Hay vida después de la cárcel. Cada vez más iniciativas a nivel global lo demuestran. Y puede haber una vida mejor durante el tiempo en prisión, también. Son muy variadas las comunidades que llevan adelante programas de reinserción social que ponen a las personas privadas de su libertad en el centro del debate y a la sociedad como marco y que proponen una mirada diferente sobre el delito y a quienes identificamos como delincuentes. En muchos de ellos, la herramienta es el deporte. Con varias décadas de implementación muestran resultados en la baja de la reincidencia entre quienes participan de sus proyectos.
La idea de base es brindar una segunda oportunidad frente al error, mientras se repara el daño hecho con una condena concreta. Muchas iniciativas nacen de la preocupación por la inseguridad creciente en comunidades donde un cambio puede tener un efecto de cascada: si podemos ayudar a una persona a mirarse distinto y a revertir comportamientos, esa conducta va a repercutir en su entorno y el ejemplo puede empapar la realidad de la que proviene. Es un círculo virtuoso.
Las sociedades más pragmáticas empezaron hace años a cuestionarse el tema desde una perspectiva presupuestaria: no cierra el gasto de mantener cárceles con personas encerradas improductivamente. Por eso, invertir en estos programas trae un beneficio doble: ayuda a rehabilitar a un ser humano y a dotarlo de herramientas que en muchos casos nunca pudo tener, mientras colabora con la eficiencia impositiva.
Sea cual sea el disparador, hay un camino que se viene repitiendo porque muestra resultados positivos: une, transmite valores y hábitos saludables, genera bienestar integral y, además, la mayoría de las veces les interesa por igual a muchas personas bien distintas entre sí. Cada vez más, el camino es el deporte. Y en el origen de este proceso está cambiar la mirada. Porque para derribar muros hay que empezar por derribar prejuicios. Incluso, y muy fundamentalmente, los de los propios presos.
¿Cómo nacen y crecen los programas de reinserción social en distintos lugares del mundo? ¿Qué resultados están mostrando? ¿En qué punto pueden quebrar una tendencia destructiva y revertir conductas para siempre?
“Si no sé qué hacer, ¿vuelvo a hacer lo que hice?”.
Que alguien dé una segunda oportunidad hace que quien la recibe aprenda a darla también. A sí mismo, a su proyecto de vida, a su entorno y a sus futuros errores.
“Si puedo tacklear, puedo estudiar, puedo cambiar. Puedo elegir. El destino era cárcel o muerte, y aparecen otras posibilidades. Conocer cosas nuevas me puede hacer protagonista”, explica Eduardo Coco Oderigo, fundador del equipo y la fundación Espartanos, en Buenos Aires, Argentina. El programa que difunde y enseña el rugby en las cárceles es por demás conocido. Ya lleva doce años creciendo y, actualmente, funciona con éxito en siete países de tres continentes.
De la inquietud inicial al visitar un penal de máxima seguridad nacieron las ganas de sembrar algo distinto. El equipo de Los Espartanos nació en la Unidad 48 de San Martín, provincia de Buenos Aires. El inicio fue muy desafiante: “La cárcel es un mundo aparte con estructuras rígidas difíciles de romper. Son años de cosas que se hacen porque sí, sin argumentos. Entrar en ese mundo y plantear nuevas normas es muy costoso. La clave es transmitir que uno está ahí para contribuir al buen clima”, cuenta Coco.
Luego de unas primeras prácticas con un grupo pequeño de varones calificados como “peligrosos” se consolidaron los entrenamientos regulares, los partidos de rugby internos, los torneos con otros penales, las primeras condenas cumplidas y los incipientes resultados. La transformación de personas y familias enteras a través del deporte ya no era una idea lejana.
La intención del programa es brindar herramientas para el día después, por el bien de las personas privadas de su libertad, de sus familias y de toda la sociedad. Lo hace a través del rugby, de la formación y de la espiritualidad. Muchos reclusos jamás habían practicado un deporte, mucho menos en equipo. La mayoría no había pertenecido a ningún grupo, solo a bandas, quizás, que se armaban y se desintegraban. Acercarse a una actividad deportiva voluntariamente les permitió confiar, apoyarse en alguien, competir sanamente y actuar según un conjunto de reglas que no se discuten.
Y llegaron las empresas. Conocieron a Los Espartanos y los empezaron a contratar. “Ellos se siguen considerando espartanos, personas reconstituidas. No esconden su pasado sino que piden perdón y se enorgullecen de haber cambiado. La transparencia genera ganas de que se queden”, explica Coco. Hoy son más de 255 los exconvictos que trabajan en 80 empresas.
