Hace exactamente nueve décadas, cuando Juan Carlos Zabala conquistó el maratón olímpico en Los Angeles y se convirtió en el héroe histórico del atletismo argentino, otro de los nombres salientes de aquella gran cita fue el de Janusz Kusocinski, quien se proclamó campeón de los 10 mil metros llanos. Polonia es, desde hace tiempo, un país de alto nivel en este deporte, pero Kusocinski fue el primero en alcanzar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos.
Su nombre está asociado también, por varios motivos, al atletismo de nuestro país. Y, sobre todo, asociado a una vida que trasciende a sus hazañas deportivas. Combatiente en primera línea frente a la invasión nazi a su país, lo pagó caro: fue fusilado en un bosque, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial.
Kusocinski nació en Varsovia el 15 de enero de 1907 y su padre era funcionario ferroviario. El hermano mayor de Janusz, Zygmunt, murió en Francia durante la Primera Guerra Mundial y Tadeusz, otro de sus hermanos, también murió combatiendo pocos años después, durante la guerra entre polacos y bolcheviques.
Janusz Kusocinski combatió en la Segunda Guerra Mundial.
Aunque por su físico no parecía destinado al deporte, Janusz se entusiasmó con el fútbol y jugó desde adolescente en varios de equipos de la liga de Varsovia. Llegó al atletismo prácticamente por casualidad, cuando se anotó para una carrera de relevos, convocado por su club de ese momento, el Sarmata. Ello ocurrió a sus dieciocho años. Poco después quedó a las órdenes del entrenador nacional, Alexander Klumberg, un estonio que había logrado un record mundial del decathlon y que convirtió a “Kuso” en un buen especialista de distancias de mediofondo, entre 800 y 1.500 metros llanos.
A comienzos de la década del 30, Kusocinski se había convertido en “el gran corredor” de Polonia y durante las visitas al país del finés Paavo Nurmi –esa leyenda del atletismo mundial, que atravesaba por sus tiempos de esplendor con su cosecha de récords mundiales y títulos olímpicos- las carreras con Kuso convocaron multitudes. Pero otro fondista comenzaba a tallar fuerte en el mismo país. Se trataba de Stanislav Pietkiewicz, proveniente de Letonia, con quien Kusocinski mantuvo una fuerte rivalidad en las pistas que se derivó enseguida en una fuerte animadversión personal.
Poco antes de los Juegos de Los Angeles, Pietkiewicz fue declarado “profesional” y le impidieron competir allí. Kusocinski salió a aclarar que “no tuve nada que ver con eso y, como atleta, defendí el derecho de Pietkiewicz a participar”. Pietkiewicz se reconvirtió en entrenador y, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, alcanzó a viajar muy lejos… a la Argentina, donde fue el formador de una notable generación de atletas durante las décadas del 40 y 50.
En el otoño europeo de 1931, Juan Carlos Zabala realizó su primera gira europea. Y en el intervalo entre su récord mundial de los 30 mil metros en Viena (10 de octubre) y su debut como maratonista en Kosice (28 del mismo mes), participó en otra competencia en la capital austríaca sobre 5.000 metros: el “Ñandú Criollo”, joven promesa argentina por entonces, no tuvo demasiada opción ante un imbatible Kusocinski quien marcó 14m.42s.8 y lo aventajó por casi un minuto.
La temporada de 1932 fue “mágica” para Kusocinski. El 19 de junio en Amberes estableció el récord mundial de los 3.000 metros llanos con 8 minutos, 18 segundos y 8 décimas, terminando con uno de los tantos registros que acumulaba Nurmi (8m.20s.4 en 1926). Días más tarde, también batió el récord mundial de una prueba inusual, las 4 millas.
Janusz Kusocinski estableció un récord mundial.
Un siglo atrás, las distancias de fondo en el atletismo eran dominadas en forma abrumadora por los corredores de Finlandia, tal como en la actualidad lo hacen keniatas o etíopes. En la prueba de los 10 mil metros, los “finlandeses voladores” –como se les conocía- o los “procedentes de la Bella Sumi” eran directamente invencibles. Desde que esa distancia se estableciera en el programa olímpico, no habían cedido ninguna carrera, triunfando con Hannes Kolehmainen en 1912, Nurmi en 1920, Ville Ritola en 1924 y nuevamente Nurmi en 1928.
