Pablo Dubois (40) nunca imaginó que lo primero que tendría que hacer al pisar Los Angeles era buscar un odontólogo. No sabe cómo lo encontró, pero recuerda que pagó 50 dólares para recuperar el diente que había perdido unos días atrás. Llevaba la paleta en el bolsillo de la riñonera, donde la había guardado segundos después del primer gol de Martín Palermo frente al Real Madrid.
El festejo en el Estadio Nacional de Tokio se transformó en una montaña humana en la que “Huevo” cabeceó la nuca de otro hincha. No le importó. La sonrisa, algo desvencijada, no se la borraba nadie.
Veinte años después, Pablo recuerda ese viaje a Japón con Nicolás Galli (40), el amigo de la infancia con el que compartió la travesía. Ambos compraron sus pasajes dos semanas antes de la final Intercontinental. Eligieron la opción más económica: cuatro noches en Tokio, regreso rápido después del partido y una breve estadía en Los Angeles. Un lugar ideal para celebrar una victoria o para olvidar una derrota que parecía inevitable. En frente estaban Los Galácticos de la casa blanca.
El viaje de Nicolás Galli y Pablo Dubois a Japón
“Huevo” estaba del lado de los optimistas. “En la previa del partido estábamos almorzando y dije que a los 15 minutos Boca iba a ganar 3 a 0. Me contestaron que estaba loco”, le cuenta Pablo a Clarín desde Villa Luro. Su pronóstico estuvo cerca: a los 12 minutos el Xeneize se imponía por 2 a 1.
Nicolás también se tenía fe. La confianza en el equipo le había surgido mucho tiempo antes. “Después primer campeonato local con (Carlos) Bianchi, en 1998, volví a mi casa y le dije a mi mamá que si ganábamos la Libertadores iba a viajar a Japón. No sabía cómo iba a conseguir la plata, pero tenía claro que no me lo podía perder”, recuerda.
Los dos amigos llegaron a Tokio con esa seguridad. En la previa lograron colarse por unos minutos en hotel donde descansaban los jugadores y compartieron ascensor con integrantes del plantel. También protagonizaron un incidente durante un entrenamiento del Real Madrid, donde los invitaron a retirarse.
El viaje de Nicolás Galli y Pablo Dubois a Japón
Las horas previas a la final las aprovecharon para recorrer la capital nipona. “Donde ibas había una camiseta azul y amarilla. Pero cuando entramos a la cancha tomamos la dimensión real de la cantidad de gente que había. Los tres anillos del estadio repletos, con banderas gigantes. Impresionante”, recuerda Nicolás. El número impactó: 10 mil hinchas recorrieron los más de 18 mil kilómetros que separan a Argentina de Japón, a un año de una de las peores crisis económicas del país.
Lo que vino después es historia conocida. Dos goles de Palermo, el descuento de Roberto Carlos y otros 80 minutos en los que Juan Román Riquelme se encargó de volver locos a sus rivales. Para Pablo y Nicolás, el reloj se detuvo. “Todo el segundo tiempo estuvimos abrazados como los Pumas, repitiendo la misma canción. Fue el partido que más sufrí en mi vida”, explica “Huevo”, que para ese momento ya tenía un diente menos y soportaba como podía la helada noche de Tokio. “Hacía 4 grados pero fui con una musculosa. Era la cábala que había mantenido durante dos años, no la iba a cambiar en ese momento”, se defiende.
Los festejos en el estadio no pudieron extenderse demasiado. Había que subirse al micro que los esperaba en la puerta para regresar al hotel. “Fue difícil dormir y entender lo que habíamos vivido. Al otro día nos sacamos fotos con los diarios de allá, con japoneses que nos paraban en la calle, era todo rarísimo. Pero creo que no caíamos de lo que había pasado hasta que llegamos a Los Angeles. Ahí pudimos celebrar”, recuerda Nicolás.
El viaje de Nicolás Galli y Pablo Dubois a Japón
La vuelta a casa tuvo una última parada en San Pablo. Allí vieron la ajustada victoria del equipo de Bianchi sobre San Lorenzo, en lo que sería el primer paso para una nueva consagración local. “Cuando llegamos a Buenos Aires nuestros familiares nos recibieron como si fuéramos Palermo y Riquelme. Y una semana después estábamos en la cancha festejando otro título. Una locura”, coinciden.
En la canchita del club Amigos de Villa Luro, donde se conocieron, Nicolás y Pablo repasan las fotos de esos dos jóvenes de 20 años que posan en la puerta del Estadio Nacional de Tokio. Llevan puesta la camiseta de edición limitada que compraron allá, con inscripciones en japonés. “Muchos chicos nos siguen preguntando cómo fue ese viaje y nos dicen que se arrepienten de no haber ido. Eso nos confirma que tomamos la mejor decisión de nuestras vidas”, afirma Nicolás. “Huevo” asiente y sonríe. Ya no quedan rastros del festejo que le voló un diente. Solo un recuerdo inolvidable.