“Entendemos que la inseguridad es un problema demasiado grande y preocupante, y sabemos que no todas las personas que están detenidas son iguales. Creemos, con resultados concretos, que el camino recorrido nos acerca a una sociedad mejor”, sigue Coco. “Si les llegás al corazón, cambian la cabeza. Vuelven a sus barrios y contagian ese cambio. Si el referente que siempre delinquió llega y se pone a entrenar chicos, eso cae en cascada. Y es mucho más lo que hace él que lo que podemos hacer nosotros”. En lo que se puede o no hacer está la raíz del tema, porque únicamente con acciones de Gobiernos no alcanza, tampoco con iniciativas aisladas de organizaciones sociales. La posibilidad de cambio real proviene de la suma de voluntades.
“Solo en la Argentina hay 185 cárceles. La solución está al alcance de la mano. Con una pelota cambian vidas, familias, futuros. De verdad es posible la reinserción. Si esto funciona con el rugby, puede funcionar con otras disciplinas. La clave es que los reclusos salgan mejor de lo que entraron”, agrega Coco.
Desde 2009, la fundación construyó nueve canchas de rugby en distintas unidades de la Argentina para que más personas pudieran lograr su transformación a través de la práctica deportiva. Hoy, más de 3.030 jugadores en el país son parte del programa. La fundación mantiene su unidad modelo en el Complejo Penitenciario de San Martín. Luego de diez años de trabajo sostenido con el Servicio Penitenciario, este penal pasó de ser uno de los complejos más violentos de la provincia de Buenos Aires a estar entre los últimos en el ránking.
La educación de personas privadas de su libertad, otro de los pilares del programa, también es motor de cambio y foco de la fundación. Por eso se brindan cursos y talleres. 947 espartanos se capacitaron y pudieron mejorar su empleabilidad al momento de su liberación. Hoy 225 “expartanos” (espartanos que salieron en libertad) encarnan historias de superación y desde sus trabajos inspiran a creer en las segundas oportunidades. La práctica del rugby se extendió a penales femeninos, con el nacimiento de Las Espartanas. Y se sumó el yoga como disciplina intercarcelaria.
Como resultado del modelo espartano, el nivel de reincidencia de las personas que participaron del programa y recuperaron su libertad baja del 65 —la tasa global— al 5 %. Este modelo de integración es replicado en 68 unidades de la Argentina y en Chile, El Salvador, España, Kenia, Perú y Uruguay. Según Oderigo, en cada país la experiencia es única, hay diferencias desde la idiosincrasia hasta las características del servicio penitenciario. Pero siempre se sigue el mismo objetivo: mirar al otro y que ese otro se enganche para mirar hacia adelante y querer algo distinto el día en que recupere la libertad.
El objetivo, para escalar y seguir creciendo, es difundir el programa y continuar derribando prejuicios. “El que ve distinto piensa distinto. Siempre. La escala aumenta cuando más gente ve y es capaz de dar un paso”, concluye Coco.
El fútbol como respuesta
El fútbol es el deporte más popular del planeta, el qué más se practica en distintos países y el que permite unificar lenguajes. Resulta accesible sin distinción de sexo, edad, talento, condición física, lugar en el que se viva o situación económica.
La Fundación FIFA se creó en marzo de 2018 como entidad independiente, con el fin de movilizar el poder del fútbol para mejorar vidas. Un aspecto fundamental de las actividades de la Fundación FIFA es apoyar la educación a través del fútbol y recurrir a algunos de los íconos más famosos del deporte para llegar a millones de personas en todo el mundo con mensajes positivos.
Parte del trabajo que lleva adelante la fundación consiste en apoyar iniciativas de organizaciones que buscan mejorar realidades a través del fútbol. Actualmente son más de 100 los proyectos que apoya en todo el mundo.
En Alemania, el Programa Anstoß in ein neues Leben (Puntapié Inicial de una Nueva Vida), una iniciativa de la Fundación Sepp-Herberger, lleva años demostrando la utilidad de este deporte para la reinserción social de personas recluidas. Fue fundada en 1977 por Josef Sepp Herberger, el célebre jugador y entrenador de fútbol alemán que dirigió a la selección ganadora de la Copa Mundial de Fútbol de 1954. Lo que empezó con una visita a una prisión acabó convirtiéndose en la idea de apoyar a convictos, sobre todo jóvenes, para que retomaran el camino del trabajo y enderezaran el rumbo de su vida profesional. Así, la fundación consiguió asociarse con la Agencia Alemana de Empleo.
