Esta edición del Abierto de Estados Unidos parece traer una suerte de alivio a aquellos que estaban afectados por una fuerte melancolía por la ausencia de muchos jugadores. Pero Nueva York bendijo a jóvenes figuras que ya empiezan a maravillar y sorprender y que convirtieron al Grand Slam en, para muchos, el mejor de los últimos largos años por la gran calidad que tuvieron muchos encuentros y por la gran variedad de los apellidos.
Eso enriquece y alivia porque se empieza a mostrar que el tenis internacional tiene un enorme futuro. Y a los nombres de Felix Auger Aliassime y Carlos Alcaraz se les suman también los de Leylah Fernández y Emma Raducanu. Las dos sorprendieron por su agresividad, naturalidad, inteligencia y resistencia física aún en su corta edad. Pero por sobre todo maravillan por la frescura con la que compiten que permite disfrutar, asombrar e ilusionarse.
Pero, por otro lado, resulta inevitable seguir una línea y una lógica con lo que escribí hace algunos días sobre el manejo de las presiones; sobre todo quedó el caso de Naomi Osaka, de las dificultades que tuvo y que expuso para manejarlas. Tanto Fernández como Raducanu tienen que, todavía, probarse a sí mismas. Su talento, capacidad técnica y fortaleza casi de la inconsciencia les permite obtener logros inigualables.
Leylah Fernandez festeja su trinfo sobre Elina Svitolina. Foto: AFP
El mundo se asombra y hace que ellas no miren para abajo cuando se las encumbra. El tema es que hay un momento en que la altura a la que pudieron acceder empieza a generar un vértigo al que es muy difícil encontrarle el medicamento natural que calme los síntomas y no terminar siendo esclavas de eso que consiguieron. Si se traza una línea y se busca algo en común, el manejo de las presiones es el gran rival a vencer.
Ganar su primer Grand Slam no le fue tan difícil a Osaka como sí tener que aceptar y convivir en lo que se había convertido porque las expectativas cambian, las propias y las ajenas. Ellas dos ahora empezarán a ser noticia si tienen una derrota temprana o alcanzan alguna instancia a la que hace algunas pocas semanas hubieran celebrado. Ya empezarán a tener gusto a nada, a fracaso, a semana perdida una derrota impensada. Ojalá lo que viven por estos días no las empalague porque después, ¿qué sentido tendrá lo vivido si lo que vendrá pasará a tener gusto a nada?
Raducanu y su frecura en Flushing Meadows. Foto: EFE
Naomi Osaka dijo: “Cuando gano es casi una obligación y no siento más que eso, un alivio. Cuando pierdo es una inmensa tristeza”. Ojalá que los adultos que tienen a su alrededor tanto Fernández como Raducanu las sepan guiar con la misma calidad, madurez e inteligencia con la que acompañaron el camino hacia la cima. Porque se pretende que el de Flushing Meadows sea el punto de partida de una carrera linda recordando que un logro es algo para celebrar eternamente y no terminar siendo esclavo de ello.
Sobre el punto les comparto una charla después de una práctica de hace algunas semanas en Washington DC que tuve con Rafael Nadal y uno de sus entrenadores, Francis Roig, amigo de muchos años del circuito. Hablábamos justamente de las defensas de los rankings y de los títulos y de las presiones. Y Nadal, casi como interrumpiendo, dijo: “¿Defender qué? Yo nunca defendí nada si yo ya lo tenía ganado. Eso era mío y me pertenecía. Yo nunca fui a Roland Garros a defender el título; yo ya lo había ganado una, dos, siete, ocho veces. Nunca sentí que tenía que defender un ranking y siempre sentí que tener presión y obligaciones era un motivo de celebración porque significaba que atrás de eso había habido grandes logros”. Qué sentido tendría una vitrina llena y un alma vacía.