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Poco se puede explicar de la historia argentina si no se conoce lo que sucedió con una generación que, a partir de 1960, decidió sumarse al peronismo y utilizar la vía armada para forzar una revolución que tomaba como ejemplo la experiencia protagonizada por Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara en Cuba. La réplica a esa perspectiva del poder se consumó cuando las Fuerzas Armadas derrocaron a Isabel Perón en 1976 e iniciaron una dictadura militar que causó muerte, desolación y exilio.
La Década del 70 fue abordada de distintas maneras, con muchísimos testimonios de sus principales protagonistas, y excelente material histórico recuperado en la Argentina y en el exterior. Infobae eligió nueve libros de prestigiosos autores que plantean una mirada coral sobre un período del país imborrable por su significancia cultural y su capacidad para seguir influyendo en la agenda cotidiana.
Eduardo Anguita
“Yo creo que fue a mediados de 1994 que junto con Martín (Caparrós) empezamos a conversar para hacerlo. En realidad, al principio, pensábamos escribir otro libro, después desistimos de esa otra idea, y decidimos escribir sobre la época en la cual los dos habíamos militado pero no contar nuestras historias sino tratar de explicarnos, por lo menos preguntarnos, qué había pasado en la sociedad argentina, sobre todo con nuestra generación, para que en la Argentina hubiera una irrupción tan explosiva por parte de una generación, frente a lo que fueron sucesivas dictaduras militares.
Estoy hablando del período 66/73. Entonces arrancamos escribiendo eso y después no sabíamos ni cuántas páginas iban a ser ni cuánto tiempo nos iba a demandar. La cuestión es que decidimos abrir la cantidad de personas que íbamos a entrevistar para contar sus vidas, no para dar sus testimonios sino para nosotros ser los sujetos de narración. Eso es muy importante, porque no es un libro de testimonios. La voluntad es un libro de autores que se basaron en hechos reales y en personas reales. Y bueno, después de tres años y pico de trabajo salió el tomo 1 en el 97. Ese mismo año, con diferencia de meses, salió el tomo 2. Y en el 98 salió el tomo 3.
Y yo no sé si uno puede decir a qué público estaba dirigido. Yo creo que en general uno tiene que ser consciente de que cuando uno se mete en temas en los que está muy involucrado tiene que conformarse para escribir para sí mismo. Para sorpresa nuestra fue un libro que tuvo bastante impacto, que tuvo buena repercusión. Así que por suerte no hubo un público segmentado para este libro y eso a mí me da una gran tranquilidad. Lo ha leído gente muy diversa, alguna gente me dice ‘por culpa tuya tuve que ir al psicoanalista’. Otra gente me dice ‘faltaban testimonios’. Y cada uno frente a esto tiene un reclamo distinto y, la verdad, que tener un texto que cada lector lo reescribe con sus propios enojos y disgustos refleja que lidiar con los propios enojos y disgustos que vivimos Martín y yo en la época de nuestra militancia, a la que llamamos los dos uno de los momentos más felices de nuestras vidas, bueno, es una tarea muy buena. Para escribir en la zona de confort no sirve, y La voluntad no fue una zona de confort, lo puedo garantizar”.
Gaby Levinas
“Básicamente tenía que ver con que yo había vivido esos años. Nunca me fui del país. Hice un montón de cosas que tenían que ver con mostrar una posición distinta durante la dictadura, oposición al punto tal que llegaron hasta a ponerme una bomba en la revista El porteño al final. Pero ya antes de eso hice exposiciones en una galería que yo dirigía con un tipo torturado, con Marina Marechal pasando Estado de sitio y Principio de incertidumbre, que eran claramente obras que denunciaban a la dictadura.
Y, al mismo tiempo, hicimos algunas cosas políticas para tratar de mostrar fuera del país lo que estaba pasando. Trabajé mucho para que pueda entrar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y Patricia Derian, que era la secretaria de Derechos Humanos de los Estados Unidos. Y conocí a toda la gente en aquel momento, que no era mucha, además de las Madres y de las Abuelas, como Conte y Parrilli, que eran tipos que habían trabajado por los derechos humanos, que hacían los habeas corpus y demás.
