Fue un domingo de batacazos. Sarmiento no quiso ser menos que Patronato, que más temprano le había ganado a Boca en Paraná, y dio el golpe en el mismísimo Monumental al superar a River por 2-1 apelando a una dura defensa. Los de Marcelo Gallardo quedaron enrollados en el catenaccio y en los artilugios (cortar con faltas, hacer tiempo, etc.) del rival y no pudieron sumar su tercera victoria seguida para subir en la tabla.
Israel Damonte tomó nota. Habrá visto ese lapidario 7-0 que le propició River en Junín el 30 de abril una decena de veces. Y preparó el partido de esta fecha con todos los recaudos posibles para, primero evitar pasar de nuevo por un papelón semejante. Y, después, para no perder y, por qué no, llevarse algo del Monumental. Su planificación le dio resultado en una primera parte perfecta del Verde.
Todo bien le salió a Sarmiento, que no se despegó del libreto que escribió su entrenador ni por un instante. Un 4-5-1 fue el dibujo que le complicó las cosas seriamente a un River que tenía pensado disfrutar en su casa y con las tribunas llenas un nuevo triunfo sin problemas. Todos corren, todos marcan, hasta Lisandro López, el único faro que quedaba arriba en soledad que también debía pasar la línea de la pelota cuando la tenía el local para ayudar en la recuperación.
Federico Andueza grita el 2-0.
Foto: AFP
Cortarle el circuito a los dirigidos por el Muñeco era la premisa de los visitantes. Se lo tomaron muy a pecho y cumplieron al pie de la letra. Tanto que su última línea pasaba de cuatro a seis hombres cuando bajaban Guido Mainero y Yair Arismendi por las bandas.
Paciencia y movilidad -mucha movilidad- debía tener River para lograr destrabar el duro posicionamiento de su adversario, que estaba dispuesto a no dejarlo jugar en ningún momento. Paciencia tuvo el dueño de casa. Porque manejó la pelota y se cansó de tocarla de un lado al otro para ver si podía avistar algunos centímetros libres por donde filtrar el balón. Sin embargo, le faltó moverse más a River, cuyos futbolistas difícilmente rompían estructuras.
Cuando alguien se animó a salirse del molde, se vio la jugada más interesante, y peligrosa, del Millonario: Agustín Palavecino dejó su puesto de interior izquierdo y se apareció de golpe por la derecha. Todo terminó en un centro por abajo que no llegó a conectar por poco Miguel Borja. Ante la falta de ideas y de posibilidades de pisar el área superpoblada de Sebastián Meza, River buscó a través de algunos remates desde afuera. Primero fue Borja, después Palavecino.
Cruzar la mitad de la cancha para Sarmiento era como el cruce de Los Andes a caballo porque todos sus jugadores estaban dedicados a defender. Pero Mainero se convirtió en San Martín cuando tiró una diagonal a espaldas de David Martínez para perseguir el pase en profundidad de Fernándo Martínez y rematar cruzado ante la salida de Franco Armani. La pelota pego en el palo y entró. Y la cancha se quedó perpleja.
Mientras el doble nueve de Gallardo, compuesto por Borja y Lucas Beltrán, no se encontraba entre tanta camiseta verde, Mainero con su velocidad sacaba provecho de los espacios en el campo abierto de la defensa anfitriona. Licha López dejó en ridículo a Rodrigo Aliendro con un caño en el círculo central. El delantero levantó la cabeza y limpió el juego para Mainero, que se las rebuscó y sacó el remate aun con un hombre encima. Armani la sacó al córner. Y de ese tiro de esquina llegó el saltó ganador de Federico Andueza, que le ganó a David Martínez y metió el cabezazo del segundo, mientras el arquero había quedado a mitad de camino porque iba a salir y se arrepintió.
La incredulidad se apoderó de todo River, que no podía explicarse cómo en dos llegadas Sarmiento le había dado dos golpes certeros.
Gallardo sacudió y dio vuelta todo para el segundo tiempo: mandó adentro a Nicolás de la Cruz y a José Paradela y sacó a Elías Gómez y a un improductivo Aliendro para dibujar un 3-3-4. Así y todo, Mainero seguía incontrolable y un disparo suyo casi liquida la noche, pero pegó de lleno en el palo derecho de Armani.
Después de ese nuevo susto, River reaccionó. Juanfer Quintero se metió y de un centro suyo vino el descuento por una peinada de Emanuel Mammana. El colombiano y sus pinceladas lograban al fin desatar el nudo de Sarmiento. Pero ahí quedó, sin más lucidez, sin más respuestas; con una derrota impensada.