Todo empieza con una planta de las que están de moda. Le siguen los restaurantes veganos, los cafés orgánicos y las librerías poco convencionales. Luego las reformas de las casas antiguas y aparecen los edificios modernos, llenos de colores vibrantes y hasta marcas globales. Así comienza a cambiar el escenario de lo que era un barrio olvidado, arruinado y sucio de cualquier ciudad y para convertirse en una atracción.
“La gentrificación -ese proceso por el que un barrio mejora, se encarece y sus viejos habitantes terminan desplazados por otros de mayor poder adquisitivo- es como un borrador de pizarrón”, dice la intelectual y profesora canadiense, especialista en geografía, medioambiente, género y feminismo Leslie Kern a Infobae Leamos en un edificio y barrio, paradójicamente, gentrificados de la ciudad de Buenos Aires. Y agrega: “algo que se lleva, que alisa el pasado y que crea un lugar homogéneo sin historia, donde el capital puede crecer libremente”.
En su nuevo libro La gentrificación es inevitable y otras mentiras (publicado por editorial Godot) la autora propone un marco para entender cómo, dónde y por qué sucede la gentrificación y ahonda en las relaciones con el poder, la responsabilidad y cómo estos procesos modifican la subjetividad, la pertenencia, la memoria, la identidad y el pasado. En un recorrido de más de 250 páginas, Kern en analiza este fenómeno global trayendo al debate categorías como colonialismo, raza, género y sexualidad.
La autora de Ciudad feminista desarma las metáforas y los mitos en torno a la gentrificación y afirma que hay una invisibilización y naturalización de estos procesos, cuando se trata de decisiones de personas reales, que impactan en la salud y los estilos de vida. Y dice, audaz, que los primeros gentrificadores son los grupos que representan a las nuevas tendencias culturales. “Se está forzando un cambio que la gente no quiere que suceda y su memoria está siendo destruida”, advierte.
A pocos días de su participación en la Feria de Editores (FED) —presenta su nuevo libro este domingo a las 17 junto a María del Mar Ramón en el Complejo Art Media, con entrada libre y gratuita— Kern bebe agua, sonríe y se toma el tiempo para elegir sus palabras meticulosamente. “Las ciudades se sienten muy hostiles para los seres humanos. Hay una deshumanización en pos del crecimiento económico”, reflexiona. Y deja puertas abiertas para construir debates.
—En el libro explica que el término “gentrificación” aparece a nivel académico en 1964 y que el punto de inflexión es en los primeros años del siglo XXI, ¿por qué?
—En los 70 y 80 era un proceso mucho más lento, calle a calle, barrio a barrio, hogar por hogar. Desde el año 2000 comenzaron a surgir formas mucho más aceleradas de gentrificación, por ejemplo, con la construcción de torres de lujo o de alta gama en ciudades como Nueva York, Toronto, Londres y San Francisco. Lo que antes eran una o dos casas en un determinado barrio ahora se pueden contar de a miles. Las ciudades comenzaron a tomar un rol mucho más activo en alentar este tipo de transformaciones, con incentivos y pocos impuestos para desarrolladores.
—¿Qué rol juega el neoliberalismo?
—Tiene mucho que ver. Es una forma de libre mercado intensificada y promueve la idea de que la gente es responsable de su éxito pero también de su fracaso y esto incluye el mercado de vivienda. El contexto político económico y social del neoliberalismo impone la idea que también hay una competencia por el hogar y la vivienda se transformó en una mercancía.
—”La gentrificación siempre fue un asunto feminista”, dice en el libro, ¿a qué se refiere?
—Desde las primeras observaciones sobre el fenómeno de la gentrificación, los investigadores notaron que los roles de género iban cambiando en los hogares y las mujeres querían mudarse a la ciudad. Surgió la pregunta si la gentrificación beneficiaba a las mujeres porque les permitía manejarse mejor con estos distintos tipos de trabajo. Pero también hay muchos grupos de mujeres que no se ven beneficiadas, todo lo contrario, se ven más dañadas.
