“Todas las personas vinculadas a esa pelea deberían estar detenidas. Fue una abominación, un crimen”.
Ferdie Pacheco conoció como pocos el cuerpo de Muhammad Ali: fue su médico personal entre 1962 y 1977. Por eso decidió no acompañarlo en esa penúltima aventura. Y por eso fue tan crítico de ese combate que evidenció el ocaso del boxeador que había iluminado ese deporte durante los tres lustros anteriores y que también dejó un incómodo sello en la carrera del hombre que terminó con el brazo derecho en alto aquel 2 de octubre de 1980: Larry Holmes.
Cuando esa noche subió al ring en el estadio montado para la ocasión en uno de los estacionamientos del Caesars Palace de Las Vegas, Ali llevaba más de dos años inactivo. Su última pelea había sido el 15 de septiembre de 1978: había derrotado por puntos a Leon Spinks en el Superdome de Nueva Orleans y había conseguido por tercera vez el título mundial de peso pesado.
Ferdie Pacheco (a la derecha de Ali) fue el médico del púgil de Louisville durante 15 años.
Antes de esa revancha con el mayor de los hermanos Spinks, quien le había quitado la corona siete meses antes en uno de los mayores batacazos en la historia de la categoría máxima, Ali había garantizado que ese sería su último combate. También lo había hecho después de derrotar a Ken Norton en septiembre de 1976 y no había cumplido, lo que había generado el alejamiento de Pacheco de su equipo de trabajo. Pero esta vez parecía que la despedida iba en serio.
Nueve meses después de vencer a Spinks, el 26 de junio de 1979, el todavía campeón de la Asociación Mundial de Boxeo envió una carta a la sede del organismo para notificar su retiro. En esos días, el promotor Murad Muhammad reveló que Ali (para quien había trabajado como personal de seguridad durante 10 años antes de iniciar su carrera empresarial) había rechazado una oferta de 20 millones de dólares para hacer una pelea de unificación con Larry Holmes, monarca del Consejo Mundial de Boxeo, que había ganado ese título al vencer en una ajustadísima decisión dividida a Ken Norton en junio de 1978.
Muhammad Ali ganó por tercera vez el título mundial pesado al derrotar a Leon Spinks en septiembre de 1978. Fue su última pelea antes de medirse con Larry Holmes.
Un pasado compartido, aunque asimétrico, unía a los dos campeones. En 1972, cuando tenía apenas un puñado de peleas como amateur, Holmes había sido llevado por su entrenador, Richie Giachetti, al centro de entrenamiento que Ali había montado en una zona boscosa junto al lago Deer, en Pensilvania. Sin demasiados prolegómenos, el dueño de casa le propuso hacer una sesión de guantes.
“Me preguntó si quería boxear contra él. Le dije que no estaba preparado, pero me respondió: ‘No te voy a lastimar’. Peleamos tres rounds. No me lastimó, pero me dejó un ojo morado. Era algo que me enorgullecía y de lo que podía presumir”, contó Holmes. Desde ese día y durante tres años fue uno de sus sparrings. Sus caminos se separaron en 1975, después de la pelea entre Ali y Chuck Wepner. “Ese día recibí mi último pago de 3.000 dólares. Le dije que no podía seguir acompañándolo porque quería empezar a pelear por mi cuenta. Me deseó suerte y me fui”, contó el púgil nacido en Easton.
Muhammad Ali (derecha) realiza una sesión de guanteo con Larry Holmes (izquierda) en Zaire en septiembre de 1974, antes de su pelea con Geroge Foreman.
Cinco años más tarde y en condiciones muy distintas, volverían a encontrarse en un cuadrilátero.
La decisión de regresar llevaba varios meses rebotando en la cabeza de Ali. En febrero de 1980 había sugerido que lo haría. “No quiero ser un gordo perezoso; la vida social me aburre, la política y el cine me tienen harto”, había justificado. Por entonces se mencionaba como rival a John Tate, campeón pesado de la AMB. Pero Tate perdió el título ante Mike Weaver en marzo. Entonces parecía que la vuelta sería ante Weaver en julio. El nombre de Holmes no aparecía en la mesa de negociación.
“Ali no está loco, no quiere pelear conmigo. Cuando era su compañero de entrenamiento, pensaba que podía vencerlo y ahora sé que puedo. Pero como amigo tengo un consejo para él: no necesitás todas esas casas y autos. Si estás arruinado, vendelos. No te tragues tu orgullo solo para ganar algo de dinero. No subas al ring. No quites a tus hijos el orgullo de saber que su padre fue el mejor boxeador que jamás haya existido”, le recomendó entonces el campeón del CMB.
Sorpresivamente, Ali comunicó el 16 de abril en una conferencia de prensa que enfrentaría a Holmes. Doce días después, se anunció que el duelo sería el 11 de julio en el Maracaná de Río de Janeiro. La noticia sorprendió a Ricardo Labre, superintendente del coliseo carioca: “Hay un 99,9 por ciento de probabilidades de que no se lleve a cabo acá porque destruiría nuestro césped. Esto es un campo de fútbol”.
Muhammad Ali (izquierda) y Larry Holmes (derecha) junto a Don King, promotor de la pelea.
Tras ese paso en falso, la pelea fue cancelada el 12 de mayo. Holmes pactó una defensa de su título para el 7 de julio ante Scott LeDoux, a quien noqueó en siete asaltos. Diez días después, con el panorama más claro, firmó el contrato para enfrentar a su otrora empleador el 2 de octubre en el Caesars Palace de Las Vegas. El campeón recibiría seis millones de dólares y el retador, ocho millones.
Para Ali, ese combate marcaba la posibilidad de ganar por cuarta vez un título mundial y agigantar su leyenda, pero también representaba un riesgo debido a su larga inactividad y a la incertidumbre sobre su estado de salud. Para Holmes, el duelo era una encerrona: si ganaba, lo hacía ante un rival acabado; si perdía, sería un fracaso.
“Esta pelea es para callar a la gente. Pero no tengo mucho que ganar”, admitió el campeón un mes antes del enfrentamiento. No era eso lo que más le molestaba, sino la falta de reconocimiento. “Creo que merezco un poco de respeto. No me doy aires, no voy por ahí presumiendo y jactándome. No tendría que estar diciendo quién es el mejor peso pesado del mundo hoy en día, deberían darse cuenta cuando lo ven. Soy el campeón, les guste o no”, se quejó. No le faltaba razón: ostentaba una marca invicta de 35 victorias (26 antes del límite) y había ganado por la vía rápida sus siete defensas del título.
Larry Holmes había ganado el título pesado del CMB en junio de 1978 ante Ken Norton en Las Vegas.
Frente a las dudas que generaba la condición física de Ali, la Comisión Atlética de Nevada le exigió que se sometiera a un examen completo en la Clínica Mayo de Minnesota antes de otorgarle la licencia. El reporte de la prueba neurológica, firmado por el médico Frank Howard, indicaba que el ex campeón mundial había evidenciado algunos problemas en la motricidad fina y en el habla, aunque consideró que ello no era impedimento para que volviera a boxear. En base a eso, la Comisión le concedió el permiso para combatir.
“Dicen que tengo daño cerebral, daño hepático. Todos mintieron. Pasé tres días en la Clínica Mayo. Me clavaron cables, parecía el monstruo de Frankenstein. Pasé todas las pruebas. Escuchen qué bonito hablo. ¿Cómo podría tener daño cerebral?”, toreó Ali a los periodistas tras conocerse el resultado de la evaluación médica. Superada esa barrera, el astro de Louisville tenía que acondicionar su cuerpo para una pelea de máxima exigencia proyectada a 15 rounds.