Y mucha de la gente que apareció después hablando de los 70 y que habían desaparecido del mapa, se habían escondido debajo de la cama, no habían abierto la boca hasta que llegó la democracia o después de las Malvinas cuando la cosa ya estuvo más libre. Entre ellos, Horacio Verbitsky, que por algún motivo Miguel Briante nunca lo quiso dejar escribir en nuestra revista, algún motivo había que él, que había sido amigo de Paco Urondo y de Rodolfo Walsh, desconfiaba de Verbitsky, esta es la verdad.
Yo no lo conocía a Verbitsky. Después, con el tiempo, comencé a saber de él, cómo pasó de ser un aparente periodista de investigación a una especie de operador. Y tenía versiones de su colaboración con la dictadura. Yo no tengo un especial encono ni nada contra la gente que tuvo que ayudar a los militares con una pistola en la cabeza para evitar ser asesinados, hubo unos cuantos, entre ellos Miriam Lewin, Verbitsky y tantos otros, que colaboraron con la dictadura, escribieron el diario de la dictadura, como Jorge Dorio, que escribía para Massera.
Había un montón de gente que hizo ese trabajo. Yo no juzgo porque con una pistola la cabeza hay que ver quién es tan valiente como para decir que no. Lo que sí es claro es que cada uno de ellos ayudó a sofisticar los mecanismos de la represión. Es decir, ellos brindaban información que servía a los militares para poder mejorar la forma de reprimir a sus propios compañeros.
Entonces, que esa misma gente aparezca después dando cátedra de moral y de no sé qué, ahí ya cambia. Una cosa es que se la banquen, que se queden calladitos por lo que hicieron, que yo no sé si no hubiese hecho lo mismo, no sé, nunca estuve en esa situación de una pistola en la cabeza. Estuve detenido, y eso, pero no me pasó la parte de tener que delatar o si no me moría. Eso no lo hice.
Y empezamos a investigar a Verbitsky junto con Sergio Serrichio y Marina Dragonetti, y la verdad es que aparecieron cosas que eran inusitadas, increíbles, que daban fe de que Verbitsky no solamente había colaborado con la dictadura de Videla sino que también ya había colaborado para poder producir el golpe contra Juan Carlos Onganía y después cobró dinero de Onganía.
Y además se sospechan cosas terribles, más de uno, el propio Galimberti y otros, lo vinculaban con la muerte de Walsh. De hecho, Verbitsky era el segundo jefe de inteligencia de Montoneros, arriba de él estaba Walsh, murieron todos, todos sin excepción. Y el único que se salvó era Verbitsky, y encima andaba caminando por la calle sin tener que ocultarse demasiado, trabajando para la Aeronáutica y también para Massera.
Gabriela Esquivada
En 2003 terminé una maestría en Periodismo en la Universidad de La Plata, y como requisito para graduarme tenía que escribir una tesis. Siempre me habían interesado las relaciones entre intelectuales y poder, prensa y política, que es como decir la historia de mucho países de América Latina. Por interés particular en la izquierda pensé primero en el diario El Mundo, vinculado al Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), como un proyecto de prensa política que fuera a la vez masiva, que no se dirigiera a los convencidos, sino que fuera un intento de funcionar a la vez en el territorio de la prensa comercial. Empecé a buscar ejemplares. Lo normal: las hemerotecas públicas. Las colecciones, cuando las había, estaban muy incompletas y hasta dañadas; las explicaciones que daban a los investigadores eran que habían sido destruidas o vandalizadas durante la dictadura.
En un momento andaba escribiéndome con gente en un archivo en Holanda y tuve un rapto de racionalidad: para cumplir en tiempo y forma con la tesis tenía que buscar una alternativa, un tema a cuyos materiales pudiera acceder sin más demora. Aunque el peronismo me interesaba menos que la izquierda, sabía vagamente que Montoneros había hecho algo similar. Busqué el diario, encontré colecciones averiadas pero mucho más ricas y, sobre todo, me quedé muy impresionada por Noticias. Era un diario hermoso, súper bien escrito, muy bien hecho en general. Vanguardista en ese descaro de meter la política de los convencidos en el envase del ciudadano común que paga(ba) por un diario; inconformista en su capacidad para crear sobre la línea política —por no decir ignorarla— de Montoneros.
