
Hay silencios que gritan.
Hay ausencias que, aun después de más de veinte años, siguen teniendo nombre y apellido.
La historia de Raúl Tellechea no solo es la de un hombre que desapareció. Es también la historia de una familia que busca, de un sistema judicial que intenta responder, y de una sociedad que observa, a veces con empatía, otras con juicio, sin comprender del todo el peso que deja una vida suspendida en la incertidumbre.
Esta semana, la Justicia Federal absolvió a todos los imputados por la desaparición de Tellechea.
El fallo fue claro en lo jurídico, pero dejó abierta otra pregunta, mucho más profunda:
¿Qué hacemos como sociedad con los dolores que no tienen respuesta?
Cuando alguien desaparece, no se va solo una persona: se desordena el mundo de todos los que lo amaron.
El tiempo se vuelve una espera sin fecha, una búsqueda que no cesa, una conversación que no se termina nunca.
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