Telesol Noticias
Deportes

historias de los que buscaron el Grand Slam al que aspira Novak Djokovic

Con su victoria en Wimbledon, Novak Djokovic se alineó junto a los otros colosos que marcaron el rumbo del tenis en las últimas décadas, Roger Federer y Rafael Nadal, repartiéndose 20 ‘majors’ cada uno, cifra impresionante por donde se la mire. Pero ahora, el serbio se encuentra a las puertas de una hazaña con escasos precedentes en la historia de su deporte y que –de concretarla en septiembre- recalentaría la discusión por “el más grande de todos los tiempos”. Y de hecho, ni Federer ni Nadal, con la incomparable grandeza de cada uno, estuvieron en posición de llevarse los cuatro grandes títulos en la misma temporada.

En el tenis femenino lo consiguieron Maureen Connolly en 1953, la australiana Margaret Smith-Court en el 70 y, más cercana a nosotros, la alemana Steffi Graf en 1988 cuando, además, conquistó el oro olímpico en Seúl, por lo que aquella temporada se denominó el “Golden Slam” para ella. Entre los hombres, solamente el estadounidense Don Budge allá por 1938 y el australiano Rod Laver en dos oportunidades (1962 y 1969) obtuvieron el Grand Slam, la suma de los cuatro principales y tradicionales campeonatos en una misma temporada. Desde entonces, el Grand Slam se levantó como un Everest casi inaccesible, y eso que el tenis disfrutó de verdaderos colosos en este último medio siglo.

Steffi Graf con la medalla de oro de Seúl 1988, año en que ganaría el Golden Slam. Es la única persona en la historia que lo logró.

Steffi Graf con la medalla de oro de Seúl 1988, año en que ganaría el Golden Slam. Es la única persona en la historia que lo logró.

Jimmy Connors logró tres de los cuatro grandes torneos en la temporada de su irrupción al primer plano (1974) pero ni se molestó por viajar a París, que siempre le resultó esquivo en sus primeras incursiones y donde recién volvió a fines de aquella década. Entre sus contemporáneos, Björn Borg insinuaba que sería capaz –resultaba casi imbatible en las semanas Roland Garros-Wimbledon- pero el US Open constituyó su “némesis”.

Ninguno, entre las generaciones siguientes, tuvo la posibilidad cierta de alcanzar el Grand Slam. Siempre surgía algún punto débil que lo frustraba: podía ser el US Open para Ivan Lendl, Roland Garros para John McEnroe y Pete Sampras, por citar a algunos de los ganadores con mayor frecuencia en grandes campeonatos. Y Australia no era un destino frecuente hasta principios de los 90.

Recién Andre Agassi se dio el gusto de ganar todos los torneos grandes, aunque en temporadas diferentes, hasta que Federer y Nadal, y hoy Djokovic, establecieron una nueva dimensión en su deporte: por su habilidad física, fortaleza mental, fundamentalmente, por la vigencia de cada uno.

No existe reglamento alguno que se refiera al “Grand Slam” ni tampoco se instituyó un premio “oficial”. Pero está sobreentendido que se trata de la hazaña suprema en el tenis. Así ocurrió con cada uno que lo ganó y así sería en el caso de Djokovic.

Jack Crawford, la acuñación del término y el whisky que impidió la hazaña

Comenzó a hablarse del tema en los albores de los años 30, cuando el australiano Jack Crawford ganó el campeonato de su país y, meses más tarde, se apoderó de Roland Garros y Wimbledon, una trilogía que nadie había logrado antes. Al llegar Crawford a Nueva York para el Campeonato de Estados Unidos dispusieron de una flota de limusinas para trasladarlo al legendario West Side en Forest Hills, que fuera la sede del campeonato hasta 1977 (cuando lo ganó Guillermo Vilas).

En aquel momento, una columna escrita por John Kieran en The New York Times indicó: “Si Crawford gana este torneo, sería como un Grand Slam en el court”. Fue la primera referencia al concepto, algunos dicen que tomado del golf y otros, del bridge. Lo cierto es que Crawford alcanzó la final en Forest Hills contra otro que se convirtió en leyenda, el británico Fred Perry.

