A quienes disputan una final de un Grand Slam en general se les presenta un enorme desafío que no siempre se puede cumplir. El acceder a esa instancia claramente es el sueño de cualquier jugador, pero inmediatamente, cuando esa situación se concreta, la misión y el objetivo que muchas veces son inalcanzables es encontrar el control de las emociones, manejar los nervios y frenar la mente para que no se vaya y que no se corra un milímetro del presente. Justamente para poder mantener aquel nivel que fue el que permitió acceder a una instancia tan prestigiosa como es la final del Abierto de Estados Unidos.
Para Iga Swiatek jugar una final muchas veces es sinónimo de efectividad, contundencia, regularidad y perfección porque en su historial marca que ganó 10 de las 11 que jugó y las siete de la temporada; la situación en la gran final de este sábado puso del otro lado de la red a Ons Jabeur, que venía de tener una enorme actuación y experiencia en Wimbledon y que, si bien el sueño de alzar el trofeo en Londres había estado cerca, no fue suficiente. Pero esa experiencia le podía dar también la posibilidad de afrontar la final con esa entereza, esa frescura y esa vitalidad que la caracterizan. La historia, de todos modos, parecía indicar que la polaca se encaminaría a un nuevo título, pero de una manera mucho más simple de lo esperado, de lo que se podía prever en cuanto a los números y el historial entre ambas.
Un gran comienzo de Swiatek la encontró desde el fondo de la cancha con regularidad, con esa sensación que provoca a sus adversarias de seguramente decir: “No tengo por dónde lastimar, no tengo por dónde entrarle en el juego”. No demostraba mayores fisuras porque muchas veces la estabilidad que encontró con el drive hacía para Ons Jabeur una situación sumamente compleja. Por eso ese primer set se fue de una manera muy clara y con la tendencia del principio a su favor. Sus números fueron sencillamente perfectos.
Iga Swiatek ganó las últimas 10 finales que jugó, y sin perder un set. Foto: Al Bello/Getty Images/AFP.
Ons Jabeur tenía la obligación de buscar la manera de hacer descarrilar ese tren que iba decidido a llegar a la última estación de una manera rápida y sin demoras. En el inicio del segundo set pareció que se repetiría la historia pero Swiatek empezó a mostrar una cierta inconsistencia y le dio a la tunecina la posibilidad de animarse, de encontrar en esa soltura y en ese juego variado que tiene la chance de recuperarse.
Se sucedieron las rachas. Y llegaron al tie break donde apareció el drama. Un tie break con vaivenes llamativos.
Los primeros puntos le dieron a Swiatek la posibilidad de tomar un liderazgo de 4-2 y, con equivocaciones de su oponente que cruzó de lado casi como un descargo mirando a su banco, como diciendo “no puedo creer las dos equivocaciones que tuve en esos seis puntos jugados” que la habían dejado muy mal parada. Swiatek convivió con esa inestabilidad que la volvió invadir. Hasta que finalmente cayó al piso para celebrar.
La felicidad de la campeona del US Open. Foto: Julian Finney/Getty Images/AFP
Más allá de todo, las dos jugadoras espectaculares volvieron a hacer historia. Swiatek se convirtió en una reina que construyó su legado en una temporada inigualable. La carrera de Jabeur se supera torneo tras torneo y los libros marcan que ya es definitivamente una personalidad que abrió un camino y que le mostró a su pueblo, al mundo árabe y al continente africano que el tenis es un deporte inigualable.
El Abierto de Estados Unidos cerró su capítulo en la rama femenina y fue un torneo realmente extraordinario, fantástico una vez más por todo lo regalado a lo largo de dos semanas. Swiatek volvió a brillar y volvió a mandar con tan sólo 21 años. Su reinado recién comienza.