Uno de los retos era reducir los 116 kilos que su cuerpo acarreaba. En 1978, Charles Williams, el médico que había reemplazado a Ferdie Pacheco, le había recetado liotrix, un medicamento que se prescribe en casos de hipotiroidismo y que puede ayudar a bajar de peso. Ese fármaco también puede producir dificultad respiratoria, intolerancia al calor, aumento del ritmo cardíaco y fatiga. Dos semanas antes de enfrentar a Holmes, Ali decidió duplicar la dosis que le había indicado Williams. Llegó al momento del pesaje con 98,700 kilos, su registro más bajo desde la victoria ante George Foreman en Zaire en 1974, pero también con serias dificultades físicas, derivadas del consumo de liotrix, que terminaría pagando.
“Bajó de peso y cree que eso lo hará joven de nuevo. Bueno, no lo hará. Él no puede retroceder el reloj, nadie puede. Ahora va a descubrir cómo se siente ser un anciano luchando contra un joven bueno y rápido”, lo desafió el campeón horas antes de subir al ring. “Larry Holmes no es nada, solo es el hombre entre mi cuarto título y yo. Es horrible. Si no lo conociera, si no hubiera visto toda esa publicidad, preguntaría quién es ese vagabundo”, retrucó el retador.
La noche del 2 de octubre, 24.790 espectadores que dejaron seis millones de dólares en las boleterías del Caesars Palace vieron el enfrentamiento entre un sólido monarca de 30 años que en esos días dominaba su categoría y un brillante excampeón de 38 años cuyo momento de gloria se conjugaba en tiempo pretérito.
Muhammad Ali insulta a Larry Holmes antes del inicio del combate en Las Vegas.
La pelea fue un sinsentido. Durante 10 rounds, Holmes castigó a voluntad a un púgil que era una sombra de aquel que había flotado como una mariposa y había picado como una abeja. Estoico, Ali soportó de pie esa media hora de tunda. Fue incapaz de ofrecer algo más que resistencia. En los últimos tres minutos de batalla, no pudo conectar siquiera un golpe. Para entonces, los tres jueces habían visto ganar todos los asaltos al campeón.
En el descanso entre el 10° y el 11° round, Angelo Dundee y Drew Bundini Brown se trenzaron en una discusión a gritos en el rincón del retador: el entrenador quería poner fin a la paliza y el histórico asistente pretendía que la contienda siguiera. Cuando el árbitro Richard Green se acercó, Dundee impuso su criterio. “¡Se acabó! ¡Yo soy el segundo principal acá, detengo el combate!”, le dijo. Advertido de que la pelea había terminado, Holmes, con lágrimas en los ojos, atravesó el cuadrilátero, abrazó a Ali y lo besó en la mejilla.
“Todo lo que podía pensar después del primer round era: ‘Oh, Dios, todavía me quedan 14’. No tenía nada. Sabía que era inútil, que no podía ganar. Y sabía que nunca me rendiría. Miré a Holmes y supe que él ganaría, pero que iba a tener que matarme para sacarme del ring”, sostuvo Ali tras su derrota.
Media hora después del final de la pelea, Holmes, acompañado por su hermano Jake, visitó en su suite del Caesars Palace al hombre al que había castigado un rato antes. Recostado en su cama, el derrotado le recriminó: “Larry, pensé que me amabas”. “Claro que te amo”, le contestó el vencedor. “¿Y entonces por qué me pegaste tan duro”, le preguntó Ali. Antes de abandonar la habitación, el campeón hizo un pedido en tono de ruego a su adversario: “Quiero que me prometas una cosa: que nunca volverás a pelear”. La respuesta no fue la que esperaba: “Regresaré”.
Ali se internó en el UCLA Medical Center de Los Ángeles cuatro días después de la pelea a fin de someterse a un control integral “para detener los rumores sobre lesiones, daños cerebrales o daños renales”. La evaluación, que duró dos días, determinó que no padecía lesiones residuales derivadas de la paliza en Las Vegas.
