La pelota ya había sacudido la red del arco que da a la tribuna Centenario luego de ese derechazo cruzado sacó desde afuera del área. Los hinchas gritaban el segundo gol la tarde-noche en el Monumental y él se arrodilló, puso las manos en su rostro y enseguida todos sus compañeros lo rodearon para abrazarlo y armar una montaña humana. Enseguida llegó la ovación desde los cuatro costados. “U-ru-guayo, u-ru-gua.yo”, retumbaba en Udaondo y Figueroa Alcorta.
Nicolás De La Cruz se desahogó en el césped. Después de sufrir varios meses por una trombosis venosa en el pie izquierdo que lo alejó de las canchas durante cuatro meses.
El mediocampista moreno había vuelto contra Unión en la primera fecha de esta Copa de la Liga y tuvo molestias en su rodilla derecha, por lo que se perdió los siguientes dos encuentros, ante Patronato y Newell’s. Y contra Racing, no solo regresó a jugar, sino que además marcó un gol.
Hacía cinco meses que el uruguayo no convertía con la banda roja sobre el pecho. El último tanto lo había marcado en el 4-1 a Newell’s en Rosario, por la Liga Profesional. La noche en la que se empezó a gestar el River campeón ya que desde allí hilvanó ocho triunfos consecutivos que lo encaminaron al título.
De La Cruz jugó un buen partido. Fue -junto a Paulo Díaz- de lo mejor de un River que tuvo altibajos y que luego de tener una muy buena primera mitad, se apagó en el segundo tiempo.
Más allá del 2-2 final que tuvo tintes más de derrota que de empate, dentro de ese contexto fue una buena noticia para Gallardo la aparición de un De La Cruz recuperado. Es que el uruguayo es un pilar fundamental de su equipo. Jugando como volante interno, cumple varias funciones: ayuda en la recuperación, tiene buen pase, inicia jugadas, ataca y hasta convierte goles.