—¿Cómo?
—La gentrificación hace que la vivienda sea menos accesible porque las mujeres tienen un ingreso menor al de los hombres. También hay más mujeres que son madres solteras, hogares monoparentales, que también tienen mayor trabajo part-time. Todo se vuelve demasiado caro en una ciudad costosa y las mujeres se ven desplazadas a otras áreas que son menos seguras, menos convenientes por la lejanía con el lugar de trabajo, la escuela y toda la rutina cotidiana.
—¿Qué pasa con las disidencias sexuales, los ancianos y los niños con este panorama?
— Algunos miembros de la comunidad queer se beneficiaron con que sus barrios se volvieran más gentrificados. En general, fueron los grupos de hombres blancos de clase media. Las lesbianas, las personas trans, las juventudes trans que no pudieron seguir viviendo en estos barrios; por los precios se vieron desplazados. Las personas mayores y discapacitadas viven con presupuestos muy bajos y les resulta mucho más difícil luchar en contra de de estos cambios generados por la gentrificación. A su vez, los propietarios pueden ver estos grupos como un blanco fácil para los desalojos y necesitan mucho de las redes comunitarias.
—¿Cuál es el papel de los gobiernos en los procesos de gentrificación?
—Tienen un papel muy importante porque crean las leyes y las regulaciones y generan las condiciones económicas que promueven o desaceleran la gentrificación. Si quisieran detenerla o desacelerarla podrían generar políticas que prevengan los desalojos o que hagan que sea más difícil para los desarrolladores construir torres altas, por ejemplo. En cambio, si quieren promoverla, pueden generar incentivos impositivos o cambiar la unificación del uso de la tierra para que justamente que se construyan edificios.
—En abril de este año se presentó un plan para poner en valor el casco histórico de la ciudad de Buenos Aires para fomentar el turismo y la gastronomía y los vecinos se manifestaron en contra. ¿Qué opina? ¿Es un fenómeno global?
—Muchas veces las ciudades se ven a sí mismas como si estuvieran compitiendo una contra otra por el turismo, por las nuevas inversiones y por potenciales residentes con mayor poder adquisitivo. Por lo tanto mercantilizar el centro de la ciudad es ofrecerlo al mercado. Se toman ciertas características identitarias para mercantilizarlas. Así, crean nuevas atracciones, que no están pensadas para la gente que ya vive ahí, sino para los turistas o gente que potencialmente podría vivir allí.
—Las ciudades como productos y no-lugares.
—La ciudad se vuelve una mercancía que puede ser comprada y experimentada. Es una experiencia, hay que pagar por ella y es cara; lo cual contrasta con la idea que las ciudades son lugares para la gente, para la familia, para construir una comunidad. La gente vive o experimenta el desplazamiento como una forma de violencia.
—¿Qué sucede con plataformas de alquileres temporarios?
—Aceleran la gentrificación porque la gente consigue buen dinero más rápido, en vez de alquilar por un tiempo más prolongado y construir comunidad. Así, las ciudades tienen menos espacios disponibles para alquilar, por lo tanto también se vuelven más costosas e incrementan los precios de la zona.
—¿Qué podemos hacer para detener la gentrificación?
—Es importante mirar ejemplos de comunidades que han logrado desacelerar la gentrificación o incluso detenerla y que nos demuestran que es posible hacer un cambio. También hay que pedirles a los gobiernos que tomen un papel mucho más activo y saquen las condiciones que la promueven. Por último, compartir el conocimiento.