Eran, además, los años del kirchnerismo, cuando de pronto muchos de los personajes que habían protagonizado la historia del diario tenían una importancia pública de interés para muchas personas, tanto los vivos como los que habían sido secuestrados, desaparecidos o asesinados durante la dictadura.
A la investigación original, que en efecto se convirtió en la tesis y fue publicada por la UNLP como “Los Montoneros en la prensa argentina”, le fui agregando capas de densidades diferentes: de la historia nacional (en el caso de las personas muertas, por ejemplo, seguí la historia de su final y también la de sus hijos), de las individualidades (entrevisté a todos los protagonistas vivos que pude), del impacto cultural (la herencia en los medios de Noticias). Por fin lo organicé en diez capítulos que armaban diez historias, algunas alrededor de temas, otras alrededor de personajes.
Fue un trabajo libre y solitario, de mucha lectura y documentación, de mucha escucha de las voces que alguna vez habían sonado juntas. Nunca pensé en dirigir el texto a nadie en particular. Me pareció una historia, un medio y una época llenos de interés para mucha gente, aunque solo dentro de Argentina, probablemente personas de distintas generaciones y orígenes”.
Graciela Fernández Meijide
“El Nunca Más son dos tomos. Uno es todo el contenido que está dividido por torturas, apoyado por testimonios, los campos clandestinos y distintos capítulos. Y después hay un anexo que tiene toda la lista de las personas que habían sido denunciadas como desaparecidas durante el tiempo que duró la CONADEP.
Cuando empezamos a recibir los testimonios organizamos esos testimonios, organizamos toda la información, elevamos causas a la Justicia. Después fue volcado en un informe. Surge de una necesidad de terminar una tarea e informar lo que se hizo. Estaba dirigido primero que nada al Poder Ejecutivo, que fue quien nombró a la Comisión y le dio esa tarea. Y después, cuando ya se hizo un libro, obviamente a la sociedad en su conjunto”.
Miguel Bonasso
“Esta es la historia de un libro que iba a escribir Gabriel García Márquez y terminé escribiendo yo. En 1978, cuando yo todavía militaba en el Movimiento Peronista Montonero, logró fugarse de la Escuela de Mecánica de la Armada un compañero que era también muy amigo mío: Jaime Dri. Era el segundo prisionero fugado de ese terrible centro de terrorismo de Estado que hizo desaparecer para siempre a más de cinco mil personas. El primero, Horacio Domigo Maggio, apodado ‘El Nariz’, había brindado un testimonio a un periodista de Associated Press, pero luego había sido capturado por el Ejército y acribillado a balazos. El caso fue censurado en Argentina y sólo conseguimos difundirlo un poco en el exterior.
Era importantísimo denunciar ante el mundo entero qué estaba ocurriendo en esa ESMA ubicada tan cerca del Estadio Monumental donde se había celebrado el Campeonato Mundial de Fútbol. Con esa idea organicé una conferencia de prensa en París, en la sede del Partido Socialista Francés, en la que Dri presentó su testimonio, en presencia de dos altísimos dirigentes, que luego serían presidente y primer ministro, respectivamente: Francois Mitterrand y Leonel Jospin.
La prensa argentina, controlada por la dictadura y por la propia autocensura de los dueños de los medios, no publicó nada. Solamente la perversa revista ‘Gente’ publicó una foto bajo el título ‘Mitterrand con los terroristas montoneros’, sin decir una palabra sobre la denuncia hecha por Dri sobre el terror imperante en la ESMA.
Como el testimonio del prisionero fugado era tan importante, queríamos amplificarlo en un libro. Yo tenía buena relación con el gran escritor Gabriel García Márquez, con quien me veía a menudo en México, y le propuse que escribiera una novela testimonial, de no ficción sobre el caso. ‘Gabo’ dijo al comienzo que sí, pero luego me propuso hacer una película con el gran director italiano Francesco Rossi, proyecto que no llegó a concretarse nunca. Pasó el tiempo, Jaime Dri y yo rompimos con la conducción de Montoneros y en un viaje que hicimos juntos de España a México, le propuse escribir yo el libro.
