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Un ataque de piratas y una salvación milagrosa: por qué atribuimos a Santa Rosa la tormenta que anuncia la primavera

Una ilustración de Santa Rosa de Lima
Una ilustración de Santa Rosa de Lima

Los argentinos que habitan la zona central del país, los uruguayos y los sureños del Brasil, hacia finales de agosto aguardamos expectantes la “tormenta de santa Rosa”. Por supuesto que el famoso evento meteorológico casi nunca se desarrolla el día que se recuerda a la santa limeña, es decir el 30 de agosto. Pero en el imaginario colectivo, siempre, siempre, siempre ese día llueve (es como los viernes santo que “siempre llueve” y eso no ocurre casi nunca…). Pero ¿Qué tiene que ver la santa con la tormenta? Porque se podría haber llamado “la tormenta de san Ramón”, que se celebra el 31 de agosto. Quizá hay una muy vaga relación con la leyenda áurea sobre como gracias a sus oraciones Rosa salvó a la ciudad de Lima del ataque de unos piratas, hecho que veremos más adelante. Recordemos que Lima es la única capital Latinoamericana que da sobre las costas del mar y también observaremos como esta santa americana tiene mucho tiene que ver con la actual República Argentina.

Isabel Flores de Oliva nació en Lima (Perú) el 20 de abril de 1586, hija de Gaspar Flores (un arcabucero de la guardia virreinal natural de San Juan de Puerto Rico) y de la limeña María de Oliva, que en el curso de su matrimonio tuvo otros doce hijos. Recibió bautismo en la parroquia de San Sebastián de Lima, siendo sus padrinos Hernando de Valdés y María Orozco el 25 de mayo de ese mismo año. Aunque su nombre era Isabel -puesto en honor a su abuela materna-, una nativa limeña que servía en su hogar la empezó a llamar Rosa, debido a su belleza y al color que lucían sus mejillas. Poco a poco esa forma cariñosa de llamarla sería adoptada por sus propios padres, aunque su uso se limitó al entorno familiar. Con mucha vehemencia sus biógrafos insisten que en 1597 recibió el sacramento de la confirmación de manos del arzobispo de Lima Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, quien efectuaba una visita pastoral en la jurisdicción del pueblo serrano de Quives (localidad andina de la cuenca del Chillón, cercana a Lima) donde su padre asumió el empleo de administrador de un obraje donde se refinaba mineral de plata, y fue confirmada por el santo arzobispo con el nombre de Rosa.

La iglesia de Santa Rosa de Lima en el barrio de Balvanera, en Buenos Aires (Flickr Graciela Pierre)
La iglesia de Santa Rosa de Lima en el barrio de Balvanera, en Buenos Aires (Flickr Graciela Pierre)

Si bien Isabel vivió su infancia y primera adolescencia fuera de Lima, al retornar a ella sintió un vivo llamado a servir en la Iglesia. Entre finales del siglo XVI y mediados del XVIII, Lima era considerada una “ciudad monasterio”, mucho más que la misma Roma. La capital peruana llegó a tener un total de catorce monasterios de clausura femeninos, cinco beaterios y muchas cofradías y archicofradías. Los primeros seis se fundaron entre mediados del siglo XVI y las primeras décadas del XVII. En particular, sobresale la extensa superficie que ocuparon alrededor de un quinto de la superficie de Lima. El Convento de la Encarnación -el primero del Virreinato del Perú- se fundó en 1561. De acuerdo con el testimonio de Bernabé Cobo, “En grandeza de sitio hace ventaja este monasterio a todos los otros de monjas de esta ciudad, porque coge una isla de dos cuadras y media en largo, dentro de la cual es tanta la cantidad de edificios que hay, que parece un pueblo formado”. Obviamente había otros tantos masculinos. Toda la ciudad respiraba incienso y el sonido del tañir de las campanas desde el alba hasta el ocaso era un sonido continuo; todo giraba en torno a la religión, a sus normas y a sus costumbres. Lima ya contaba con treinta mil habitantes, y las monjas representaban aproximadamente el 8 % de la población urbana y los clérigos varones el 6%. Es decir que en la ciudad de Lima y sus alrededores había 4200 personas dedicadas a la religión. Según un documento fechado en 1598, enviado por Santo Toribio de Mogrovejo al Papa citaba la existencia de los siguientes monasterios: La Encarnación con 174 monjas de regla agustina; la Concepción con 150 monjas; la Trinidad con 36 religiosas; la Concepción y 115 en Santa Catalina, y sigue así la nómina.

