Santa Cruz de Tenerife (España), 11 ene (EFE).- La cantidad de ceniza emitida por el volcán de la isla española de La Palma, el régimen de lluvias de la zona y las pendientes de su dorsal aumentan el riesgo de que se produzcan riadas de barro, por lo que científicos y autoridades han identificado mediante un modelo informático pionero en España unos 30 puntos que podrían sufrir una inundación.
El fin de la emisión de piroclastos y otros productos volcánicos tras la erupción que se prolongó 85 días en La Palma no supone el cese de los peligros asociados a ese fenómeno natural, y ahora es cuando quedan tres riesgos: la emisión de gases, la temperatura y la estabilidad de las coladas y los flujos hiperconcentrados.
El profesor de investigación del Departamento de Riesgos Geológicos y Cambio Climático del Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC) Andrés Díez explica, en una entrevista con Efe, que estos flujos hiperconcentrados se denominan “lahares” en las zonas volcánicas y están formados por agua muy cargada de ceniza y depósitos piroclásticos del volcán.
Cuando llueve mucho, se moviliza la ceniza formando coladas de barro que se canalizan a través de los barrancos y pueden alcanzar con poder destructivo a las poblaciones próximas, como ocurrió con el volcán Nevado de Ruiz en Colombia en 1985.
Es un riesgo frecuente en zonas con volcanes de gran altura, de más de 3.000 o 4.000 metros como en los Andes y la península de Kamchatka en Rusia, y en cuyas cumbres se deposita la nieve o glaciares de hielo y tras una erupción, con el calor remanente, se funde y da lugar a estos flujos hiperconcentrados de ceniza.
Estos flujos podrían producirse también en La Palma. Aunque el volcán aún sin nombre de Cumbre Vieja no alcanza esta altura y en su cima no hay nieve ni hielo, hay tres factores que pueden dar lugar a estos lahares y, de hecho, está documentado que en la erupción de San Juan en 1949 se formaron dos en la zona de Las Manchas, precisa Andrés Díez.
El primero de los factores que confluye es la cantidad de ceniza que se ha acumulado en una erupción “especialmente productiva”, pues los investigadores del IGME han llegado a medir fuera del cono espesores de más de dos metros en algunas zonas.
Es una ceniza recién caída y por lo tanto está suelta, no compactada y resulta bastante inestable, precisa el investigador.
El segundo factor que contribuye a este riesgo son las enormes pendientes de la zona, pues este volcán ha surgido prácticamente en la dorsal de Cumbre Vieja, con cerros de unos 1.800-1.900 metros de altitud y a pocos kilómetros del mar, es decir, con una pendiente muy elevada en poco trayecto.
Y el último, y más importante, es el carácter torrencial de las lluvias en La Palma, con precipitaciones muy concentradas en el tiempo y en el espacio, prosigue Andrés Díez, quien cita como ejemplo que el 80 por ciento de la lluvia que cae en la isla se produce en la cuarta parte de los días que llueve.
Además, el 50 por ciento de los episodios de lluvia se concentra en un solo día y en el 45 por ciento de las jornadas más lluviosas se registraron más de 200 litros por metro cuadrado.
El IGME ha emprendido un estudio integral sobre este riesgo que ha comenzado con el análisis del régimen de lluvias en la isla, la medición de la ceniza caída en más de 700 puntos de La Palma y la utilización del programa informático Iber, desarrollado por la Universidad Politécnica de Cataluña, en su versión 3.1 -la primera vez que se usa en España-, para elaborar un modelo predictivo de qué ocurriría si esa ceniza llegase al fondo de los barrancos.
Con este modelo informático se pueden “ver” qué zonas se podrían inundar por el flujo de barro, qué grosor tendría y a qué velocidad podría discurrir (y por lo tanto su capacidad de destruir un puente, granjas o casas) a través de un análisis multicapa en el que también ha colaborado la Universidad Complutense de Madrid.
El Cabildo de La Palma ha facilitado además un inventario de puentes, carreteras, poblaciones y otras infraestructuras para determinar su estado y se ha creado un listado con unos 30 puntos conflictivos que podrían ser alcanzados por un flujo de barro.
De esta manera, si se produjesen lluvias torrenciales en la isla ya se sabría de antemano dónde sería necesario desalojar.
Ana Santana