Vivimos un tiempo en el que los chicos llegan al aula cargando mochilas mucho más pesadas que las que vemos. Traen historias, emociones, miedos y silencios que muchas veces quedan fuera de los planes de estudio, pero no fuera del aula. En este contexto, la escucha activa y la empatía se vuelven herramientas pedagógicas esenciales.
Ya hemos hablado sobre esto: Educar hoy implica más que transmitir contenidos, supone construir un vínculo humano que sostenga al estudiante.
La escucha activa no es simplemente oír lo que el estudiante dice, sino abrir un espacio donde se sienta comprendido, validado y mirado. Significa, literalmente, dejar de preparar mentalmente nuestra siguiente frase para dedicarnos por completo a lo que el otro nos está contando.
Escuchar activamente requiere tiempo, paciencia y una verdadera disposición a suspender el juicio. A veces, ese gesto de atención genuina —ese contacto visual, ese asentimiento— es lo que permite que un alumno vuelva a confiar, a participar o, incluso, a retomar las ganas de aprender.
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