“Los voy a extrañar mucho. Mi vínculo con River no es de uno, dos u ocho años; es de toda la vida y algún día ya nos volveremos a ver, soltó el Muñeco.
Era futbolero el abuelo. Se llamaba José Esteban y le decían Cacho. Jugó hasta pasados los 40 años, casi siempre en Deportivo Argentino de Pehuajó. Incluso tuvo un breve paso por Gimnasia y Esgrima La Plata cuando José María Minella era entrenador. No llegó a debutar en Primera. Le encantaba hablar de fútbol y era una maravilla escucharlo. Pero de los miles de recuerdos que tenía, solo le quedaba uno cuando el final se iba acercando. Ya casi no recordaba nombres ni situaciones. Solo rememoraba, siempre con lágrimas en los ojos, la tarde en que le hizo tres goles a Defensores, uno de chilena, aseguraba, y toda la cancha lo había ovacionado. Era su única ovación y la abrazó hasta la eternidad.
¿Qué sentirá, entonces, Marcelo Daniel Gallardo, ese entrenador que es leyenda en River? ¿Es posible ponerse en la piel del Muñeco, que en la noche de su despedida no escuchó una, ni dos, ni tres, sino nueve ovaciones? ¿Cómo se sentirá una persona a la que más de 72.000 almas aplauden hasta la emoción para decirle hasta pronto? ¿Será consciente de que otros millones hicieron lo mismo mirando una pantalla?
Todo lo que se pueda decir parece poco porque Gallardo no es un personaje más en River. Es, sin dudas, el entrenador más preponderante de la historia y hasta es probable que sea el ídolo máximo. Por eso se entiende también la fiesta que se realizó para decirle adiós.
Había olor a fiesta en el Monumental, más allá de la circunstancia. Se percibió la pólvora de los petardos que llevan la mente a los días de gloria, a las noches de copa Libertadores. Tal vez abrigaron unos esperanza los hinchas millonarios. “Che Muñeco, yo te quiero decir. Sos eterno, como lo de Madrid. No te vayas, pensalo una vez más. Te lo pide todo el Monumental”, fue el hit que se repitió hasta el cansancio.
Para cuando el equipo salió a la cancha, todos en el estadio alzaron sus celulares para captar el momento de la última vez del entrenador. “Muñeco/Muñeco/Muñeco”, tronó desde los cuatro costados. Y siguió: “Gallardo es de River/de River no se va”. En la pantalla gigante del Monumental se mostraba la caminata del técnico y la emoción en su rostro. También había lágrimas en Matías Biscay y Hernán Buján, sus laderos fieles. “Sos el mejor, sos el mejor”, le dijo Carlos Tevez, el invitado involuntario, cuando se abrazaron en la mitad de la cancha.
Marcelo Gallardo significa muchas cosas para los hinchas de River. Dicen que les devolvió la esencia, que sus equipos juegan como marca la historia. También aseguran que los hizo coperos. Aseguran más: que pudo someter a Boca, el eterno rival, como nunca antes. Pero lo que se posa en los más alto del podio es la final ganada en Madrid.
Ningún hincha de River creyó encontrar tan rápido una carta para jugar contra Boca. Desde el 2011, los pintados de azul y amarillo ponían sobre la mesa la carta del descenso y no tenían manera de empardar. No quedaba más que el silencio. Pero lo de Madrid fue épico para los simpatizantes millonarios porque les brindó la posibilidad de sentarse otra vez cara a cara con los xeneizes. Les devolvió una carta Gallardo, por eso lo celebran, más allá de los títulos, la ética y la estética. Desde 2018, River tiene con qué retrucar. Y esa es la marca más potente que deja el DT. “Gracias/por esa alegría/de ganarle a Boca/de salir campeón”, se cantó.
Y es competitivo Gallardo. Esa es otra de sus marcas. No se relajó ni el día de su despedida de Núñez y vivió el partido con la energía de siempre. Nuevamente no respondió River, como le sucedió a lo largo del año. El entrenador volvió loco a José Paradela, que se movió sobre la banda derecha, a metros de los bancos. Se enojó además con Esequiel Barco cuando no descargó de espalda en la jugada que terminó en el primer gol de los rosarinos. Así, lo que pasó en el entretiempo no sorprendió: adentro Nicolás De la Cruz y el cordobés Matías Suárez y afuera los reprobados.
Pero no es la temporada de River y Rosario Central pareció decirle al Muñeco que está bien el parate, que el tiempo del descanso no viene mal luego de más de 8 años de gloria. Porque ya no tiene respuestas el River de Gallardo: los juveniles de Central lo superaron desde lo físico y lo estratégico. Más: no hay rival que no se le anime en Núñez.
La imagen del final fue conmovedora: Enzo Pérez fue a buscar a Gallardo para abrazarlo y para invitarlo a la mitad de la cancha. Ahí se fundió con cada uno de los futbolistas. Aparecieron las 14 copas del ciclo para que los hinchas se olvidaran del partido que acababan de perder y se difundió un video con los mejores momentos del camino. Gallardo se puso una camiseta de River que le entregó Enzo Pérez; fue una foto potente.
“Jamás en mi vida soñé con vivir algo así. Esto es demasiado, mucho más de lo que creía poder tener”, dijo Gallardo cuando agarró el micrófono. Le costó hablar, claro. “Nos ha tocado ganar y también perder. Y en la derrota me he sentido más orgulloso”, siguió. Y cerró a pura emoción tras hacer llorar a todos. De Enzo Francescoli para abajo: “Gracias a ustedes los hinchas. Me hicieron sentir de una manera muy especial con cada homenaje que me hicieron cada vez que entré a este campo. Los voy a extrañar mucho. Mi vínculo con River no es de uno, dos u ocho años; es de toda la vida y algún día ya nos volveremos a ver”.