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Es uno de los principales activistas por la diversidad del mundo: “Se cree que los derechos LGBT+ solo avanzan con la izquierda, pero la realidad no es tan simple”

Lucas Mendos habló con Franco Torchia para Infobae.

Toda vez que los abordajes periodísticos citan la cantidad de países que condenan a la diversidad sexual, basan sus cifras en el trabajo que impulsa desde hace 44 años ILGA, la organización LGBT+ más importante del mundo. En ella, desde 2017, colabora el abogado y activista argentino Lucas Ramón Mendos. Graduado en la Universidad de Buenos Aires y especializado en derechos humanos, Mendos es actualmente Coordinador de Investigaciones de ILGA y desde 2019 vive en Ginebra, Suiza, desde donde mira con detenimiento el mapa mundial y analiza avances, retrocesos y alarmas en torno a las disidencias.

El desembarco de Lucas en una estructura semejante renovó la mirada sobre las normas que protegen o criminalizan a las personas LGBT+ y coincidió con la ampliación de los informes que año tras año ILGA disemina a nivel global. Formado también en la Universidad de California, Mendos trabajó antes para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y para el área de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires.

¿Qué ocurre en aquellos países en los que en nombre de la libertad de expresión, los discursos de odio crecen a diario? ¿Por qué los movimientos anti-LGBT+ intentan filtrar sus prédicas en las escuelas? ¿Legislar para la diversidad es necesariamente progresista? ¿Qué buscan los estados que intentan prohibir el lenguaje neutro? ¿Qué irradia Rusia y su condena a la mal llamada “propaganda gay”? ¿Hacia dónde va China, que no dicta leyes en contra y sin embargo persigue a gays, lesbianas y trans? ¿Qué está pasando exactamente con Bolsonaro en varias regiones de Brasil? Sobre estas y otras cuestiones urgentes, Lucas Mendos respondió a Infobae desde el lobby de la oficina central de ILGA.

—¿Qué nuevas tensiones vienen observando desde ILGA respecto de la libertad de expresión y los discursos de odio? Algunos países parecen legislar a favor de ese odio en nombre de la libertad de expresión.

—Lo que vemos es que muchos estados están queriendo avanzar en prohibir estos esfuerzos de terminar con los discursos de odio y así legislar para garantizarse dos grandes espacios: el ámbito de la educación y el ámbito de los medios de comunicación. Por un lado, entonces, tenemos las normas de siempre, que son vagas, imprecisas, que nos hablan sobre la moral y las buenas costumbres y que en muchos países se siguen usando y están investidas de contenido religioso. Pasa en la región: Paraguay ya tiene en el Ministerio de Educación su resolución que impide que se enseñe “ideología de género” en las escuelas; muchos estados y ciudades de Brasil han avanzado con normativas a nivel subnacional y Perú mantiene su esfuerzo de prohibir la diseminación de ideologías políticas aunque no tan explícitamente hablando de “ideología de género” pero sí con alguna que otra mención a “la moral”. También Estados Unidos y su foco puesto en el antigénero: algunas normas están impidiendo que se distribuyan ciertos libros en bibliotecas y el estado de Florida sancionó una norma que se conoce informalmente como la de “No digas gay” y que restringe el contenido sobre diversidad sexual en las escuelas. En otras partes del mundo entramos en terrenos mucho más restringidos. Allí, estas normas vienen de la mano de preceptos religiosos, como puede ser el Islam o incluso en Europa donde podíamos pensar que había cierta garantía de no regresión pero con Rusia a la cabeza y su ley de prohibición de propaganda sobre relaciones sexuales “no tradicionales”, ahora hay otros países que le han seguido el paso, como Bielorrusia, Hungría y Moldavia. Se están sumando más países a esta lista, lamentablemente.

—Ven a la educación como una apuesta a futuro para filtrar odio.

—Sin duda. Hace un tiempo era en nombre de salvaguardar la seguridad nacional o los valores tradicionales. Ahora tiene nueva fuerza y surge de esta lucha por intentar frenar lo que se ve como “adoctrinamiento”, esto de que se va a engañar a les niñes con poder elegir libremente si quieren ser varones o mujeres, como si pudieran elegir entre café o té. Esto tuvo una suerte de sofisticación discursiva que hace que estén ganando cada vez más espacio y logrando que estas normas se conviertan en normas “positivas”.

—Citás dos ejemplos de la región importantísimos: Brasil y Perú. La diferencia política entre ambos países, en principio, tiene que ver con que el presidente de Brasil es una figura abiertamente homolesbitransodiante y Pedro Castillo, el presidente de Perú, también, aunque su llegada al poder despertó en ciertos activismos otra expectativa.