Jaime Dri estuvo de acuerdo y nos pusimos a trabajar, en larguísimas grabaciones, auscultando documentos secretos de la inteligencia montonera, etc. Entre la investigación y la escritura, el libro me llevó casi tres años de trabajo muy intenso: desde abril del 80 a fines del 83, cuando se lo mandé a Editorial Bruguera de Buenos Aires, que lo publicó en abril de 1984.
Tuvo un éxito colosal: se vendieron más de 200 mil ejemplares y empezaron a salir ediciones en otros lados, México, España, Francia y hasta Holanda. El inolvidable Osvaldo Bayer lo consagró como “clásico” y recibió el aplauso de los principales medios del mundo como ‘Le Monde’ y ‘Village Voice’ de Estados Unidos.
Su objetivo central, que era dar a conocer a los argentinos y a todo el mundo el genocidio que la dictadura militar estaba perpetrando en la Escuela de Mecánica de la Armada, se cumplió plenamente”.
Ceferino Reato
“Es un libro distinto a los que había escrito sobre los 70. Por ejemplo, en “Operación Traviata”, partí de un asesinato —del líder sindical José Ignacio Rucci— y luego intenté describir una época. En este último libro, mi tema es toda esa época, los 70, desde 1970, cuando fueron fundados los dos grupos guerrilleros más importantes, hasta 1983, cuando la Argentina recuperó la democracia. Lo escribí porque pensé que hacía falta un libro sobre toda aquella década tan vertiginosa, que destacara las características propias de cada uno de los gobiernos que se sucedieron, en especial los cuatro gobiernos constitucionales del peronismo, entre 1973 y 1976.
Así lo percibí en las charlas y cursos que ofrecí sobre los 70. También, lo escribí porque en los últimos tiempos había leído algunos trabajos que volvían a rescatar, con cierto aire romántico, el idealismo de los grupos guerrilleros, al menos en sus inicios. Por último, el tercer motivo por el cual lo escribí es porque entiendo que los sectores de la coalición oficialista que se referencian en la vicepresidenta Cristina Kirchner reactualizan los 70, en la medida en que allí arraigan no solo su discurso sino también muchas de sus prácticas políticas, como, por ejemplo, las ocupaciones de tierras públicas y privadas que avalan ostensiblemente, por lo menos para mí.
La idea surgió el año pasado; ya tenía bastante avanzado el proyecto cuando comenzó el confinamiento por la pandemia así que, de pronto, me encontré con el tiempo necesario para darle el envión definitivo. El libro incluye material que ya había publicado en libros anteriores junto con material nuevo, producto de entrevistas y lecturas.
Es corto —239 páginas— con seis capítulos, tres anexos numéricos, una introducción y un epílogo, que rescata el legado positivo de los 70. Los capítulos están escritos en base a interrogantes como, por ejemplo, por qué tantos jóvenes de clases media y media alta se hicieron peronistas y, casi simultáneamente, se volcaron a la lucha armada. O cómo fue, y cómo se explica, la cambiante relación entre Juan Domingo Perón y los montoneros. O cuál fue la actitud de los grupos guerrilleros durante los cuatro gobiernos constitucionales del peronismo. O por qué los militares asesinaron e hicieron desaparecer a tantas personas durante la última dictadura. En los anexos me ocupó de la cantidad de víctimas de la dictadura y de los grupos guerrilleros.
Los 70, la década que siempre vuelve es un libro periodístico. Como tal, busca ser ameno, que pueda ser leído por cualquier persona interesada en el tema. En particular en este libro me gustaría que fuera útil para los lectores que no conocen los 70, en especial los jóvenes, que no vivieron aquella época. Por eso, cuando lo escribí, lo hice pensando en todo momento en mis hijas.
El tema es delicado, despierta muchas pasiones. Hay distintas maneras de abordarlo. En mi caso, no me sirve ninguna de las tesis que a menudo se usan: ni la teoría de los dos demonios, ni el relato de ángeles por un lado y demonios por el otro, ni la idea de que aquí solo hubo una guerra; entiendo que son conceptos elaborados para favorecer de antemano a los guerrilleros, los militares, los políticos, la sociedad… En lugar de teorías y relatos armados, prefiero los hechos; todos los hechos y lo más preciso que pueda describirlos y explicarlos. Espero haberlo logrado”.