La gentrificación es…
Solía vivir en un barrio en el extremo oeste de Toronto llamado Junction o “El Cruce”, partido al medio y separado por “el cruce” de la intersección de las vías del tren. La historia de sus industrias se palpaba en los sonidos y los olores que salían flotando de las fábricas de caucho y pintura, y de los frigoríficos. Todavía hoy, en una tarde calurosa, es posible que algunos de esos olores se deslicen en el aire, aunque compiten con la esencia que emanan los cafés de especialidad y las panaderías veganas. Es un lugar común hablar de lo peligroso que antes era tu barrio, pero existe un motivo por el cual todos nos cansamos de este relato: están rehaciendo muchos de nuestros barrios ante nuestros propios ojos.
Lo que presencié en el Junction forma parte de un conjunto de cambios sobre los lugares y las comunidades que, históricamente, volvían a las ciudades especiales e interesantes, las hacían sitios de protesta y progreso. Esos cambios fueron llamados “gentrificación”, y este es un libro sobre la lucha por evitar que la gentrificación se lleve por delante todo lo que a muchos de nosotros nos gusta sobre la vida en la ciudad.
A pesar de haber vivido en Toronto y sus alrededores desde hace unos veinte años, nunca había oído hablar del Junction antes de mudarme en el año 2000. Era un lugar extraño: entre 1904 y 1998 fue un barrio “seco” (no se vendía alcohol), y su ubicación junto a los antiguos corrales de Toronto atrajo a inmigrantes de Malta, Italia y Polonia que se dedicaron a trabajar en industria de la carne. Los sitios industriales activos y los frigoríficos se instalaron junto a fábricas abandonadas y terrenos baldíos, a pocas cuadras de los productos, innegablemente utilitarios, que se ofrecían a lo largo de la principal calle comercial. Un local de Blockbuster, un almacén de ofertas y la oficina de correos eran de los pocos espacios de venta minorista a los que podía acceder como recién graduada y madre primeriza. Las casas de empeño y la peculiar sobreabundancia de tapicerías resultaban destinos bastante menos atractivos.
Lo que sí teníamos eran tasas de polución del aire más altas que el promedio, parques con jeringas descartadas y una población de inmigrantes, habitantes de clase trabajadora y personas de escasos recursos, en buena parte olvidados. Digo en buena parte porque, a diferencia de otros barrios de Toronto, estigmatizados por el uso de drogas, la indigencia, el trabajo sexual o el crimen, el Junction casi nunca aparecía en las noticias. No era pensado como un lugar “otro” o amenazante; quienes vivían por fuera del triángulo ferroviario no lo pensaban en absoluto. Cuando buscaba departamentos que estuvieran dentro de mi presupuesto, todos los avisos le decían “High Park North” al Junction, evocando al distinguido barrio y al hermoso parque que estaban al sur. Era una forma de nomenclatura creativa, diseñada para ocultar el hecho de que no, no era High Park.
Aun así, existían un montón de familias jóvenes, buenas escuelas y espacios verdes —pequeños pero decentes— diseminados por las áreas residenciales. Después de todo, estamos hablando de una ciudad en Canadá, donde los niveles de inversión pública en la infraestructura urbana rara vez se desplomaron tanto como para que se crearan lugares verdaderamente inhabitables. Aunque el sótano infectado de ratones donde estaba mi departamento dejaba mucho que desear, enseguida conocí a otras madres con hijos de la edad de mi hija y me encontré con una comunidad solidaria. Durante los primeros años, hubo algún que otro signo de cambio: un nuevo negocio interesante, un evento en el barrio; pero solo algunos se mantuvieron. El barrio tenía una onda algo artística, pero estaba lejos de las modas.
♦ Nació en Canadá.
♦ Es doctora en Filosofía en Estudios sobre Mujeres de la Universidad de York. También es profesora asociada de geografía y medioambiente y directora de estudios sobre mujeres y género en la Universidad de Mount Allison de Sackville, en Canadá.
♦ Fue reconocida con el otorgamiento de una beca Fulbright y un National Housing Studies Achievement Award.
♦ Publicó en español su libro Ciudad feminista. La lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres, con gran repercusión.
♦ Sus trabajos tienen como ejes los debates en torno al género, la gentrificación y el feminismo.
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