Para los Juegos de Los Angeles también eran grandes favoritos, pero Kusocinski peleó desde el arranque con ellos. Faltando una vuelta, sólo quedó Volmari Iso-Hollo para discutirle el oro y un cambio de ritmo del polaco, al ingresar a la última curva, sentenció la carrera. Kusocinski estableció un récord olímpico de 30m.11s.4, Iso-Hollo fue subcampeón con 30m.12s.6 y la medalla de bronce fue para el otro finlandés, Lauri Virtanen, más lejos, con 30m.35s.0. El argentino José Ribas, precursor del atletismo de fondo en nuestro país, terminó 11°.
La imagen del final es la de Kusocinski con sus pies ensagrentados, por las ampollas que le causaba un calzado inadecuado… Iso-Hollo tuvo su compensación, ya que en los mismos Juegos ganó los 3.000 metros con obstáculos. Virtanen, en cambio, se decidió a correr el maratón pocos días más tarde y, aunque en algún momento llegó a amenazar el dominio de nuestro Zabalita, finalmente abandonó.
Aquel triunfo convirtió a Kusocinski en un ídolo para el deporte polaco y se mantuvo en buen nivel por un par de temporadas. El 24 de julio de 1934 en Estocolmo, el danés Henry Nielsen le arrebató por cuatro décimas el récord de los 3.000 metros (8m.18s.4), en una prueba en la que “Kuso” quedó a diez segundos. Y en la primera edición del Campeonato de Europa, celebrado ese mismo año en Turín, fue subcampeón de los 5.000 metros llanos con 14m.41s.2, escoltando al francés Roger Normand. Allí el podio se completó con otro finlandés, Ilmari Salminen, quien dos años más tarde en Berlin le devolvió el lauro de los 10 mil metros a su país.
Entre lesiones y otras obligaciones –fue periodista deportivo para el diario Kurier Sportwoy- Kusocinski se alejó de las competencias, aun cuando produjo algunos regresos descollantes. Al momento de su retiro acumulaba diez títulos nacionales, el último de ellos en 1939, y 25 récords, en distancias que iban desde los 1.000 hasta los 10 mil metros llanos.
Kusocinski obtuvo 25 récords en distancias que iban de los 1000 hasta los diez mil metros.
El 1° de septiembre de 1939, Hitler ordenó la invasión a Polonia, comienzo de la mayor tragedia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Janusz Kusocinski se presentó como voluntario en el Ejército y lo destinaron a la compañía de ametralladoras del Regimiento de Infantería 360. Le concedieron la Cruz del Valor por su desempeñó en la defensa de Varsovia, que finalmente sucumbió ante el poderío nazi.
Kusocinski se quedó allí, trabajaba como mozo en un bar (Red Lobster) y, clandestinamente, para la Resistencia, hasta que la Gestapo lo detuvo en la puerta de su casa, el 28 de marzo de 1940. Fue golpeado y torturado. El 20 de junio lo trasladaron a los bosques de Kampinos, en las afueras de Varsovia, y fusilado junto a otros combatientes. Era parte de la Operación AB, una misión de exterminio sobre todos los resistentes.
El nombre de Janusz Kusocinski ha quedado en Polonia como un símbolo de sus proezas atléticas pero, fundamentalmente, de su patriotismo. Uno de los más importantes y tradicionales torneos internacionales en ese país lleva su nombre (Memorial Kusocinski) y allí –a lo largo de sus 68 ediciones, la última a principios de este mes en Chorzow- desfilaron las más relevantes figuras de este deporte. También, destacados argentinos como Germán Lauro, quien fue subampeón en lanzamiento de bala en 2014 en Szecszin, y Germán Chiaraviglio en salto con garrocha. El gobierno de Polonia también le concedió a Kusocisnki la Cruz de Comandante a título póstumo “por su contribución a la liberación del país y por sus logros deportivos”