Matías Bauso
“El libro surgió porque yo quería. Cuando ocurrió el Mundial, tenía 6 años y me gustaba ya mucho, mucho el fútbol, y recordaba muy vívidamente todo lo que había ocurrido. Y después con el correr de los años naturalmente fue tomando otro tipo de significación el Mundial para mí y para la gente.
Entonces en un momento me di cuenta de que muchas de las cosas que uno y que la sociedad creía saber sobre el Mundial 78, eran falsas, erróneas, o con interpretaciones equivocadas. A pesar de haber sido un hecho absolutamente popular y a pesar de que era relativamente reciente. Entonces me propuse escribir el libro y me di cuenta de que, naturalmente, si yo quería contar el Mundial no podía contar nada más que el fútbol. Porque ningún Mundial es nada más que fútbol. La cuestión política, la cuestión sociológica y la cuestión económica son dimensiones del fútbol moderno profesional y mucho más de estos grandes eventos deportivos. Y mucho más ese Mundial jugado en dictadura.
Sin embargo, el Mundial se jugó en dictadura pero la sede se le concedió a la Argentina en el año 64. Se le reconfirmó en el 66. Y pasaron siete gobiernos de distinto signo político y de distinta legitimidad, gobiernos de facto y gobiernos elegidos democráticamente, y todos lo tuvieron como prioridad el Mundial.
Entonces entre otras cosas yo quería contar eso, quería contar la historia de la organización del Mundial también. Sobre todo porque en los últimos tres gobiernos peronistas, Héctor Cámpora, Juan Domingo Perón e Isabel Martínez, hipotéticamente ellos iban a estar en el poder en el momento en que se jugara el Mundial, lo tomaron como prioridad absoluta. Y antes de Lacoste, los hombres fuertes del Mundial eran López Rega y Pedro Eladio Vázquez, su secretario de Deportes.
Y otra cosa que quería contar que no estaba contada, era la historia de cómo César Luis Menotti formó esa Selección. Todo el ciclo de Menotti, qué hizo en esos cuatro años para crear lo que se conoce como la Selección argentina.
El libro me llevó 5 años. Entrevisté a más de 150 personas. Consulté toda la prensa gráfica de la época, los diarios y las revistas. No del 78, sino desde el 74 en adelante. Y lo que hace el libro es atacar, atacar, no tratar de desentrañar algunos mitos que hay sobre el Mundial.
Por ejemplo, si uno googlea ‘Militares Mundial 78’ se suele decir que los militares utilizaron el Mundial para tapar los crímenes de la dictadura, y lo que ocurrió en el exterior fue exactamente lo contrario, lo que ocurrió fue que el mundo se enteró de las violaciones a los derechos humanos y los detalles de esas violaciones a los derechos humanos en virtud del Mundial 78.
Porque el fútbol lo que tiene es esto, que expone, lo que toca produce una multiplicación exponencial de aquello que toca. Si bien esto es previo al Mundial, apenas empieza a correr la pelota el fútbol después tapa todo, pero previamente multiplica. Ocurrió en los Juegos Olímpicos de Beijing en el 2008, en el Mundial de Brasil, en los Juegos Olímpicos de Río. Digo, ocurrió recientemente también eso.
El libro está dirigido al público en general. Tiene casi 900 páginas y trata de cubrir todos los aspectos posibles del Mundial. Y lo que no tiene es vocación de definitivo, lo que el libro tiene es vocación de diálogo. Lo que intenta hacer es abrir el diálogo. O sea, está dirigido a todos aquellos interlocutores que quieran dialogar y discutir con él. Lo que intenta hacer es que pensemos a partir de este momento, pensemos de nuevo sobre este tema. Pensemos de una manera novedosa y con datos, y no con reduccionismos sobre qué ocurrió. Que es la mejor manera de no repetir las cosas.
