“A mí me gusta atender a los pacientes de Covid. Me gusta cuidarlos y ver cómo evolucionan. Es gratificante. Me llena el alma”, dice Gerardo Ricardo Monjes (50 años), un enfermero con 31 años de carrera.
El nacido en Palermo, Capital Federal, decidió cambiar de vida junto a su pareja, Griselda Korchak (46), a quien conoció trabajando en cuidados críticos de un hospital privado. Dejaron todo y hace 4 años llegaron a San Juan. Entre los bolsos vino lo más importante para los dos: la pasión por la enfermería.
El martes 29 de diciembre, histórico para la Argentina por el comienzo de la vacunación contra el coronavirus, Gerardo tenía franco en su trabajo en el CCI (Centro de Cuidados Intensivos) y su esposa se fue a cumplir con la guardia en el Hospital Rawson.
Era su día de descanso, pero no era cualquier día. Entonces se levantó temprano y a las 7:30 ya estaba en la puerta del estadio cubierto Aldo Cantoni. Después ingresó y se sentó en las sillas dispuestas con distanciamiento social, mientras algunos colegas preparaban las dosis de la Sputnik V. Pasadas las 9:15 lo pincharon en el brazo izquierdo. El hombre se convirtió en la tercera persona en San Juan en recibir la vacuna rusa, y su nombre será recordado en la historia.
“Sentí satisfacción y orgullo por ser uno de los elegidos de la primera línea”
“No importa el origen de la vacuna. Para mí, como enfermero de cuidados críticos, es muy importante. Más allá de que me inmuniza, es una gran herramienta para continuar cuidando a mis pacientes“. Monjes vivió la pandemia del N1H1 en 2009, mucho menor que la del COVID-19, pero que tuvo un impacto importante en Buenos Aires.
El enfermero recibido de la prestigiosa Escuela Superior de Enfermería Cecilia Grierson, de su provincia, tiene una trayectoria profesional que incluye a grandes centros de salud del país como el Sanatorio Güemes, de CABA, la Fundación Favoloro, el Sanatorio Fleni y el Hospital Español, de Buenos Aires. Su último lugar de trabajo antes de llegar al CCI sanjuanino fue el Sanatorio Julio Méndez de Capital Federal.
“Nunca le tuve miedo a la vacuna, hay que creer en la ciencia”
“Prácticamente no sentí el pinchazo. Sentí satisfacción y orgullo por ser uno de los elegidos de la primera línea. Mi deseo es que todos seamos vacunados”, cuenta sobre ese momento que no olvidará fácilmente.
El hombre que pasó la mayor parte de su vida en áreas críticas de los hospitales, acostumbrado a ver lo que la mayoría prefiere no ver, admite que trabajar en la pandemia le genera “adrenalina” y lo compara con “los bomberos, que entran al fuego”, a quienes les tiene una profunda admiración.
Monjes asegura que durante esta emergencia sanitaria sus guardias incluyen “más horas, pero en un sólo puesto de trabajo”, porque a veces tiene que cubrir a compañeros “aislados y otros infectados”. “Esto no me ha generado ningún cansancio. Estoy dispuesto a brindarme”, asegura.
“Tengo mucha confianza, y esta vacuna ha sido una evolución de las personas que la han creado, un beneficio a nuestro cuerpo humano. Nunca le tuve miedo, hay que creer en la ciencia“, apunta el enfermero.
“Llegué con mi señora a San Juan buscando otro horizonte”
El profesional explica que poder ver primero “lo que sucedía en Europa” le dio “una ventaja” a la Argentina. “Eso me ha llevado a mí a involucrarme en lo que veía y mentalizarme para poder ayudar. Con mi señora tendemos a aislar lo emocional, para que no nos afecte“, relata el hombre que se preparó para “recibir esta problemática mental e intelectualmente, desde el conocimiento”.
Cambio de vida
“Aquí llegué con mi señora buscando otro horizonte. Nos alejamos un poco de lo que se vive en Buenos Aires. Tenemos amigos en San Juan y eso nos abrió esta puerta”. Después de haberse desempeñado en grandes hospitales, Monjes se dio cuenta de que ya no quería para su vida la inseguridad de la gran urbe.
Cuando llegaron su pareja entro rápidamente a trabajar al Hospital Guillermo Rawson y él al CCI, que depende del grupo del Sanatorio Mayo.
“La tranquilidad que tenemos acá es impagable”
En Buenos Aires viven sus hijas -fruto de una relación anterior-: Milagros (25 años, abogada) y Guadalupe (23, estudiante de Trabajo Social). Gerardo es hijo único, su padre falleció y en Avellaneda vive sola su mamá, Norma (80). Desde que llegó a San Juan, no regresó a su provincia, pero sus familiares y amigos vinieron a visitarlo antes de la llegada del coronavirus al país.
“La tranquilidad que tenemos acá es impagable, aparte del cariño de la gente, la educación y el respeto que tienen. Acá la gente camina en la calle hablando por celular y no pasa nada”. La pareja se instaló en el centro sanjuanino.
En el verano vinieron a visitarlo sus hijas y quedaron varadas en San Juan, por el aislamiento social, preventivo y obligatorio decretado por el presidente Alberto Fernández el viernes 20 de marzo. Milagros y Guadalupe estuvieron 7 meses en la provincia y recién en octubre pudieron regresar a Buenos Aires.
“El conocimiento saca el miedo”
“Mi mamá quedó sola allá. Fue muy complicado, pero yo soy muy creyente y eso es una herramienta también. Se está dando todo bien y ella está al tanto de las noticias sobre la llegada de la vacuna”, cuenta. Monjes también es profesor de Aikido. Las artes marciales le enseñaron a mantener el control sobre sus emociones en situaciones críticas como las que atiende día a día. “Como sensei, cuando esto termine quiero poner un dojo”, asegura.
La llegada del COVID-19 lo preocupó pero no le generó miedo. El enfermero aclara que se enfocó en cumplir con el protocolo adecuado para su trabajo y cuenta que para evitar llevarle contagios a sus pacientes sigue aislado. Está casi en fase 1 y no sale a comer a restaurantes ni a tomar algo a algún café céntrico. “Vamos con mi señora a hacer las compras nomás. Es la exigencia que nos propusimos“, dice.
“Esta profesión es ciencia y es dinámica”
Además cuenta que para afrontar esta ocasión atípica lo ayudó su vocación de servicio, su experiencia y el refuerzo profesional que le da la capacitación: “Estoy muy agradecido de quienes me formaron, inclusive aquí en el CCI”.
Para Gerardo “el conocimiento saca el miedo”. Cuenta que en la pandemia “hay momentos óptimos” en los trabajadores de la salud reciben “agradecimiento” y otros en los que la gente ve en ellos “a una figura que no los hace sentir seguros”. Pero él no se fija en eso y se enfoca en su trabajo.
“Esta profesión es ciencia y es dinámica, trato de estar al día, porque todo se renueva. Amo la enfermería desde los 17 o 18 años, cuando empecé a estudiar“. El hombre que en los ’90 se desempeñó en la Fundación Favaloro se reconoce como un apasionado de su trabajo.
En el primer día de vacunación, contra un virus por el que batalla lejos de su provincia, fue el tercero de la fila. “No imaginé esa repercusión”, asegura, tras ver su foto en los portales oficiales y en distintos medios de comunicación sanjuaninos. Apenas le llegó esa imagen a su teléfono celular se la reenvió, orgulloso, a su mamá. “Trato de brindarme lo mejor posible. Cuando volvamos a la normalidad voy a ir a Avellaneda”, dice.