John Herbert “Jack” Crawford era hijo de un granjero que, luego de una sequía, se instaló en Sidney, donde el chico recibió las primeras enseñanzas tenísticas en un colegio católico. En 1931 ganó el primero de sus cuatro Campeonatos de Australia, nada menos que ante Harry Hopman –el mayor sabio que jamás conociera este deporte- y lo revalidó un año más tarde.

En el 33 alcanzó su tercer éxito consecutivo en su país y emprendió la aventura europea, derrotando en la final de Roland Garros a uno de los “mosqueteros” que aún seguían batallando (Henri Cochet) y en Wimbledon a Ellsworth Vines, considerado el número 1 del mundo en las clasificaciones extraoficiales que se difundían en ese momento.

“Vistiendo en la cancha sus pantalones largos de franela y su camisa de manga larga abotonada, Crawford ofrecía una imagen imponente y por algo se le conocía como Gentleman Jack (Jack, el caballero)”, describió el periodista español Pedro Hernández. Como compañera de dobles mixtos llevaba a su propia esposa, Marjorie Cox, con quien alcanzaron los cuartos de final en Wimbledon.

En Forest Hills, Crawford avanzó sin dificultades hasta la final con Perry y después de un primer set adverso (3-6) ganó los dos siguientes por 13-11 y 6-4. Para el descanso posterior al tercer set, Perry prefirió concentrarse en el vestuario, mientras Crawford tomaba tranquilamente un whisky. No se sabe si la combinación entre el whisky y el agobiante calor del verano neoyorquino lo derrumbó: Perry le ganó 6-0 y 6-1 en los sets decisivos y acabó con aquella primera ilusión de un Grand Slam.

Fred Perry con el trofeo que ganó en Forest Hills en 1936. Foto AFP

Fred Perry con el trofeo que ganó en Forest Hills en 1936. Foto AFP

Los comentaristas le buscaron todo tipo de explicaciones a la caída de Crawford, pero este fue más directo: “¿No saben que Fred Perry es un gran jugador?”.

Crawford cedió las finales del año siguiente (Australia, Roland Garros y Wimbledon) pero recuperó la corona de su país a principios del 35, desquitándose justamente de Perry.

Don Budge y sus dos milagros: el Grand Slam y salvar a un  rival judío de los nazis

Otros nombres asomaban a mediados de esa década, principalmente el del norteamericano Donald Budge. Y cuando este dispuso de su gran oportunidad en 1938, fue otro columnista, Allison Danzing, quien sentenció: “El Grand Slam es el Santo Grial del tenis, el corazón del deporte y la obsesión de sus principales jugadores”.

Budge era hijo de un futbolista escocés, Jack Budge, del Glasgow Rangers. Afectado por una neumonía, los médicos le aconsejaron que se buscara otro clima y se marchó a San Francisco, donde se casó con la pelirroja Pearl Kincaid, también inmigrante escocesa. Tuvieron tres hijos, siendo Donald (13/5/15) el más chico.

Como la mayoría de sus amigos, Budge se inclinaba por el básquet, el béisbol y el fútbol americano, pero cuando tenía 15 años atendió el consejo de su hermano mayor y comenzó a practicar tenis. Se destacó rápidamente en el equipo de una de las más prestigiosas universidades, California-Berkeley y se convirtió en el más promisorio tenista junior de su país. En 1936, Budge realizó su primera incursión europea y luego perdió la final del campeonato estadounidense con Fredy Perry, 10-8 en el quinto set.

Para muchos, Fred Perry es el nombre de una exquisita marca de ropa deportiva (por cierto, fundada por el mismo Fred). Pero la realidad es que fue el más grande tenista de su tiempo, apenas tiempo después de ser campeón mundial… de tenis de mesa. A sus tres títulos en el campeonato de Estados Unidos (33, 34 y 36) les unió otros tres –consecutivos- en Wimbledon (34-35-36) que lo convirtieron en el mayor ídolo del deporte británico.

También fue el triunfador en Australia (34) y Roland Garros (35), y llevó en cuatro temporadas consecutivas a Gran Bretaña a la conquista de la Copa Davis: debieron pasar más de siete décadas para que los británicos disfrutaran de otro campeón local en el single masculino de Wimbledon (Andy Murray en 2013) y para recuperar la ensaladera de plata (2015).