—Eso es súper interesante. Lo que estamos viendo cada vez más es que los movimientos de derecha -sobre todo de extrema derecha- que se alzan con discursos radicales (y también movimientos populistas no necesariamente tan de derecha) han encontrado cómo satisfacer ciertas demandas. Hay encuestas a nivel global y a nivel regional que informan sobre los procesos de avance o retroceso legislativo en estas temáticas de acuerdo a cuán religiosa es la comunidad local y cómo en función de eso los políticos de turno tienen que negociar con esa fuerza para poder mantenerse en el poder. El análisis más simplista es que con la izquierda se avanza y con la derecha se retrocede. Eso podría llegar a ser una tendencia muy general pero que termina perdiendo el foco cuando uno empieza a ver un poco más el matiz. No es tan simple, no es tan lineal. Incluso han habido gobiernos de izquierda que no solo no han avanzado, sino que han retrocedido, y en algunos casos puntuales, hemos podido identificar que incluso cuando el gobierno se identifica como centro o centro-derecha, han podido haber cierto tipo de avances. Por ejemplo, el avance del matrimonio igualitario durante la presidencia chilena de Piñera. Hay ciertas tendencias que se pueden marcar sobre todo con el color político, con el contenido religioso, pero hay que ver cada región. A nivel global es muy difícil poder establecer una línea clara.

—¿Qué es lo que detectan en determinadas regiones de Brasil y que aún no se convirtió en una ley nacional?

—En Foz de Iguazú, en estados como Santa Catarina, hay ciudades que avanzan a nivel municipal con disposiciones anti-LGBT+. Hay circunstancias que pasan por debajo de los radares de los medios de comunicación y van formando una masa crítica que de a poco va coloreando el mapa con tonos negativos. Por supuesto que las organizaciones locales lo han tomado en su agenda y lo han llevado ante el Supremo Tribunal Federal – la Corte Suprema de Brasil- y ya hay una sentencia contra estas normas. Es positivo que estén cuestionadas en su validez pero una tanda de normas entró y hay otra tanda que se sigue cocinandol. La fuerza del Poder Judicial brasileño para contrarrestar esto se ha ido atemperando. También a nivel federal, lamentablemente, todavía vemos proyectos de ley que lejos de poder decir que están durmiendo, están dando vueltas y quizás ya están teniendo más consenso para salir.

—Otros avances contra la diversidad en algunas partes del mundo se relacionan a la prohibición del lenguaje neutro. ¿Qué observan desde ILGA?

—Por un lado, tirar por tierra el mito de que esto es una discusión barrial del español: esto se está dando en varios idiomas. En Francia se está dando; en el inglés también, no con las mismas características que en el español y el francés por la manera en la cual se construye el género en el lenguaje. También hubo debates en Suecia, los hay en Israel… Tienen que ver con atacar básicamente dos puntos: referirse a grupos mixtos o de los cuales no se sepa cuál es su conformación en términos de género y no utilizar el denominado masculino inclusivo, que de inclusivo tiene poco. Por otro lado, poner sobre la mesa que con este lenguaje también uno pasa a poner en existencia -en términos visibles- a las identidades no binarias. La existencia de identidades no binarias es la clave. Desde los argumentos más absurdos de decir que porque se habla con la e entonces los resultados en los exámenes dan mal hasta los intentos directamente de prohibir el lenguaje inclusivo. Lo que hemos visto hasta ahora son pequeños avances sobre todo en ámbitos educativos. Han sido hasta ahora pocas las normas que han sido aprobadas tal cual habían sido imaginadas. En Brasil -de vuelta- aprobaron algunas vinculadas a estos argumentos conspirativos de que se está intentando crear “un nuevo orden mundial”. Todo esto se confunde en una maraña de argumentos que terminan siendo una distorsión, un ruido que no impide ver bien de qué se está hablando. Es querer tapar un poco el sol con el dedo.

—¿Cómo describirías la situación actual de Rusia? Rusia que invade Ucrania, desata semejante guerra y hace días, de paso, amplía su ley de contra la “propaganda gay”.

—La situación es sumamente preocupante y nos tiene bastante ocupados. La ley ya no solamente atañe a escuelas sino a cualquier ámbito donde puedan estar expuestos menores de 18 años. Es decir, la mera posibilidad de que contenido LGBT+ sea expuesto a menores, crea responsabilidad. También los sitios web donde se advierte que el contenido -por más de que no sea erótico o pornográfico- relativo a la diversidad sexual tiene que ir etiquetado como “Prohibido para menores de 18 años”; hay festivales de arte intervenidos… No es solamente una cuestión de cómo se educa, sino también una vigilancia muy fuerte sobre qué información circula. Esto vinculado a la libertad de expresión. Respecto del derecho a la libertad de asociación -que es básicamente la posibilidad de reunirse y organizarse con fines lícitos para luchar por derechos- en Rusia hoy cualquier organización que reciba fondos del extranjero, por más mínimos que sean, está catalogada como agente extranjero. Eso trae un montón de consecuencias que hacen prácticamente imposible la operación para activistas y muchas veces lleva a la persecución de quienes forman parte. La guerra sirve de filtro para que esta información no circule. Hay cada vez más más ímpetu por querer hacer de esto una política de Estado sistemática, sobre todo porque a la falta de la legislación ya existente se suma que se están elaborando proyectos de ley que vienen a reforzar esta prohibición sobre relaciones homosexuales. La ley contra la “propaganda gay” lamentablemente puede terminar siendo una primera instancia dentro de varias en la misma dirección.

