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¡La argentinidad al palo! Los políticos deben ser más morales que el resto de la sociedad

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REUTERS/Agustin Marcarian
REUTERS/Agustin Marcarian

Con el anuncio presidencial del viernes pasado, se extendió por 15 días más la cuarentena eterna. El anuncio dejó sabor a poco. Centrado en conceptos ya dichos y reiterados, al concluir nos quedó una sensación de desánimo e incertidumbre generalizada. Se comunica mal.

Cada gobernador hace lo que puede, y como puede. La orquesta del Titanic en lo que se ha convertido la clase dirigente nos pone al borde del colapso social. Nos acostumbrados a la “maroma” política (cambio oportunista de opinión), que se va adaptando según las circunstancias.

Estamos viviendo tiempos excepcionales. Desde su inicio señalamos que la pandemia no era una crisis, sino algo mucho más profundo, una verdadera catástrofe. Arrancamos el 20 de marzo, estamos transitando octubre y aún no sabemos cuándo, cómo y donde podremos encontrar el rumbo que nos marque un camino de salida. Un país sin rumbo.

En Borgen, la serie danesa que por estos días esta causando furor en nuestras tierras, pese a que su lanzamiento fue hace diez años, y que motivara un artículo mío en este mismo medio hace siete días, siguen pasando cosas.

La protagonista de esa exitosa serie lanzo una frase al pasar que me llevo a reflexionar sobre los destinos de nuestra nación: los políticos deben ser más morales que el resto de la sociedad. Conceptualmente eso deja afuera la “maroma” política nacional y popular con la que convivimos hace décadas.

Los dilemas morales que enfrenta nuestra clase dirigente son de toda clase y naturaleza. Hacen lo que pueden, pero lo están haciendo mal. Los resultados lo demuestran. Como la orquesta del Titanic, hizo lo que sabía hacer, fue simbólico, pero poco útil.

Una sociedad que se ve reflejada fielmente en la letrada del tango “Cambalache” habla más de nosotros como colectivo social, como esos pasajeros del Titanic que, en lugar de buscar una salida de la muerte segura, se sentaron alrededor de la orquesta para escuchar sus acordes finales. Se entregaron a su destino sin luchar.

La moral pública no puede ser puesta al servicio de otros intereses que no sean los contenidos en nuestra a Constitución Nacional, porque ese es nuestro pacto social.

La cultura argentina y popular nos brinda por un lado una clase dirigente que goza de privilegios. De hecho, en plena catástrofe por la pandemia siguieron cobrando íntegramente sus dietas, sin un gesto de reducción, más no sea mínimo, como muestra de solidaridad con la población sufriente. Mientras que el trabajador de a pie tuvo una suerte completamente distinta.

Actitudes como esa nos recuerdan al capitán Francesco Schettino, condenado a 16 años de cárcel por el naufragio del Costa Concordia, quien se escapo de su nave mientras se hundía cerca de la costa italiana en 2012 causando 32 muertos.

Ni que hablar de los pequeños y medianos comerciantes que vieron destruido su futuro y toda posibilidad de dar continuidad a su fuente de trabajo. Mientras todo esto pasa los privilegios de unos se contraponen con los sacrificios de los otros

Por eso la frase del personaje principal de Borgen cobra vida propia en la realidad de nuestra nación: los políticos deben ser más morales que el resto de la sociedad. Y esto se convierte en una verdadera necesidad.

Los argentinos, anestesiados como sociedad, somos cómplices de lo que nos pasa. Sin reacción frente a aquellas cosas que se nos presenta como algo normal, pero que claramente no lo son.

Los niveles de pobreza de nuestra nación son hoy intolerables. La argentina de las cinco pandemias (salud, economía, instituciones, seguridad y educación) debe terminar de una buena vez por todas. Y eso es responsabilidad de quienes nos dirigen. Hay que enfrentar los problemas, y no precisamente emulando al capitán Francesco Schettino.

Quienes dirigen nuestros destinos, tanto los de un lado, como los del otro, deben de una buena vez por todas dejar de “caranchear” y trabajar en pos de los consensos.

Quienes no puedan justificar su patrimonio deberán dar cuentas a la Justicia. No hay otra forma. La política es para servir. No para servirse.