Isabel siente un llamado particular y especial a la vida religiosa pero sus padres insisten en casarla bien aunque la familia pasaba bastantes apremios económicos. Ella bordaba para poder ayudar a su familia y juntar una dote no sería fácil. Pero Isabel rehúye de todo eso, se corta su larga cabellera, ayuna, se mortifica y al final sus padres ceden. Admiraba a Catalina de Siena, santa declarada doctora de la Iglesia, la cual nunca vivió en un convento sino en su casa como terciaria de santo Domingo. Además, no había monasterio dominico en Lima, el cual fue fundado siete años después de la muerte de Isabel. En 1606 tomó el hábito de terciaria dominica en la iglesia de Santo Domingo.

Otra imagen de la santa limeña
Otra imagen de la santa limeña

El día de sus votos cambiará su nombre para siempre y será Rosa de santa María. Nunca habitó en un convento, siempre estuvo en su casa y en 1615, con la ayuda de su hermano Hernando, construyó una pequeña celda o ermita en el jardín de la casa de sus padres. Allí, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados (que todavía hoy es posible apreciar), Rosa de santa María se dedicaba a la oración y a hacer penitencia, practicando un severísimo ascetismo, con corona de espinas bajo el velo (la misma que se observa en sus imágenes). Dormía sobre una tabla con tachuelas y ataba sus cabellos a la pared para no quedarse dormida; tomaba hiel como bebida; realizaba severísimos ayunos y sus disciplinas eran constantes. Pero también en su casa atendía a muchos enfermos que se acercaban buscando ayuda y atención, creando una especie de enfermería. Fue en esas labores de ayuda donde entabló amistad con el fraile mulato lego de la orden de los dominicos Martin de Porras (que después se trasformó su apellido en “Porres”), el cual siglos más tarde fue canonizado por san Juan XXI.

Y aquí, entonces, aparece la historia de la tormenta: en agosto de 1615, piratas holandeses comandados por Joris van Spilbergen intentarán atacar la ciudad de Lima. Los ciudadanos desesperados huían de la ciudad con lo poco que podían, pero Rosa, junto con otras mujeres, irá a orar a la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario. Mientras Rosa oraba una tempestad nunca vista se desató sobre las costas de Lima, se hundieron muchos de los barcos piratas y los que sobrevivieron huyeron de la tempestad, abandonando la idea de atacar Lima. La ciudad entera le atribuyó a Rosa y a sus oraciones que la ciudad no fuera atacada. Por eso, muchas veces su imagen posee un ancla a sus pies, como símbolo de los barcos que huyeron ante sus oraciones.

El Santuario de Santa Rosa de Lima en la capital peruana
El Santuario de Santa Rosa de Lima en la capital peruana

Su vida seguía con intensas mortificaciones, pero también poseía una gran espiritualidad con éxtasis y prodigios, como la comunicación con plantas y animales, sin perder jamás la alegría de su espíritu. Aunque no estuvo exenta calumnias y maquinaciones, a punto tal que el tribunal de la Inquisición fue a visitarla en su casa y allí se instaló un tribunal “ad-hoc”, dado que pesaba sobre ella acusaciones de bruja y alumbrada. Pero más tarde, el terrible tribunal inquisitorial de Lima, salió de la casa de Rosa maravillado por la santidad de esta joven.

Con tanto ayuno y mortificación su salud se quebrantaba cada vez más y quedó afectada por una aguda hemiplejía. Irá a vivir a la casa de su amigo Don Gonzalo de la Maza, en la que residiría en los últimos años de su vida. Rosa solicitará que al morir su cuerpo sea amortajado por Doña María de Uzátegui, la madrileña esposa de Don Gonzalo. Ella profetizará el día y momento de su muerte: “el día de la fiesta de san Bartolomé” es decir el 24 de agosto. Sabiendo esto, ese día concurrieron a la casa de Don Gonzalo toda la familia de Rosa, madre, hermanos, también los sacerdotes de la orden de los Dominicos y algunas de las más nobles familias de Lima, como así también el matrimonio de la Maza-Uzátegui con sus dos hijas, doña Micaela y doña Andrea. A una de sus amigas más próximas, Luisa Daza, Rosa pidió que entonase una canción con acompañamiento de vihuela. Así, rodeada de sus afectos y escuchando el cantar de su amiga, Rosa falleció el 24 de agosto de 1617 con fama de santa y con apenas 31 años.