En la actualidad, la fundación congrega a jóvenes en 22 prisiones de diez estados federados. Entre otras muchas cosas, ofrece cursos de formación de árbitro y entrenador y talleres de música. Tobias Wrzesinski, director general de la organización, sostiene: “La idea es brindarles la oportunidad de emprender un nuevo camino, además de la posibilidad de dejar atrás a viejas compañías. Queremos apoyar a las personas en los centros penitenciarios de la mejor manera posible, de forma que el tiempo en prisión resulte provechoso a modo de preparación para lo que viene después. Nada de esto puede darse por sentado. Por tanto, participar en esta iniciativa supone una oportunidad especial, y así lo entiende la mayoría de los reclusos”.
En el programa hay jóvenes que han cometido robos o delitos relacionados con sustancias estupefacientes, pero también tenemos participantes que han sido condenados por hechos más graves. “Las personas recluidas, sobre todo los hombres, tienen mucho interés por el fútbol y se divierten jugando. Nosotros nos valemos de ese interés y, sobre todo después del período de encarcelamiento, tratamos de ayudar a quienes así lo desean a reintegrarse en la familia del fútbol en la función que sea. En Alemania hay unos 25.000 clubes federados”, concluye.
En Inglaterra y Gales, países donde el fútbol es tan popular como en Alemania, existe otra iniciativa probadamente valiosa. The Twinning Project se apoya en el concepto de que todos cometemos errores pero eso no debe ser un motivo para darnos por vencidos. El programa es una asociación entre el Servicio de Prisiones y Libertad Condicional de su Majestad (HMPPS, sus siglas en inglés) y la familia del fútbol representada por ligas y asociaciones profesionales como la EFL ―Liga Inglesa de Fútbol― o la FA ―Asociación de Fútbol― entre otras . Su objetivo es hermanar todas las cárceles de Inglaterra y Gales con un club de fútbol profesional local para tender redes de actividad deportiva que puedan sostenerse en el tiempo.
De un universo actual de 83.500 hombres, mujeres y jóvenes recluidos en cárceles de estos dos países, se calcula que 74.200 volverán a vivir en sociedad. Por eso, el objetivo es involucrar a aproximadamente 100 presos por año en programas basados en el fútbol para mejorar su salud mental y física, su bienestar y ayudarlos a aspirar a mayores oportunidades para obtener un empleo una vez que sean liberados. Los entrenadores profesionales y el personal de los clubes de fútbol, apoyados por los oficiales de educación física de la prisión, capacitan a las personas privadas de su libertad y las califican según criterios de empleabilidad para prepararlas mejor para la vida después de su liberación.
Son tres los ejes en los que trabaja The Twinning Project: servicios de rehabilitación que se ofrecen bajo custodia, con relaciones sólidas entre clubes de fútbol y prisiones; un camino al empleo en el momento de la liberación, con educación para garantizar la empleabilidad y las oportunidades posteriores y la disminución de la reincidencia para salvar vidas.
Si se tiene en cuenta que 17 horas es el tiempo promedio que pasa una persona bajo custodia en una celda, el aburrimiento se suma a la baja autoestima y a la falta de valor, y esto contribuye aún más al deterioro de la salud mental. “Si el 83 % de los hombres que son liberados no tiene un empleo, no debe sorprender que el 64 % reincida en el delito durante el primer año en libertad” dice Hilton Freund, CEO del programa, en un video en el sitio de la organización.
Algunas verdades que expone el programa son decisivas en la posibilidad de reincidencia. Las personas con relaciones domésticas y sociales estables tienen menos probabilidades de reincidir. Y el empleo y la oportunidad son los principales impulsores del propósito y el valor en el proyecto de vida de una persona.
The Twinning Project muestra una sólida disminución de la tasa de reincidencia y también ayuda a reducir los niveles de autolesión y de muertes autoinfligidas bajo custodia. En términos impositivos los resultados son contundentes, ya que el costo promedio de mantener una persona en la cárcel es de 48.000 libras por año. Si se logra que apenas 500 reclusos liberados no reincidan en el delito, se pueden ahorrar en impuestos 24 millones de libras anuales.