Pero en su tiempo Budge asomaba como el mayor rival, especialmente después de ganar Wimbledon y Estados Unidos en 1937. La final de Wimbledon, contra el Barón Gottfried von Cram, el mejor tenista de la historia alemana en la era pre-Boris Becker, se resolvió por 8-6 en el quinto set, después de que Budge remontara una desventaja de 1-4. En su época lo consideraron “el mejor partido de tenis de la historia”, un concepto ciertamente discutible hoy día, pero que igual indica la calidad de aquel juego.

Budge se convirtió en el “Deportista del Año” en Estados Unidos, premiado con el Sullivan Award, una distinción llamativa cuando el tenis no era un deporte popular. El premio se lo entregó Babe Ruth, el ídolo del béisbol. Y se cuenta que Budge se encontró por esos días con otro famoso beisbolista, Joe Di Maggio (luego esposo de Marilyn Monroe). La misma leyenda indica que Di Maggio le dijo: “De chico soñé con ser un gran tenista como tú”. Y la respuesta de Budge fue: “Es curioso, porque mi sueño era ser un gran beisbolista como tú”.

Don Budge, ganador del Grand Slam.

Don Budge, ganador del Grand Slam.

Además de sus viajes, entrenamientos, competencias y lecturas, Budge se daba tiempo para causas más nobles como la defensa de su rival Gottfried von Cram, asediado por los nazis. En medio de un partido Budge-von Cram (algunos citan aquella final de Wimbledon y otros, un match de Copa Davis), von Cram recibió una llamada del propio Hitler, advirtiéndole que estaba en juego “el honor nacional”.

En 1938 fue detenido por dos acusaciones que eran una sentencia de muerte: “homosexual” y “defensor de judíos”. Budge encabezó una campaña para liberarlo, escribió una carta a los jerarcas nazis firmada por diferentes personalidades resaltando que Von Cram era “el deportista ideal, un perfecto caballero”. Lo liberaron a los seis meses y, más adelante, lo enviaron a combatir en el despiadado frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial. Sobrevivió de milagro.

El tenis era un deporte “amateur” y Budge estaba ansioso por ganar algún dinero en el incipiente circuito para profesionales. Antes de eso, intentó el Grand Slam y para eso debía viajar a Australia, un campeonato poco atractivo en aquel momento. La Federación Australiana les pagó el viaje a Budge, a su gran rival y amigo Gene Mako (un inmigrante húngaro que había vivido en Buenos Aires) y al barón Von Cramm: la travesía marítima duró 21 días, hasta que llegaron a Adelaida, sede del campeonato, que Budge ganó sin ceder un set.

Roland Garros tenía un significado especial para Budge, ya que allí vivía Pau Casals: se admiraban mutuamente. Casals le prometió un concierto si ganaba el torneo y Budge –cuya aficiones iban del jazz a la música clásica, y de las teorías de Einstein hasta las poesías románticas de Heine- cumplió. Venció en la final al alemán Roderick Menzel 6-3, 6-2 y 6-4, y pudo disfrutar de Casals y su cello a orillas del Sena. Budge se convirtió así en el primer tenista estadounidense en triunfar sobre la arcilla de Roland Garros, un territorio que los “mosqueteros” de Lacoste y Borotra, entre otros, les tenían vedado.

Semanas más tarde, Don Budge arrasó en Wimbledon sin ceder un set, ni siquiera en la final con un local, Bunny Austin, a quien le ganó 6-1, 6-0 y 6-3. También contribuyó a recuperar la Copa Davis para Estados Unidos, al batir a los australianos en Filadelfia. Y al retornar a Forest Hills, el Grand Slam volvía a ser el tema.

Budge era imparable en ese momento. Ganó sus cuatro primeros partidos con amplitud, incluyendo a Hopman entre sus vencidos. Se suponía que solo podía afectarlo el huracán de New England, que provocó vientos de hasta 200 kilómetros por hora y obligó a suspender seis veces la semifinal ante Sidney Wood. Le ganó a este y, la final, a su amigo Mako en cuatro sets. Hazaña consumada y, de allí, un paso al profesionalismo, sin mayor historia.

