Especial para Infobae de The New York Times.
(Science Times)
Una mañana reciente, en las prisas por salir de casa, mi esposo, Ben, empezó a hablarme de un pódcast que acababa de escuchar sobre los efectos de la contaminación atmosférica en la salud, y se mostraba ajeno a los gritos de nuestro hijo de 4 años, que no encontraba los calcetines adecuados, o al hecho de que nuestro hijo de 7 años le estaba echando Cheerios aguados en la garganta al perro.
Quise gritarle a Ben. En lugar de eso, me obligué a hacer algo que me parecía antinatural: “atendí a” mi esposo.
Era una estrategia que había aprendido en un libro nuevo de John y Julie Gottman, los famosos investigadores maritales que afirman que pueden adivinar con más de un 90 por ciento de precisión si la relación de una pareja durará, y si serán felices, después de observarlos durante solo 15 minutos.
Ben, quien suele aceptar lo que se le propone, había accedido a que probáramos juntos los ejercicios de “The Love Prescription: 7 Days to More Intimacy, Connection and Joy”, para que fortalecer nuestro matrimonio y para que yo pudiera escribir sobre nuestra experiencia. Ben y yo llevamos 19 años juntos y felices, pero a últimas fechas nos ha consumido la crianza de nuestros hijos.
“Atender” es el truco número 1 de los Gottman para las relaciones. Cuando uno de los miembros de la pareja (en este caso, Ben) hace una “oferta de conexión” sincera, el otro tiene tres opciones: puede ignorar la oferta (alejarse); puede responder negativamente (volverse en contra); o puede aceptar la oferta positivamente (atender).
“Supongamos que le digo a John: ‘¡Vaya, mira qué pájaro tan bonito hay afuera de la ventana!’”, puso Julie como ejemplo durante una llamada reciente por Zoom. “John podría ignorarme por completo. Podría decir: ‘¿Quieres dejar de interrumpirme? Estoy leyendo’. O podría decir: ‘¡Oye, sí!’”.
Un movimiento de cabeza, un toque, incluso un “mmm”, todo ello cuenta como atender.
Según los Gottman, esos momentos son depósitos en la cuenta bancaria emocional de la pareja (su “cochinito del amor”) a los que pueden recurrir en momentos de conflicto. Ben y yo pusimos los ojos en blanco ante esta analogía empalagosa, pero los Gottman tienen décadas de información recopilada que sostiene la idea de que los breves momentos de amabilidad y conexión pueden predecir la felicidad matrimonial. Gran parte de su investigación se llevó a cabo en el Gottman Love Lab, el centro de investigación pionero que John cofundó en la década de 1980 en la Universidad de Washington para estudiar qué es lo hace que el amor romántico sea duradero.
En uno de los experimentos más conocidos de los Gottman, estos invitaron a 130 parejas de recién casados a pasar un día en el laboratorio (diseñado para que pareciera un hogar acogedor) e hicieron un seguimiento meticuloso de todas sus interacciones. Al cabo de seis años, los Gottman hicieron una visita de seguimiento y descubrieron una sorprendente segmentación: quienes permanecieron juntos habían respondido a las interacciones el 86 por ciento del tiempo en el laboratorio. Los que acabaron divorciados solo lo hicieron el 33 por ciento de las veces.
Predicar con el ejemplo
John, de 80 años, es el experto en datos, ya que se formó como matemático en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su sigla en inglés) antes de cambiar a psicología. Se casó con Julie, de 71 años, en 1987. Ella también es psicóloga clínica, aunque se centra más en el trabajo con pacientes. Julie es la tercera esposa de John; sus dos matrimonios anteriores terminaron a causa de graves problemas de incompatibilidad.
Juntos son una máquina de creación de contenidos. John ha publicado más de 200 trabajos de investigación, y sumados han escrito más de 40 libros. La pareja también supervisa el Instituto Gottman, que ofrece talleres y materiales de formación para parejas y los cientos de terapeutas que se han certificado en sus métodos.
“Considero a John Gottman como el padrino de algunas de las piezas más fundamentales de las intervenciones en las relaciones de pareja actuales”, afirmó Sarah Whitton, profesora de la Universidad de Cincinnati y directora del Centro de Salud Conductual, quien investiga las relaciones románticas y la salud psicológica.
“Creo que algunos científicos especializados en relaciones podrían oponerse un poco ante algunas de las afirmaciones simplificadas que los Gottman hacen a partir de la investigación”, añadió Whitton. “Nosotros solemos decir las cosas de manera mucho más tentativa”.