Cuerpo, mente y alma
Ernesto García González es psicólogo, especialista en psicología deportiva. Forma parte del equipo de liderazgo del IAE Business School de la Universidad Austral. Y es, fundamentalmente, deportista. Su especialidad es acompañar a las personas para transformar su potencial en buenos resultados, disfrutando el recorrido. Como coach, trabaja tanto con equipos como con deportistas individuales de alto rendimiento. Puede entender como pocos y explicar con claridad cómo se vinculan el cuerpo y la cabeza con la actividad física, y cómo esto impacta en nuestra manera de vivir y de ver la vida.
Los efectos positivos del deporte son muy conocidos. Mentalmente, brinda la posibilidad de estar en el presente haciendo una tarea. Si salgo a correr o le pego a una pelota, estoy ahí, en el momento. Mi mente se ordena en ausencia de pensamientos y yo estoy atento a algo. El efecto es similar a lo que logramos a través de actividades como el mindfulness, por ejemplo. Aquí y ahora. El deporte en equipo permite tejer vínculos y fortalecer la autoestima. Además, están los beneficios físicos en la actividad cardíaca y circulatoria, y la liberación de endorfinas y dopamina que repercute positivamente en el estado de ánimo y, a largo plazo, en el bienestar integral. Vale decir, “mente sana en cuerpo sano”.
En personas que provienen de entornos vulnerables estas ventajas se expanden, porque el deporte se convierte en algo mucho más grande y su impacto, también. Si alguien empieza a participar de una actividad en un ambiente contenedor, va a recibir la contención que quizás nunca haya conocido.
“La mirada de una figura como la del entrenador, mediante un vínculo sano y el feedback positivo, aumenta la resiliencia. Un adulto maduro que está mediando la actividad deportiva acompaña y da un marco para equivocarme y que no haya enojos. Generalmente las personas de entornos vulnerables no tenían nada esto: ni límites claros, ni respeto por esos límites”, explica Ernesto.
“Cuando el deporte marca un hito en este tipo de ambientes es porque aporta clima de contención, proporciona reglas que funcionan para todos por igual y brinda la posibilidad de equivocarme y aprender sin recibir un juicio de valor personal”, continúa. Ser parte de un equipo, además, habilita la pertenencia, el acompañamiento, el ponerme contento por el otro y el crecimiento colectivo. “Todo esto genera sensación de cuidado y respeto, motivación y confianza”.
En iniciativas como estas se ve que las actividades deportivas ―entre otras― no solo mejoran el presente de las personas privadas de su libertad sino que ayudan a delinear un futuro en el que son más protagonistas y aportan a la sociedad. ¿Qué ocurre desde el punto de vista psicológico para que esto suceda?
“El deporte exige compromiso, puntualidad, resiliencia, respeto… Son conductas que, una vez adquiridas, facilitan la convivencia social. La práctica deportiva, además, ayuda a vehiculizar la agresión y a canalizarla en vías normadas. Un deporte con reglas que enmarcan el contacto físico alto, con respeto, hacen que la agresividad esté sublimada en la actividad física”, explica Ernesto.
Otro aspecto importante tiene que ver con la identificación de las emociones para poder gestionarlas y controlarlas, algo muy poco frecuente en ambientes carcelarios. El set de reglas que exige la práctica deportiva, junto con la curva de aprendizaje, superación y esfuerzo que implica aprenderlas, contribuye a estos hábitos positivos.
Si hay algo que abunda en la cárcel es el tiempo sin planes para ocuparlo. El deporte permite llenar ese vacío de una forma saludable y ayuda a evadir fantasmas y adicciones. Además, contribuye a mejorar las relaciones entre los presos y a reconducir sus conductas agresivas, porque pueden aprender a resolver sus conflictos de forma más controlada. Esto irremediablemente conduce a una mejor convivencia. En definitiva, el deporte ayuda a modificar la subcultura carcelaria.
Reescribir la propia historia
Todas estas iniciativas tienen algo en común: invitan a mirar distinto. A las personas presas, a quienes lideran sus equipos y a la sociedad que vuelve a recibirlas. El desarrollo sostenido de estos programas, sea cual sea el deporte que propongan, es el puntapié inicial de un camino nuevo.
La hoja en blanco de la vida de un preso empieza a escribirse con la aceptación del pasado. Y eso se produce cuando algo comienza a ser importante. A tener valor. A entusiasmar. Estas sensaciones se trasladan a la vida y a la construcción de un proyecto. Al final del día, lo importante es ser protagonistas de la propia vida para transformar el dolor y las huellas del pasado en cosas positivas. Con una segunda oportunidad y las herramientas adecuadas, se puede trabajar para dar vuelta la página y escribir una historia mejor.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN