Genética y trabajo. Esa es la fórmula del éxito y para Carlos Alcaraz fue su hoja de ruta para convertirse en el campeón del Abierto de Estados Unidos, su primer título de Grand Slam, y también para ser el N°1 del mundo a los 19 años, convirtiéndose en el más joven de la historia en hacerlo. Pero ese no será su único record porque se dio en una circunstancia inédita en el profesionalismo: dos jugadores debutantes en la final de Flushing Meadows, que nunca fueron número 1, disputando cara a cara lograr ambos objetivos.
A lo largo de años hubo jugadores que técnicamente tuvieron todo lo necesario y más para convertirse en una de las grandes figuras del tenis. La diferencia que hace Alcaraz tiene que ver un poco con esa cuestión genética. Que no es sólo la habilidad natural con la que aprendió rápidamente a impactar la pelota de una manera frenética y encontrar ese juego variado, contundente, arriesgado, inquieto. El valor más preciado que tiene es lo que está adentro de su cabeza: su personalidad y su carácter. Lo más difícil para cualquier persona que quiere convertirse en un tenista profesional y tener aspiraciones es entender cómo uno debe mentalmente afrontar las distintas situaciones que se presentan;cómo resolver emocionalmente las frustraciones, los desafíos y los miedosa crecer, a ganar un partido, a no perder, a encarar el partido que te da la posibilidad de convertirte en alguien. Alcaraz lo tiene todo.
Llegó de la mano de Juan Carlos Ferrero, su gran constructor e ingeniero, quien le dio forma a su juego pero que tuvo la enorme ventaja de no tener que dedicarle mucho tiempo a que Alcaraz entendiera que se debe entrenar con ganas y se debe tener actitud. Entendió cómo se tiene que afrontar un momento adverso. No hay nada más lindo para un entrenador que lo explicado rápidamente se pueda traducir en acción y en buenos resultados. El español Victor Küppers dice que el valor de una persona es “C + H x A” (conocimiento más habilidad por actitud) pero que lo más importante de la fórmula es que la A multiplica. Ese es el diferencial y eso ocurre con Alcaraz. En plena batalla se ve que se acerca a secarse con la toalla e interactúa con su entrenador, pero que es “palabra santa” lo que dice Ferrero. La recibe con humildad, con intensidad y nunca se lo vio descargarse con él o tener una mala contestación. Ni siquiera siente la necesidad de transmitir su frustración. Su gran valor es entender todo eso con pocas horas de vuelo y luce como un piloto de los más experimentados. Sabe que las energías en un partido deben estar puestas en ganar. No pretende que todo le salga bien y que el adversario haga su aporte: Alcaraz está dispuesto a dar la batalla que haga falta dar porque entiende que a la cancha entra a ganar, a dar lo mejor. En el último game de Flushing Meadows sacó en el cuarto set con el 5-3 para ser campeón tras fallar un smash muy fácil en el que se relajó. Al siguiente saque, con un ace, dejó el mal momento y la frustración minimizados. En el punto siguiente falló. Pero lo resolvió con otro gran servicio. Tras dos grandes equivocaciones él salió con aciertos. Y para que eso pase se tiene que pensar de la manera correcta y controlar las emociones. A diferencia de los golpes, eso no se puede practicar en la semana.
Es el nuevo N° 1 por virtudes, genética, por trabajo y por su equipo. Aun muchos le dicen “Carlitos”.