Don Budge se alistó en las fuerzas norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial y ofreció exhibiciones ante los soldados. Murió a principios de este siglo, después de sufrir un grave accidente automovilístico en Pennsylvania.

La Legión australiana

La década posterior marca el surgimiento de la más notable, maravillosa, generación de tenistas de un mismo país, aquella que las enseñanzas de Harry Hopman construyó en Australia y que permitió que su país fuera la potencia casi imbatible hasta fines de los 60. Hopman fue un maestro inigualable en cuanto a la técnica y la estrategia del tenis, la preparación física y la disciplina con sus jugadores.

Suficiente con decir que fue la época de Laver y Rosewall, de Sedgman y Hoad, de Emerson y Newcombe, de Mulligan y Tony Roche, por nombrar a algunos fenómenos. Australia logró 16 títulos de Copa Davis entre 1939 y 1967 bajo la capitanía de Hopman, mientras sus jugadores conquistaron la asombrosa cifra de 53 torneos de Grand Slam. Una cifra que pudo ser mucho mayor de no elegir, casi todos, el camino del profesionalismo, que les privó de participar en los grandes campeonatos desde principios de los 60 hasta la Era Abierta.

Entre aquellos superdotados, Lew Hoad parecía el de mayor talento y quedó a las puertas del Grand Slam en 1956, tras ganarle las finales de Australia y Wimbledon a su compañero de generación, de vecindario en Sidney y de dobles, Ken Muscles Rosewall”, sumando el título de Roland Garros ante el sueco Sven Davidson. A Hoad le faltaba sólo capturar el título en Forest Hills, que se jugaba sobre canchas de césped, y en la final volvió a encontrarse con su amigo Rosewall.

John Newcombe y Ken Rosewall, en el centro, junto a Patrick Rafter y Lleyton Hewitt. Talento australiano que cruza generaciones. Foto AFP

John Newcombe y Ken Rosewall, en el centro, junto a Patrick Rafter y Lleyton Hewitt. Talento australiano que cruza generaciones. Foto AFP

“Creo que Lew estaba un poco nervioso aquella vez por la posibilidad del Grand Slam” reflexionó Muscles mucho tiempo más tarde. Según el comentario del diario The Age “les tocó una jornada muy ventosa. Ambos estaban acostumbrados a jugar con viento, venían de Sidney. Pero mientras Rosewall aprendió a utilizar el viento como una ventaja, Hoad trataba de combatirlo”. Hoad ganó el primer set, pero después Rosewall lo dominó para ganarle 4-6, 6-2, 6-3 y 6-3, impidiendo su coronación.

Entre sus lesiones en la espalda –lo atribuyeron a un excesivo entrenamiento con pesas en su juventud- y su rápido pase al profesionalismo, Lew Hoad no dispuso de otra oportunidad. Fue, en cambio, un gran maestro, heredero de las enseñanzas de Hopman. Y a su academia en Mallorca, allá por la década del 60, acudían promisorios juveniles de distintos países. Entre ellos, uno que absorbió como ningún otro cada consejo del patriarca Lew: Guillermo Vilas.

A lo largo de su fantástica campaña, que incluyó doce títulos en los principales campeonatos, Rosewall no tuvo la chance del Grand Slam. Cuando el tenis se convirtió en deporte abierto, retornó como una de las principales figuras y aún en 1974, con sus cuarenta años, intentó conquistar Wimbledon, el único de los grandes torneos que le faltaba y donde alcanzaba por cuarta vez la final. Pero un joven, impetuoso y agresivo Jimbo Connors se lo impidió.

Uno de los grandes australianos que optó por permanecer en el campo amateur durante la década del 60 fue Roy Emerson y así acumuló 12 de los grandes torneos, al igual que Rosewall. En una de aquellas temporadas llegó a ganar tres (Australia, Wimbledon, Estados Unidos), venciendo en las tres finales al estadounidense Fred Stolle. Sin embargo, no tuvo chance de Grand Slam, ya que el italiano Nicola Pietrángeli lo abatió en los cuartos de final de Roland Garros.