En muchos sentidos, la pareja es su mejor caso práctico, ya que ofrece un ejemplo realista de cómo es una relación próspera a largo plazo. Durante una mala racha al principio de su matrimonio, acudieron con una terapeuta de parejas durante algunas sesiones, pero John comentó que era evidente que la consejera lo prefería a él. (“¡Me parecía una gran terapeuta!”, recordó John sonriendo.) Así que dejaron de ir y en lugar de eso recurrieron a sus estudios en busca de orientación.
“Tenemos conflictos. Discutimos. Hay veces que no nos caemos muy bien”, narró John. “Pero usamos estas herramientas y con el tiempo se han convertido en una segunda naturaleza”.
Julie comentó que se atienden “todo el tiempo”. Cuando John está leyendo su Kindle y comparte algo en voz alta, Julie se detiene a escuchar. Si ella le pide que limpie algo en la casa, él dice que sí; y son cariñosos. Durante nuestra entrevista en video desde su casa de Portland, Oregón, donde pasan el tiempo para estar más cerca de su hija, su yerno y su nieto de 8 meses, Julie tocó con suavidad el hombro de John al menos cinco veces.
Durante la pandemia de COVID-19, la pareja se refugió en su domicilio principal en la isla Orcas, frente a la costa del estado de Washington. Ambos se contagiaron de COVID-19 en dos ocasiones. Julie enfermó tanto que tuvo que ir a urgencias, pero siguen recordando con cariño estos más de dos años. Por primera vez en años, no viajaron para dar talleres o impartir conferencias todo el tiempo.
“Tuvimos la oportunidad de vivir todas las estaciones en la isla Orcas y de pasear juntos”, dijo John. Veían series policíacas británicas y pasaban tiempo en su “sofá de los apapachos” designado.
“Fue maravilloso para nosotros”, agregó.
Pequeños cambios, grandes recompensas
Aparte de su propia experiencia, los Gottman saben que los últimos años han acabado con muchas relaciones y creen que su libro más reciente, que escribieron durante la pandemia, llega en un momento importante para muchas parejas. Esperan que, al sintetizar décadas de investigación en siete estrategias sencillas, su libro pueda ofrecer una intervención que sea fácil y divertida. Los Gottman afirman que no es necesario tener conversaciones complicadas, lo cual fue el argumento de venta más importante para mi esposo.
Cada capítulo presenta un ejercicio específico de construcción de relaciones que puede ayudar en cualquier etapa de la relación, como hacer un análisis de 10 minutos durante el cual ambos miembros de la pareja se preguntan: “¿Hay algo que necesites de mí hoy?”, que fue la tarea del Día 1.
El resto de los ejercicios: Hacerse mutuamente una gran pregunta abierta; dedicarle tiempo a notar las cosas que hace tu pareja a lo largo del día y agradecérselas; hacer un cumplido real; pedir lo que necesitas en primera persona; pasar un día acumulando tantos pequeños momentos de contacto como sea posible; y establecer una noche de cita en pareja.
A Ben y a mí algunas tareas nos parecen más “divertidas” y útiles que otras. El ejercicio de las preguntas fue esclarecedor y me recordó las conversaciones que teníamos cuando empezamos a salir hace casi dos décadas. (Una de las preguntas sugeridas es: “Si pudieras convertirte en cualquier animal durante 24 horas, ¿cuál elegirías?”. Los dos elegimos delfines).
Otros ejercicios parecían más espinosos. En el tercer día, Ben y yo recibimos instrucciones para vigilarnos de cerca y darnos cuenta de todas las cosas positivas que ambos hacemos y que suelen pasar desapercibidas, y luego darnos las gracias mutuamente por ellas. Como la cuidadora principal de los niños (quien hace los almuerzos y prepara las bolsas, lleva el registro de los horarios de la familia y, la mayoría de las veces, arropa a nuestros hijos por la noche) se me erizó la piel ante la idea de que tenía que agradecerle más a Ben. ¿Acaso era inmadurez de mi parte? ¿También resentimiento? Probablemente.
Pero esa es una de las limitaciones de buscar consejo sobre relaciones en un libro; no había nadie que pudiera ayudarnos a reflexionar sobre lo que estábamos aprendiendo, y algunas de las tareas sugeridas nos estaban llevando a aguas turbias en el aspecto emocional. ¿Había entendido mal el ejercicio? ¿Acaso resistirme a reconocer los esfuerzos de Ben eran una señal de problemas más importantes que debíamos abordar?
Cuando terminó la semana, Ben y yo notamos algunos cambios. Éramos más afectuosos físicamente, lo cual fue agradable, y nos dedicamos a atendernos uno al otro en los momentos fugaces del día, algo que era más natural al principio, cuando no todo se trataba del trabajo o de los niños.
Una semana no transformó nuestra relación, pero sí la revitalizó. Nos recordó que, por muy ocupados que estemos, tenemos tiempo suficiente para ser amables el uno con el otro.