Este sábado 9 de enero celebró su cumpleaños número 100 en su Budapest natal, la capital húngara a la que sólo pudo volver hace poco tiempo. Se trata de Agnes Klein-Keleti, la campeona olímpica viviente más veterana hasta hoy, que acumuló 5 medallas de oro, 3 de plata y 2 de bronce entre los Juegos de Helsinki (1952) y Melbourne (1956). Lo más extraordinario es que lo hizo más allá de sus treinta años de edad en una disciplina como la gimnasia artística, generalmente reservada a adolescentes y juveniles. Y más extraordinario aún, que sobrevivió al Holocausto, una vida propia de una película, casi increíble. “Amo la vida, la salud es la esencia. Sin eso, no hay nada”, afirmó ahora, plena de esa vida con su primer siglo.
Agnes comenzó a practicar gimnasia cuando tenía apenas cuatro años. Pero en 1937, con 16 de edad, se consagró campeona nacional de su país. Podía ser una buena candidata al podio en los Juegos Olímpicos de 1940 o 1944, pero la Segunda Guerra Mundial obligó a la cancelación.
Con Hungría bajo el yugo nazi, la madre y la hermana de Agnes -familia judía- consiguieron emigrar por las gestiones de aquel héroe llamado Raoul Wallenberg, diplomático sueco, luego desaparecido cuando llegó el Ejército Rojo. Pero el padre de Agnes fue deportado a Auschwitz. Agnes, en cambio, fue protegida por una familia húngara en un campo, con una identidad falsa.
Agnes Keleti y sus cinco medallas doradas. Foto: AP
Después de la Guerra, volvió a entrenar: ganó el primero de los campeonatos nacionales de 1946 en barras asimétricas y en la temporada siguiente dominó la gimnasia durante los Campeonatos Europeos. Tenía la esperanza de participar en los Juegos de Londres. Sin embargo, un lesión en el tobillo, sufrida poco antes de esa cita, le impidió asistir. Además de sus virtudes deportivas, también sobresalía como música, tocaba el violonchelo y ofrecía conciertos.
Se mostró recuperada un año más tarde para los Juegos Universitario en Modena, donde logró seis medallas (cuatro doradas). Y ya en los Juegos Olímpicos de Melbourne, donde era una de las estrellas de la gimnasia artística tras su coronación de Helsinki, se convirtió -con 35 años- en la más veterana campeona del historial de gimnasia; allí venció en la viga de equilibrio, suelo y barras paralelas, pero una baja performance en caballete le impidió el primer puesto del concurso general, ganado por la soviética Laryssa Latynina.
En la capital de Finlandia había obtenido el título en los ejercicios sobre suelo, además de una medalla de plata y dos de bronce. Y los Juegos de Melbourne se realizaron poco después de que las tropas soviéticas invadieran Hungría, sofocando una rebelión. Allí Agnes decidió emigrar: pidió asilo político en Australia y finalmente se radicó en Israel, donde trabajó como entrenadora del equipo olímpico de gimnasia hasta principios de los 90.
Agnes Keleti es una leyenda del deporte olímpico. Foto: AP
Previamente trabajó como preparadora física del Instituto Orde Wingate. Recién volvió a Budapest en 2015. Desde entonces, ha sido laureada por los gobiernos húngaro (“Atleta de la Nación”) e israelí (“Premio Nacional 2017”).
Retirada de las competiciones, advirtió sobre el excesivo rigor que sienten las gimnastas muy jóvenes, tanto por la dureza de la preparación como la presión de las competencias. “No deberían empezar tan temprano, primero hay que desarrollar la mente entre los chicos, no sus cuerpos. Las medallas no son lo más importante, sino las experiencias que se viven para lograrlas”, sostuvo.
En la celebración de su cumpleaños, expresó: “Estos 100 años me parecieron 60”. Y se alejó de aquellos calificativos de “reina de la gimnasia”. “Me parece una exageración”, dijo. También resaltó que “las experiencias que me dieron los viajes por el mundo son mi bien más preciado, más que las medallas. Me encantaba el deporte porque me permitía viajar”. Pero, rodeada por la prensa en el festejo, concluyó: “Vivo bien, es genial que todavía me sienta tan saludable. Amo la vida”.