Uki Goñi
“A fines de abril 1977 ingresé como periodista en el diario de habla inglesa Buenos Aires Herald. Nuestras oficinas quedaban en la calle Azopardo 455, a poca distancia del Comando en Jefe del Ejército, de la Casa Rosada y de la Plaza de Mayo. Nuestro editor, el inglés Robert Cox, publicaba la realidad sobre la cual los demás medios guardaban silencio. Yo tenía 23 años y el pelo hasta los hombros. Al poco tiempo me tocó, debido a que hablaba mejor español que el resto de nuestra muy reducida redacción, recibir a las madres que llegaban desde la Plaza de Mayo para contarnos sobre la desaparición de sus hijos.
Entre ellas empezaron a venir también varias muchachas y muchachos jóvenes, a veces conducidos hasta allí por otro joven rubio en un Peugeot blanco. Me decían que estaban ayudando a las madres en la búsqueda de sus hijos y que se reunían con ellas en la Iglesia de la Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal. Me invitaron a ir a sus reuniones. Yo, por prudencia, por miedo, no fui. En aquellos tiempos yo temblaba al entrar al Herald, temblaba al recibir a las madres y a estos jóvenes, temblaba cuando sonaba el teléfono sobre mi escritorio, porque frecuentemente era una amenaza de bomba, y temblaba al volver a casa por el Ford Falcon verde que cada tanto se estacionaba por horas en mi vereda con dos gorilones adentro.
En diciembre de 1977, cuando ocurrieron los 12 secuestros de la Iglesia Santa Cruz y nos trajeron la lista de los secuestrados al Herald, reconocí el nombre de varias de esas personas que venían a verme. Las madres Azucena Villar y Esther Careaga, el padre Julio Fondovila, las jóvenes Angela Auad, Raquel Bulit, Patricia Oviedo, y el joven Horacio Elbert.
Quizás para calmar la culpa que de alguna manera sentí por no haber ido a sus reuniones, casi 20 años después, salí a investigar a fondo sus secuestros, derivando en mi primer libro, El infiltrado. Me obsesioné tanto por ensamblar cronológicamente la infiltración entre esas personas del joven marino Alfredo Astiz, quien se hacía pasar por hermano de un desaparecido, que mi libro terminó siendo usado como guía por los fiscales, y admitido como evidencia por los jueces en la Megacausa ESMA.
En el 2011, saldé mi deuda ayudando a condenar a Astiz y a varios otros marinos por aquellos asesinatos. De epílogo, un dato. En el juicio, una de las jóvenes que venía también al Herald, testificó que llegaba hasta allí en un Peugeot blanco, conducido por el rubio infiltrado, Astiz.
Marcelo Larraquy
“Recién estaba empezando mi carrera de periodista -que comencé bastante ‘tarde’, porque estudiaba Historia-, y tenía ganas de escribir un libro. Lo cual no era muy original. En esa época todos los periodistas querían escribir un libro. Trabajaba en la revista Noticias y estaba atento por si surgía algún tema que me interesara y en el cual pudiera enfocarme. Nunca pensé que podría ser “Galimberti”, ni que esa elección fuese determinante para unir mis dos vocaciones: la investigación periodística y la historia, especializarme en la historia política argentina del Siglo XX, y sobre todo en violencia política.
La idea del libro surgió a partir de una serie de notas que me tocó hacer en la revista sobre el divorcio de Susana Giménez con Huberto Roviralta, un tema en el que por detrás aparecía la empresa Hard Communication, Jorge Born, Telefe, el padre Grassi, que eran parte de un juego telefónico del programa de Susana, y sobre todo la figura de Rodolfo Galimberti, que era socio de su ex secuestrado Jorge Born y amigo del nuevo novio de Susana, Jorge Rodríguez.
No recuerdo si yo había escuchado el nombre Galimberti previamente, supongo que no. Los ’70 no me llamaban la atención, en la Facultad casi se lo pasaba por alto para esa época. Pero me encargaron el tema una tarde en la que todavía no había llegado nadie a la redacción y me puse a trabajar. Hice cuatro o cinco notas ese verano, con bastante repercusión. Algunas llegaron a la tapa. Se sabía poco de la sociedad Galimberti-Born, de la guerrilla, y en marzo me di cuenta de que podría escribir un libro.
