El artículo anterior, donde hablamos de pasar de ser transmisores de información a ser guías para nuestros alumnos, me dejó pensando en algo: ¿Cómo hacemos eso en el día a día? No basta con querer; hay que tener un plan.
La clave la dio hace tiempo un experto en educación, Donald Schön, cuando dijo que debemos ser “profesionales reflexivos”. Suena muy académico, pero la idea es simple: el mejor docente es el que se investiga a sí mismo.
El problema es que, inmersos en la locura diaria, trabajamos en piloto automático. Repetimos rutinas, nos frustramos por los mismos problemas y casi nunca nos damos el tiempo de parar y preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo yo que no funciona?
Para que esa reflexión no se quede en un suspiro, necesitamos herramientas. Acá dejo algunas ideas:
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