado y no hubo cargos oficiales en su contra. Fue justamente ese suceso el que colocó su nombre en boca de todo el mundo. La presión internacional se hizo sentir. Weiwei luego fue liberado y acusado de evadir impuestos. Y su pasaporte fue retenido por cuatro años por las autoridades chinas. Entonces, en aquel calabozo donde fue interrogado todos y cada uno de los 81 días, Weiwei no pudo evitar las comparaciones con su propio padre -quien falleció en 1996- y fue cuando comenzó a reprocharse: “Cuando me acuerdo de mi padre, el remordimiento que siento surge de mi falta de curiosidad sobre las dificultades que atravesó y por la falta de empatía y comprensión que mostré cuando era más joven”, escribe en un tramo del libro.

Bajo el título "1000 años de alegrías y penas", el reconocido artista y activista chino Ai Weiwei ofrece una crónica pormenorizada de sus memorias (Télam)
Bajo el título “1000 años de alegrías y penas”, el reconocido artista y activista chino Ai Weiwei ofrece una crónica pormenorizada de sus memorias (Télam)

Desde su liberación, no solo Weiwei comenzó a pasar mucho más tiempo con su hijo –cuenta– sino que además comenzó a indagar en la vida de su padre y a grabar en voz alta cada uno de sus propios recuerdos, que conforman la esencia de este volumen.

El libro recorre su infancia en el exilio, la decisión de dejar a su familia para estudiar arte en los Estados Unidos, donde trabó amistad con Allen Ginsberg, su regreso a China y su ascenso de figura anónima a superestrella del mundo del arte, hasta su migración, actualmente radicado en Alemania.

El volumen incluye una serie de fotografías, en su mayoría personales, del artista de niño, junto con sus padres, o de adulto en Nueva York, pero también numerosos y breves dibujos, bocetos, que el propio Weiwei realizó para ilustrar o dar cuenta de sus recuerdos, objetos, lugares o personas, como el paisaje urbano de Shanghái, un homenaje a Duchamp o un cetro ceremonial de su infancia.

Pero a diferencia de su padre, el díscolo Weiwei se propuso de manera reiterada denunciar y cuestionar al Gobierno de su país y cada una de sus obras puede leerse en ese sentido. Uno de sus ícenos, Sunflower Seeds, es una instalación de quince toneladas de semillas de girasol con las que tapizó en 2010 la totalidad de la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres, cada una, de porcelana, pintada a mano por miles de artesanos de la ciudad de Jingdezhen. Aparentemente idénticas, pero únicas cada una, las semillas funcionan como una alusión al consumo masivo y a la producción industrial que caracteriza a su país, tan asociado a la frase “Made in China”.

Imagen de la muestra "In Search of Humanity", de Ai Weiwei en Viena. REUTERS/Lisa Leutner
Imagen de la muestra “In Search of Humanity”, de Ai Weiwei en Viena. REUTERS/Lisa Leutner

Prohibido en su propio país y aclamado a donde sea que vaya, Weiwei está acostumbrado a impactar con sus creaciones, que expuso en los museos más importantes del globo: uno de sus más célebres autorretratos, Dejando caer una urna de la dinastía Han, reúne una serie de tres fotografías que lo muestran en la primera escena sosteniendo un jarrón de la dinastía Han de 2.000 años de antigüedad; en la segunda soltando la pieza; y en la tercera mirando a cámara con cara de póker detrás del jarrón hecho trizas en el suelo. Una vasija valiosísima hecha pedazos, que escandalizó entonces a los anticuarios. Weiwei les respondió con una frase de Mao: “Solo podemos construir un mundo nuevo si destruimos el anterior”.

Tal vez, uno de los puntos más controversiales en la carrera del artista fue cuando recreó la misma posición -en el mismo sitio- del niño sirio Aylan Kurdi, quien apareció muerto en una playa turca en 2015; impactante fotografía que instaló de manera definitiva el tema de los refugiados en la agenda mediática internacional. En ese sentido, su primer documental, Human Flow, estrenado en el Festival Internacional de Cine de Venecia, recogió testimonios de migrantes de 23 países del mundo, un mosaico tan extremadamente bello como conmovedor.

Bajo el título "1000 años de alegrías y penas", el reconocido artista y activista chino Ai Weiwei ofrece una crónica pormenorizada de sus memorias (Télam)
Bajo el título “1000 años de alegrías y penas”, el reconocido artista y activista chino Ai Weiwei ofrece una crónica pormenorizada de sus memorias (Télam)

Sus trabajos más icónicos dan cuenta de sus principales temáticas y preocupaciones, que han sido recurrentes a lo largo de su carrera: las tradiciones, la cultura, las condiciones de vida en su país, la censura, la libertad de expresión, la inmigración, el devenir de la humanidad toda.

No debe existir actualmente un artista chino contemporáneo tan reconocido en el mundo como Weiwei, sin embargo su nombre está prohibido en su propio país: no aparece en ningún buscador de internet de China, cuenta.

Los problemas comenzaron con el devastador terremoto de la ciudad de Sichuan, que en 2008 dejó miles de muertos. Weiwei acusó públicamente al Gobierno de no haber cumplido con los estándares de construcción de las escuelas, donde se dieron la mayor cantidad de víctimas fatales. Cada blog que Weiwei decía abrir online era clausurado por el Gobierno. Llegaron a instalar micrófonos y cámaras alrededor de su casa y su taller de Beijing para vigilar cada uno de sus movimientos, tal como él mismo lo denunció. En respuesta, Weiwei colocó cámaras dentro de su casa y se filmó las 24 horas, incluso durmiendo.

Es curioso el modo en que se repiten los hechos en la vida de un individuo: Weiwei promovió una movida artística de vanguardia durante su juventud en China y llegó a ser el arquitecto encargado de diseñar uno de los escenarios centrales de los Juegos Olímpicos de 2008 en China. Pero luego, con las denuncias y críticas al accionar de las autoridades chinas, vinieron los problemas y la censura. De manera similar, su padre, Ai Ching, amigo de Pablo Neruda y del propio Mao, fue un prestigioso funcionario del Gobierno hasta que sus poesías fueron leídas en otra clave y fue obligado al ostracismo. Pero el destino, para algunos, no es aquel camino que viene dado sino el que uno escoge. Y Weiwei, como una suerte de Rey Midas contemporáneo, decidió convertir en arte –en vez de oro–, todo lo que toca: cada momento de su vida, de su cotidianeidad, fue un elemento para dar su propia mirada a través del arte.

Fuente: Télam S. E.

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