La casa de papel, la serie española que gira en torna al asalto a la Fábrica Nacional de La Moneda y Timbre con sede en Madrid, España, nos vuelve a poner la “ñata” contra el vidrio de la moral.

Ciccone no es La casa de papel. Pero es un fiel reflejo de lo que somos como sociedad. En La casa de papel también hay un “profesor” (sí, otro más, estamos por todas partes), que es quien dirige al grupo de cacos.

En la serie los “malos” son los buenos. Son los personajes que nos van conquistando capitulo tras capítulo. Hasta que llegamos al exceso moral se ver a la policía como los malos. El mundo al revés.

Las discusiones que nos enredan dejan la moral colectiva por el suelo. La incertidumbre en la que vivimos día tras días parece más un objetivo que una casualidad.

La economía está al frente de la incertidumbre en el lugar más alto. Venimos arrastrando un estancamiento de diez años. El estado de la economía nacional es desastroso. Más grande que el agujero del Titanic.

En 2018 el promedio de valor de las acciones del Merval era 1800 dólares. Hoy vale 280 dólares el 50% de ese derrumbe es de este año, lo cual indica claramente que la pérdida de valor de las empresas es catastrófica.

Por eso la incertidumbre termina afectando la marcha de la economía, que es hoy la principal preocupación de los argentos. Luego la seguridad y en tercer lugar recién encontramos la Salud (ver encuesta de Aurelio). Dato no menor para tener en cuenta en plena alza de casos de Covid-19, según la información oficial que nos brindan día a día.

Al mismo tiempo que todo esto pasa el dólar juega su juego y se va, como siempre, hasta las nubes. Las reservas -o mejor dicho la falta de reservas- generan aún más incertidumbre y las medidas que se tomaron la incrementan aún más.

En una sociedad mentalmente dolarizada, parece naíf (o torpe) pensar en convencernos de ahorrar en pesos. Históricamente los que intentaron transitar ese barranco terminaron por desmoronarse.

En materia de impuestos se agrava la cuestión. En lugar de pensar un esquema que mejore la rentabilidad de las empresas, se siguen pensando nuevas formas de gravarlo. Algo tan necio como inviable. Eso no es pensar bien.

La Bersuit inmortalizó una canción que nos describe muy bien como conjunto social: La argentinidad al palo

La calle mas larga, el río más ancho

Las minas mas lindas del mundo

El dulce de leche, el gran colectivo

Alpargatas, soda y alfajores

Las huellas digitales, los dibujos animados

Las jeringas descartables, la birome

La transfusión sanguínea, el 6 a 0 a Perú y muchas otras cosas mas

Nos permitimos agregar: el dólar más caro y la cuarentena más larga.

¿No será hora de que nos bajemos todos, dirigentes y dirigidos del pedestal de esa argentinidad al palo, nos arremanguemos y trabajemos en una nación unida, donde Los políticos deben ser más morales que el resto de la sociedad, y La casa de papel sea solo una serie donde los malos terminen tras las rejas y no disfrutando de los millones que se robaron?

Nos condenaron a una cuarentena interminable que terminó por destruir la economía nacional. Superamos los ochocientos mil infectados y nos encaminamos, en breve, a superar el millón de infectados oficiales. Dicen las malas lenguas que estas cifras hay que multiplicarlas al menos por diez.

Un escenario totalmente impensado el 20 de marzo pasado. Pero un escenario real de cara a lo que viene. Nuestras políticas públicas han fracasado. A la vez que se destruyo por completo la economía y se incrementaron fuertemente los niveles de inseguridad ciudadana. No es un dato menor que hoy, en la cabeza de los argentinos de a pie, la economía y la seguridad, superen a la pandemia en su grado de preocupación.

No nos cansaremos de reiterar una y otra vez la necesidad de que nuestra clase dirigente se baje del auto con chofer y camine la calle, salga a hacer las compras, hable con los vecinos, en definitiva, que tenga un baño de realidad, pues de otra manera resulta imposible que logren comprender las necesidades y angustias de sus gobernados.

Es frecuente escuchar que el destino está escrito. En realidad, nosotros somos los autores de nuestro propio destino.

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