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Don Adams: cerca de la muerte en la guerra y la decisión con el Súper Agente 86 que lo hizo millonario

"Get Smart" Barbara Feldon ,Don Adams 1965 © 1978 Ken Whitmore

Hoy, el inolvidable actor del Súper Agente 86 cumpliría 100 años. Los comienzos en el humor y los tiempos difíciles. La explosión con Maxwell Smart y su participación en los famosos gags. Los fracasos luego de la serie. La muerte de su hija y sus últimos años de vida

Para triunfar interpretando a un tonto hay que ser muy inteligente. Esa frase podría resumir la carrera y la vida de Don Adams.

Para triunfar también se necesita algo de suerte y voluntad. No resignarse a aceptar lo que parece que está destinado a uno, revelarse contra el destino.

Don Adams tuvo que haber muerto cuando tenía 19 años. Lo alistaron durante la Segunda Guerra y lo enviaron a combatir al Pacífico. Fue uno de los que desembarcó en Tulagi, una pequeña isla perteneciente a las Salomón. Lo hirieron, bordeó la agonía y necesitó un año de internación en Nueva Zelanda para reponerse. Volvió a Estados Unidos y debía empezar su vida. Se dedicó al humor. Era bueno pero parecía que nunca pasaría de ser un simpático segundón. Cuando ya había superado la edad en que los actores despegan, le llegó la gran oportunidad y no la dejó pasar.

Supo esperar, supo aprovechar su momento. Maxwell Smart encontró en él, imprevistamente, a su intérprete ideal. Personaje y actor fueron la conjunción perfecta, obtuvieron la inmortalidad.

El apogeo fue breve pero fulgurante. Maxwell Smart lo eternizó como uno de los grandes comediantes de la historia de la televisión. Rating, fama, salarios suculentos, tres premios Emmys al mejor actor. Fue como si apareciera de la nada y, tal vez, el factor sorpresa jugó a su favor. Nadie vio venir a Don Adams. Pero después, cuando el personaje se agotó, y los espectadores fueron hacia otras propuestas, los caminos se le cerraron abruptamente. No volvió a encontrar otro proyecto, ni otro personaje que alcanzara el éxito.

Y supo, también, lidiar con la caída, no perdió la elegancia cuando descubrió que al público no le interesaba su futuro, que todo lo que querían de él era lo que ya había hecho, su pasado. Había quedado demasiado identificado al Súper Agente 86. El público, cada vez que aparecía Don Adams, sólo veía a Maxwell Smart. Otra virtud: no renegó nunca de su gran personaje, no fue ingrato con él, pese a que le obstaculizó todo éxito siguiente.

Tan extraordinaria había sido su actuación, tan inolvidable el personaje que creó, que se convirtió en su propia condena. Don Adams quedó arrapado en las arenas movedizas de su gran suceso televisivo. Todo lo que siguió fue sólo un remedo pálido de aquellos cinco años consagratorios de la segunda mitad de la década del sesenta.

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