Rod Laver, el hombre que duplicó la hazaña

Aquella gloria del Slam quedó para otro de los ilustres australianos, Rodney Laver, la “roca de Rockhampton”. En su autobiografía “Mi tenis” –que combina relatos de sus mayores victorias con consejos técnicos- Laver se presenta así: “Soy pelirrojo, tengo 49 mil pecas, mi nariz es ganchuda y mis piernas torcidas. No parezco un gran atleta y tal vez por eso le gusto al público. No tengo nada llamativo, aparte de mi brazo izquierdo”.

Cuatro años más joven que Rosewall y Hoad –ya que nació el 8 de agosto de 1938- Laver empezó a jugar en canchas construidas por su padre y éste lo llevó con el entrenador Charlie Hollis, quien rápidamente advirtió sus condiciones: “Este chico tiene una vista de águila y lo entrenaré aunque sea gratis”. Laver conquistó su primer gran torneo –el Abierto de Australia– en 1960 y Wimbledon al año siguiente. A lo largo de su campaña, sumó once títulos de Grand Slam, pero recordemos que no pudo participar entre 1963 y 1968, faltando así a 27 grandes torneos, muchos de los cuales –sin dudas- hubieran quedado bajo el dominio de su poderosa zurda.

A principios del 62, Laver logró nuevamente el Open australiano, al vencer a Emerson, y después sorteó su prueba más difícil, Roland Garros, ya que no estaba habituado a las canchas de arcilla. Nuevamente postergó a Emerson. Pletórico de confianza, avanzó en Wimbledon y liquidó en la final a uno de sus jóvenes compatriotas, también surgido de las canchas de Sidney, Martin Mulligan: 6-2, 6-2 y 6-1. Mulligan, posteriormente, tomó la nacionalidad de sus padres, italianos de Treviso, pero no volvió a colocarse en las grandes finales.

Al llegar para el último capítulo, sobre el césped de Forest Hills, Laver sabía cómo manejar la tensión y su paso por el campeonato de Estados Unidos fue implacable: no cedió ni un set en las primeras rondas contra el israelí Davidman, el ecuatoriano Zuleta, el alemán Nitsche y el mexicano Tony Palafox (quien luego se haría célebre como maestro de John McEnroe). Recién en cuartos de final, el estadounidense Froehling, con su temible saque, le arrebató un set. “Necesitaba un partido así”, comentó Laver. En semifinales venció al mexicano Rafael Osuna y esa misma noche compartió una cena con quien sería su rival en el partido decisivo, una vez más Roy Emerson

Si la final de Forest Hills 61 fue para Roy, esta revancha marcó la gloria de Laver por 6,2, 6-4, 5-7 y 6-4. Apenas recibió el trofeo, alguien se acercó para decirle: “Bienvenido al club”. Era Don Budge. Se fueron a tomar unas cervezas en un bar de Forest Hills, aquellos tres, Laver, Emerson, Budge… Dos semanas más tarde, el pueblo entero de Rockhampton salió a darle la bienvenida. No habría más grandes campeonatos en los años siguientes, ya que Laver aceptó una oferta de 100 mil dólares anuales para incorporarse al circuito de los profesionales, que lideraban Jack Kramer y Pancho Gonzales.

Rod Laver, dos veces ganador los cuatro torneos de Grand Slam en un mismo año.

Rod Laver, dos veces ganador los cuatro torneos de Grand Slam en un mismo año.

La temporada 1968 marcó la mayor revolución en la historia del tenis, cuando se convirtió en el primer deporte en admitir a los profesionales junto a los “amateurs”. Había comenzado la Era Abierta que transformó la estructura del tenis y, además, fue un modelo que luego siguieron las otras disciplinas, principalmente olímpicas.

El primero de los torneos “Open” se jugó en Bournemouth, Inglaterra, y nada más ideal que aquella final, en la que se encontraron nuevamente Rosewall y Laver, con victoria para el primero. A fines de esa misma temporada, el Abierto de la Argentina tuvo el privilegio de recibir al Rocket man, quien cayó en el partido decisivo ante Emerson.

