TOKIO (AP) — Se autodescribe como una “viejita”. Reconoce que dudó que estaría compitiendo tanto tiempo. Hubo momentos en que “lograrlo” no tenía nada que ver con los Juegos Olímpicos y más que nada con salir de la cama de un hospital.
No sorprende entonces que Allyson Felix se presentó a sus últimos Juegos Olímpicos sin el miedo de perder.
Y no sorprendió que en esta noche del viernes saliera ganando.
No fue la medalla de oro en los 400 metros femeninos. Pero el bronce lucirá de igual bonito en su vitrina de trofeos. Es la medalla número 10, la que la deja bien arriba en los libros de récords.
En una noche de humedad pegajosa, pero de grandes emociones en Tokio — Felix — la gacela de los sprints, la madre, la activista, la mujer realista — se convirtió en la atleta de pista más laureada en la historia olímpica.
Lucía radiante al subirse al cajón más bajo del podio en el Estadio Olímpico — el nuevo bronce brillando al posarse sobre su sudadera blanca, con el “USA” bordado.
“Tantas veces, le daba toda la prioridad a estos campeonatos”, dijo. “Y no quería hacerlo en esta ocasión. He tenido que pasar por tanto. Siempre corro por el oro. Pero esta noche solo quería tener un momento de felicidad, pasara lo que pasara”.
La décima medalla olímpica de Felix rompió el empate con la velocista jamaicana Merlene Ottey, y ahora quedó igualada con Carl Lewis, quien ganó 10 preseas y estaba encumbrado como el atleta de pistas más laureado de Estados Unidos. Felix podría rebasar a Lewis el sábado, cuando se espera que forme parte del relevo 4×400.
Le tocó largar el viernes, como tenía que ser en esta ocasión, en el puesto más solitario de la pista, la Calle 9. Es el carril en el extremo, frente a rivales más jóvenes, todas detrás de ella y donde no podía verlas.
A lo largo de su ilustre carrera, una que abarca cinco Juegos Olímpicos y dos décadas, rara vez parte de la 9. Es la que le toca a los que tienen menos opciones de victoria.
Pero al largar, evitó lo que destruye a los corredores. Se cuidó de salir muy rápida, un instinto natural cuando no se tiene idea alguna por dónde va el resto.
Ejecutó una carrera casi que perfecto, considerando las circunstancias. No ganó. Muy poca gente esperaba eso. Llegó 1 segundo y 10 centésimas detrás de Shaune Miller-Uibo, la bahameña que le quitó el oro hace cinco años en Río, cuando se estiró en la meta mientras Felix corría erguida.
Ello le dolió. Los segundos lugares en Atenas y Beijing también. Felix, una atletas que cuida con recelo su privacidad, acabó llorando tras esos resultados.
Después de una semifinal esta semana que fue un martirio de principio a fin, reconoció que ya no era la chica jovencita de antes. Lo que no dijo era que la final no sería un cuento de hadas.
“Desde luego, no quería encontrarme en esa posición, porque es lo que confiaba conseguir”, dijo. “Pero puedo apartar ambas cosas. Siento que he transitado tanto con respecto a los otros Juegos. Estos han sido diferentes. Suena a cliché, pero honestamente es algo que excede el mero hecho de salir a correr”.
El bronce se dio casi tres años después que Felix propició un debate sobre el trato que reciben la mujeres en el atletismo y en el deporte en general. Rompió su contrato con Nike, que descontaba pagos en los contratos de las mujeres que patrocinaban si se embarazaban. Felix tuvo una hija en 2018.
Ganó su medalla con unas zapatillas que ella misma diseñó para la compañía que fundó.
Felix también ha hablado con sinceridad sobre la dificultad de retomar las competencias tras un embarazo que precisó de una cesárea de emergencia que puso en riesgo las vidas de ella y su bebé.
Durante la semana, dio voz a un tema que encontró eco en Tokio: ganar no lo es todo y que la presión de subir al podio hace que todo el empeño sea mucho más difícil.
“Cuando me apresto a correr, normalmente tengo miedo”, escribió en un mensaje en las redes sociales que difundió horas antes de la carrera. “No tengo miedo de perder. Pierdo mucho más de lo que gano. Así es la vida y así es cómo debe ser”.
Al final, Felix no tenía nada que temer.