Fieles en el santuario de Santa Rosa en el centro histórico de Lima (EFE)
Fieles en el santuario de Santa Rosa en el centro histórico de Lima (EFE)

Su muerte corrió como reguero de pólvora por toda Lima. La “santa” había muerto. El mismo día de su muerte, por la tarde, se efectuó el traslado del cadáver de Rosa al convento de los dominicos de Nuestra Señora del Rosario. Sus exequias fueron imponentes por su resonancia entre la población capitalina y lugares de todo el Perú. Una muchedumbre jamás vista colmó las calles, balcones y azoteas en las nueve cuadras que separaban la calle del Capón (donde se encontraba la residencia de Gonzalo de la Maza) hasta llegar al templo donde sería velada. Todos querían ver a la santa, llevarse una reliquia de su cuerpo. Cuatro veces hubo que volver a vestirla con su hábito de terciaria, porque la gente arrancaba trozos de tela de su vestimenta. A tal punto llegaron por la caza de reliquias que un supuesto fiel, con la excusa de besarle los pies, con sus dientes le arrancó la primer falange del dedo pequeño del pie. Algo había que hacer: la santa y recoleta “ciudad monasterio” estaba fuera de sí y hasta las monjas de clausura, las cuales algunas hacían muchos años que no salían de su monasterio, solicitaron el permiso para ver a “la venerable”, y con o sin el permiso otorgado salían igual. El caos se había apoderado de la ciudad monacal. Por tanto, el cabildo y el arzobispo dispusieron que al día siguiente, 25 de agosto, luego de una misa de cuerpo presente oficiada por don Pedro de Valencia, obispo electo de La Paz, se procediera sigilosamente a enterrar los restos de la santa en una sala del convento, sin toque de campanas ni ceremonia alguna, para evitar la aglomeración de fieles y curiosos.

El proceso que condujo a la beatificación y canonización de Rosa de santa María comenzó casi de inmediato, con la información de testigos promovida en 1617 y 1618 por el arzobispo de Lima Bartolomé Lobo Guerrero. Tras cinco décadas de procedimiento, el papa Clemente IX la beatificó en 1668, y un año después la declaró patrona de Lima y de Perú, además patrona principal de América, Filipinas y las Indias Orientales. Su sucesor, Clemente X, la canonizó en 1671,siendo la primera santa de toda América.

El cuadro que Botero hizo de Santa Rosa de Lima
El cuadro que Botero hizo de Santa Rosa de Lima

Y acá la importancia para la Argentina: la ceremonia de canonización de Rosa fue junto a muchos santos conocidos, entre ellos san Cayetano. Ella es, por lo tanto, uno de los vértices por el cual la devoción al santo napolitano llegó a nuestras costas americanas. También Santa Rosa será declarada la “santa patrona de la Independencia Argentina”, patronazgo promovido por Fray Justo Santa María de Oro, algo ciertamente bastante olvidado. Hace muchos años, por esta razón, era “feriado nacional” el 30 de agosto. La festividad de Santa Rosa de Lima se celebra el 30 de agosto en la mayor parte de los países, pese a que el Concilio Vaticano II la trasladó al 23 de ese mes.

Volvamos a la tormenta. Rosa ya es santa y como dijimos -quizás hilando fino-, la borrasca que ocurre al colisionar las primeras masas de aire cálido que comienzan a incidir sobre los frentes fríos poco tiene que ver con la tempestad que hizo huir al pirata Joris van Spilbergen de las costas de Lima. Pero este famoso evento meteorológico que marca el fin del invierno y ocurre 5 días antes o después del 30 de agosto se lo endilgan a la santa limeña. Aunque según el Observatorio de Villa Ortúzar de la ciudad de Buenos aires, en el periodo que va desde 1861 hasta la actualidad -160 años- solo dieciséis veces se produjo este fenómeno el mismo día de la santa. En el año 2013, además, no se produjo el evento climático. Esto no ocurre en todo el territorio de la República Argentina, sino que abarca las regiones del centro -provincias de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe-, la República Oriental del Uruguay y el sur del Brasil. Y así esperaremos otro año más que la tormenta de santa Rosa caiga sobre nuestras ciudades. Y con ella seremos advertidos que el invierno ha concluido y comienza a llegar a nuestras vidas la primavera.

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Redacción Telesol Noticias
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