Pero con más de treinta años y tras sus andanzas en el profesionalismo, Laver no había cedido un ápice de su jerarquía. En 1969 ganó el Abierto de Australia ante el español Andrés Gimeno, Roland Garros ante Rosewall y Wimbledon ante otro australiano, John Newcombe. Solamente le quedaba el campeonato de Estados Unidos –ahora denominado US Open- para conquistar un segundo Grand Slam.

Laver venía en una racha impresionante, había perdido su último partido sobre la hierba de Queen’s ante Newcombe y, paradójicamente, eso le preocupaba: “Ganaba todo y mi experiencia me indicaba que en algún momento iba a tener un bajón. Rogué que no fuera en el Open”, contó. Para alejarse del ruido del torneo, se alojó en un departamento en Manhattan que le ofreció Charlton Heston. “Entrenaba por la mañana y después, veía un poco de TV o escuchaba discos de Aretha Franklin y José Feliciano”, recordó en su autobiografía.

Las primeras rondas (Luis García, Jaime Pinto-Bravo y Jaime Fillol, una gloria del tenis chileno y abuelo de Nicolás Jarry) no representaron ningún obstáculo. Los problemas aparecieron en cuartos de final, cuando Dennis Ralston –quien décadas después sería entrenador de Gabriela Sabatini por algún período- lo obligó a un quinto set, que Laver resolvió por 6-3.

Crecía la presión, pero también las dificultades. Las canchas de Forest Hills quedaron anegadas después de varias jornadas de lluvia y el juego se complicó. Para Laver, fue durísimo el encuentro de los cuartos de final, que le ganó en cuatro sets muy peleados a Emerson, y también la semi contra Arthur Ashe (8-6, 6-3, 14-12).

El partido decisivo se disputó el 8 de setiembre de 1969, con otro australiano como oponente: Tony Roche. Un notable jugador que tenía récord favorable sobre Laver, aunque aún no le había ganado en las competencias importantes. Roche tomó una ventaja, tras ganar el primer set por 9-7 pero después Laver lo revirtió con amplitud: 6-1, 6-2 y 6-2. Si coronar un Grand Slam (1962) era una hazaña… ¿Cómo denominar al segundo?

La estatua de Rod Laver en el complejo en que se disputa el Abierto de Australia. Foto EFE

La estatua de Rod Laver en el complejo en que se disputa el Abierto de Australia. Foto EFE

“Laver fue un monstruo del tenis. Ganó dos Grand Slam y, de haber podido jugar durante aquellos años en que los profesionales estaban prohibidos, se hubiera llevado algunos más”, asegura Guillermo Salatino, admirador total del australiano.

Rod Laver recibió un premio de 16 mil dólares por conquistar el US Open del 69, apenas monedas si se compara con los 3 millones destinados al campeón de esta temporada. Esas diferencias abismales entre las cifras de aquel tiempo y las actuales se replican en todas las etapas. Pero la grandeza del tenis pasa por otro lado, por la jerarquía técnica, el temple y el tenis exquisito que legaron hombres como Rod Laver, y que hoy llevan adelante los Federer, los Nadal, los Djokovic.

De aquel instante final tras batir a Roche, Laver recordó siempre que saltó sobre la red –una celebración que había jurado no realizar- y que su única preocupación era hablarle por teléfono a su mujer, Mary.

“Terminadas las entrevistas, encontré una cabina telefónica detrás de la tribuna de prensa y me enfrenté entonces a una de las rotundas verdades del hombre de nuestro siglo: se puede ganar un Grand Slam, se puede aparecer en millones de hogares gracias a la tv, se puede llevar un cheque de 16 mil dólares, pero no se puede telefonear si no se dispone de una ficha. Tenía todo cuanto deseaba en el mundo, pero lo único que quería en aquel momento era oír la voz de mi mujer, y para ello me faltaba un miserable pedacito de metal”, comentó el campeón. Hasta que se acercó un periodista y le prestó una…

Rotundo tributo, el estadio central de Flinders Park, Melbourne, que en cada verano recibe el Abierto de Australia lleva el nombre de Rod Laver.

MC

Noticias relacionadas

Marcos Moneta, de Los Pumas 7s, fue elegido como el mejor jugador del año

Los Pumas vs Wallabies, por el Rugby Championship: horario, TV y formaciones

Una bandera en la Bombonera reavivó la interna en La Doce

Please enter an Access Token