La clandestinidad del personaje, y que nadie quisiera hablar sobre él, generó mi interés. Estuve varios meses detrás del tema, administrando la información que iba obteniendo, estructurando el libro hasta que me di cuenta de que era infinito. Desde que lo echaron del colegio en San Antonio de Padua por portación de armas hasta su sociedad con gerentes de la CIA. Entonces le propuse a Roberto Caballero, que era compañero de la redacción, y cubría muy bien temas sobre policía e inteligencia estatal y paraestatal, en los que estaba involucrado Galimberti, si no quería que lo hiciéramos juntos, y le pareció buena idea.
Para los dos era nuestro primer libro, y no éramos contemporáneos con los setenta, lo cual le daba cierta frescura y originalidad, pero a la vez incertidumbre. Pero la mecánica fue la del periodismo de investigación, pero ejercido más a largo plazo. Múltiples entrevistas -tres o cuatro por semana-, libros, recortes. Trabajábamos a contra turno y nos reuníamos los domingos para analizar lo que habíamos juntado y cómo seguir. Los temas ríspidos, las trabas, las fuentes que no querían hablar. Y siempre manteniendo al personaje como eje narrativo, para que no se perdiera en el barro de la historia. Enganchar gente que hablara llevaba mucho trabajo. Había mucha información para cubrir.
Las entrevistas con Galimberti, que fueron siete en total, se hicieron a lo largo de un año. Eran entrevistas en algunos casos de 10 ó 12 horas. Las peripecias de nuestros encuentros con él están relatados en el Prólogo y en el nuevo Epílogo que escribimos para la edición de 20 años, que acaba de publicarse”.
Juan Bautista “Tata” Yofre
“El 20 de octubre de 2015, durante un almuerzo a solas en un restó de la calle Posadas, tras presentar mi libro “Puerta de Hierro”, Juan Antonio Boido, director Editorial de Pinguin Random House (Sudamericana), me preguntó: “¿qué libro viene ahora?”. La pregunta cayó como balde de agua fría porque en ese momento de reparo terminábamos de conversar sobre las elecciones presidenciales que estaban “ad portas” y yo le hacía notar cómo extrañaba a Merle Haggard, muerto unos meses antes, tras 45 años de seguir cada uno de sus éxitos musicales. Con Juan los encuentros son así, medio caóticos, te deja hablar, y luego va a lo suyo con una pregunta para él medular. Con algunos años de conocimiento, era uno de los pocos que sabía que hacía muy poco había tenido acceso a papeles muy importantes para un futuro libro. Papeles que habían estado a punto de caer víctimas del fuego hasta que una gran señora gritó “dénselos al Tata Yofre”.
Juan me clavó su mirada y me sugirió que ya era hora de que achicara la lente de mí atención y escribiera un libro sobre “la conspiración del año 1976”. Para él “Nadie Fue” era muy amplio y debía centrar mi atención en la conspiración. No era un tema fácil porque debía convocar a los fantasmas de aquellos años. Le dije que sí tras meditar unos minutos y mi simple respuesta fue “habla con Carolina”. La argentina-canadiense, como lo cuento con gracia, es mi mujer y es la que negocia mis acuerdos con la editorial. Como no me gusta hablar de dinero, ella lo hace con una tranquila pulcritud de la que carezco. Cuando termina de arreglar solo me dice “escribí” y mi máquina se pone en movimiento. Ni pregunto cómo cerro, si ella está tranquila yo estoy tranquilo, así de simple.
¿La conspiración de 1976 relatada por mí? Para hacerlo deje de lado dos o tres proyectos editoriales que tenían en mi mente y que debí postergarlos. Lo primero que hice fue ir al “depósito” y comencé a buscar aquellos papeles que integraban parte de mi intimidad. Tome fue una carpeta de mis apuntes de aquellos tiempos (desde 1970 tomaba apuntes), titulada “horas previas y posteriores al 24 de marzo de 1976”. ¿Por qué eso? Muy simple, porque a diferencia de numerosos y respetables historiadores o escritores, ya le cuanto a los lectores dónde me paraba, dónde estaba y qué pensaba en esos tiempos. Respuestas que muchos no pueden dar porque no les conviene, entonces escriben “comentarios de comentarios, reflejo puramente literario –o sea letra sola—de otras literaturas, crónica y apreciación sin vital levadura”, como observaba Eduardo Mallea en su libro “La vida blanca” y que a veces releía por consejo de Horacio Bustos, uno de los tres que acompañaron a María Estela Martínez Cartas de Perón al exilio en 1981.