Antes de abandonar el centro de salud, el boxeador brindó una conferencia de prensa en la que admitió que había duplicado el consumo del liotrix que le había recetado el doctor Williams. “Siempre tomo una dosis extra de mis vitaminas”, justificó. Y explicó que había comenzado a sentirse fatigado y débil unos días antes del combate, pero no había consultado al médico porque creía que se debía a un entrenamiento insuficiente. “Corrí tres días antes de la pelea y ni siquiera podía levantar las piernas”, reconoció.
Una derrota como la que había sufrido ante Holmes parecía suficiente para marcar el adiós definitivo. Pero Ali lo intentó una vez más: 14 meses después, en un ring montado en un estadio de béisbol de Nassau, perdió por puntos ante Trevor Berbick, quien llegaría a ser efímeramente campeón del Consejo en 1986. A la vista de los problemas de salud que ya evidenciaba, varias comisiones atléticas de Estados Unidos se habían negado a otorgarle una licencia para combatir. Las autoridades deportivas de Bahamas se la concedieron.
Muhammad Ali hizo su última pelea profesional ante Trevor Berbick en diciembre de 1981.
Dos meses antes de enfrentar a Berbick, el excampeón se había sometido a una serie de pruebas en la Universidad de Nueva York bajo la supervisión del médico Harry Demopoulos. “No hay absolutamente ninguna evidencia de que Muhammad haya sufrido alguna lesión en ningún órgano vital: cerebro, hígado, riñones, corazón, pulmones, sistema nervioso, muscular u óseo”, afirmó Demopoulos, quien sostuvo que la ralentización en el habla del boxeador era “una respuesta psicosocial que ocurre bajo ciertas circunstancias”.
En 1984 Ali fue diagnosticado con el Síndrome de Parkinson.
El camino de Holmes fue distinto. Después de aquella victoria, defendió el título del CMB otras ocho veces y lo conservó hasta diciembre de 1983, cuando optó por dejarlo vacante luego de que la recién nacida Federación Internacional de Boxeo lo reconociera como su primer campeón pesado. Hizo tres defensas exitosas de ese cinturón y luego perdió por puntos ante Michael Spinks el 21 de septiembre de 1985. Esa discutida decisión representó su primera derrota tras 48 triunfos consecutivos.
Larry Holmes hizo 16 defensas de su título pesado del CMB.
Intentó recuperar la corona siete meses después, pero volvió a caer ante Spinks, esta vez por decisión dividida e incluso más polémica que la primera. Esa noche anunció su retiro, aunque volvió dos años después y, ya veterano, procuró otras tres veces volver a ser campeón mundial, pero cayó ante Mike Tyson, Evander Holyfield y Oliver McCall. Ni eso ni su innecesaria permanencia en los cuadriláteros hasta los 52 años borraron su legado.
Fue campeón pesado ininterrumpidamente durante 7 años y 104 días, el tercer período más largo en la historia de la categoría (Joe Louis reinó durante 11 años y 252 días; y Wladimir Klitschko, durante 9 años y 220 días). En 1998, la revista The Ring lo ubicó quinto entre los mejores pesados de la historia, solo superado por Ali, Joe Louis, Holyfield y George Foreman, y delante de campeones de la talla de Rocky Marciano, Joe Frazier, Jack Dempsey o Mike Tyson.
Sin embargo, nunca terminó de obtener el reconocimiento masivo que merecía e incluso se convirtió en una figura mirada de reojo por muchos. En ello quizás haya influido aquella encerrona en la que lo pusieron al proponerle enfrentar a Ali. Holmes lo sintetizó en el documental Muhammad and Larry al recordar un encuentro con una fanática del boxeo en Las Vegas unos años después de su triunfo: “Se me acercó y me dijo: ‘Hola, te odio’. Le pregunté por qué y me contestó: ‘Porque apaleaste a Muhammad Ali’”.