Uno de los aprendizajes más complejos, tanto en la familia como en las organizaciones, es el de soltar el control. Como padres, como líderes o simplemente como adultos que acompañamos a otros, solemos caer en la tentación de decidir por quienes queremos proteger. Creemos que el amor se demuestra anticipando los errores o evitando que los demás sufran. Sin embargo, muchas veces ese afán protector termina convirtiéndose en una forma de control que ahoga más de lo que cuida.
El coaching ontológico nos invita a mirar estas dinámicas desde otro lugar. Como dice Rafael Echeverría, “somos observadores distintos de la realidad” y, por lo tanto, lo que creemos que es “proteger” puede ser, para la otra persona, un límite a su autonomía. La clave está en reconocer que cada individuo necesita vivir sus propias experiencias, incluso aquellas que implican equivocarse.
En lo cotidiano lo vemos con claridad:
- Un padre que insiste en que su hijo estudie una carrera “con salida laboral”, cuando el joven siente pasión por otra totalmente distinta.
- Una madre que presiona para que su hija siga en un deporte porque “ya está avanzado”, aunque la adolescente quiera probar algo nuevo.
- El consejo insistente sobre con quién estar o no en una relación, como si el amor pudiera controlarse desde afuera.
- El dilema es siempre el mismo: ¿cuándo cuidamos y cuándo controlamos?
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