Luego de la primera carpeta vinieron otras que son simples retazos de otros archivos personales. Muchos creen que poseo un material consolidado de la memoria nacional o que me robé gran parte del archivo de la SIDE, entre 1989 1990. Nada más descalificante porque no tienen en cuenta el esfuerzo periodístico que se debe hacer para conseguir un papel que certifique lo que uno escribe para el presente y el futuro de lo que ocurrió en el pasado.
Así, sobre una gran mesa, se van acumulando muchos documentos que me fueron dados y llega el momento de algunas entrevistas que me ayudan a aclarar dudas. De mi archivo de entrevistas volvieron a escucharse voces de personajes de otros tiempos. Trabajo solo, enteramente solo, grabo y desgrabo con una máquina profesional que me cedió el embajador y escritor Albino Gómez, hago fotocopias y tomo apuntes.
En definitiva no confío en nadie. Puesto el “puzzle” desarmado sobre la mesa me preparo para unir las piezas no sin antes cumplir dos o tres cábalas: Una es que una parte del libro lo escribo en la tranquilidad de Macachín, La Pampa. La otra, imaginaria, es que recreo la época con algunas horas de auriculares y mi colección de música de “ese” tiempo. No es muy académico –lo he contado—pero me ayuda y mucho. Cumplidas mis costumbres, con la misma pasión que aprendí de Carlos Salvador Bilardo y su manera de trabajar, corto “los tacos”, las comunicaciones, y empiezo a trabajar. Entro en un estado de trance que solo interrumpo por alguna cuestión muy urgente o, de vez en cuando, para ir al “Chiquero”, un restaurante de la Recoleta devaluado donde se sientan personajes de gran formación, de mi misma generación, que quedaron congelados en el tiempo y cuya memoria está intacta. En todo este tiempo, que no es muy extenso, no hay descanso. A veces me despierto en la madrugada y me levanto para corregir o agregar algún párrafo; camino por la calle meditando el relato. En definitiva, huyo de mi presente.
Por pedido de Infobae vuelo a tomar el libro y revisar su texto. Diría que hay muchos secretos que salieron a la luz y que explican muchas situaciones y, desde su comienzo, que el Proceso de Reorganización Nacional, tal como comenzaba a tomar forma, iba rumbo a otro fracaso nacional. Lo que pienso de esa “instancia”, como diría Balbín, está en “Fuimos todos”.
Para mí en “1976” dos o tres situaciones novedosas. Primero, el reseñar la planificación del golpe con los meticulosos apuntes del general de división Albano Harguindeguy. Ahí se observa cómo la dirigencia política con sus divisiones y falsos escrúpulos le abrió las puertas a la intervención castrense: “O arreglan ustedes la situación y gobiernan ustedes o la arreglamos nosotros y gobernamos nosotros”, palabras más, palabras menos, del almirante Emilio Eduardo Massera a diputados justicialistas. Otra es haber encontrado el lugar en donde se realizó la entrevista de Jorge Rafael Videla y Ricardo Balbín (la fecha exacta la obtuve de un insólito informe del KGB soviético). En esa entrevista, el líder radical le pidió a Videla que pongan fin a “la agonía” que vivía nuestro país, y lo hizo con reparos: le advirtió que él no saldría públicamente a saludar al nuevo tiempo. Con su silencio Balbín y el de otros le abrieron a la puerta a los que menos representaban la vida política nacional.
Me hizo recordar a los chilenos Eduardo Frei Montalva y Patricio Aylwin que tras la caída de Salvador Allende Gossens declararon que las FF.AA. habían salvado a Chile de un gobierno comunista y a los pocos meses reclamaban acceder al poder. Eran como el dueño de una cristalería que llamaba a una manada de búfalos a solucionar un problema en su interior y pretendía que una vez adentro no le rompieran ni tan solo una copa”.
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