Entrevista a Lucas Mendos – Homofobia de Estado en China

—Hay otro territorio poderosísimo hoy que también plantea un sinfín de desafíos a la hora de analizar la situación de la diversidad sexual: China. La última noticia se vincula con las aplicaciones para conocer personas LGBT+, que quedaron prohibidas. El país no condena la homosexualidad pero la desprotección parece total.

—Hay una batería de recursos que están para restringir al máximo todo lo que sea información sobre diversidad sexual y de género. China no criminaliza y Rusia tampoco. Hay una cantidad enorme de países que no criminalizan porque no tienen un Código Penal que diga que las relaciones entre personas del mismo sexo son delito. Sin embargo, revisando la normativa de esos países, uno encuentra un sinfín de barreras para la vida cotidiana. Muchas veces encontrás una situación mucho más compleja que en los países en los que sí hay normas que criminalizan pero no las aplican en la práctica. No hay una regla clara sobre países criminalizantes, situación mala; países no criminalizantes, situación buena. Esto de que 70 países del mundo criminalizan es tremendo. Visto a la inversa, todos los países que no están en esa lista, no están en condiciones de poder decir que las cosas están bien. Y en China lo que ocurre es que desde el Estado durante mucho tiempo ha habido una especie de actitud de decir “Nosotros no criminalizamos pero tampoco promovemos”. Esa suerte de neutralidad ya da el derecho a sospechar. La acción sobre medios de comunicación digitales o tradicionales es tremenda: en los últimos cinco años ha habido una profusión de normas que incluso en el último año han empezado a hacer uso de un lenguaje que hasta hace poco no se veía. La utilización de términos como “hombres afeminados”, “estéticas anormales” para referirse a todo lo que ha sido el fenómeno del K-pop… Hay un ímpetu muy fuerte por querer guardar esto de la “idiosincrasia masculina”, de lo que es “la entidad nacional” uniendo valores muy oscuros a mi entender; valores que tienen que ver con el orgullo de ser una nación pujante, que nos retrotrae a todo lo que eran los esfuerzos de propaganda del Tercer Reich.

—La comunicación oficial de la Organización Mundial de la Salud respecto de la viruela del mono volvió a demonizar el sexo entre hombres, con ecos directos a la pandemia del VIH/Sida e incluso el primer momento del Covid-19. ¿Qué análisis hacés de semejante pronunciamiento público?

—Fue una cachetada. Tenemos 40 años de lecciones aprendidas, ríos de tinta escritos sobre cómo el hecho de comunicar estigmatizando obstaculiza la prevención, el tratamiento y eventualmente la cura. La designación de poblaciones clave, de trabajar con información focalizada, no está mal. Pero que la comunicación al momento de empezar, dentro de los primeros minutos de una conferencia de prensa -que es el momento donde la prensa está más ávida de titulares- sea dirigida a hombres que tienen sexo con hombres y sobre la cantidad de parejas que tienen que restringirse a tener, generó dos enormes problemas. Por un lado, la estigmatización directa de hombres que tienen sexo con hombres, hombres gays y bisexuales. Por el otro, el aditamento de que al hablar de compañías sexuales, lo que hace es asociar esto a una supuesta infección de transmisión sexual, que después cuando se abunda y se va a más información, se explica con mayor detalle, pero eso ocurrió cuando ya habían pasado 20 minutos del comienzo de la conferencia de prensa y ya los titulares estaban siendo comunicados a 10 mil cables en todo el mundo. Ya hay casos registrados de personas forzadas a salir del clóset por temor a estar infectadas. La OMS debería saber muy claramente cómo es esto trabajando como trabaja con ONUSIDA. ¿Cuarenta años de lecciones no han servido para comunicar una emergencia global? Se les escapó la tortuga y yo me permito la duda. Esa comunicación no fue improvisada; tuvo que haber sido revisada y el hecho de poner el énfasis tan tempranamente en una población y en un tipo de comportamiento debería haber sido identificado. Creo que es un acto de gran irresponsabilidad haber comunicado de esa forma. Ahora hay que desandar todo un camino muy difícil de desandar para tratar de contrarrestar ese daño adicional que se creó.

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