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Alphonso Davies quiere compartir su historia

Especial para Infobae de The New York Times.

Durante mucho tiempo, Alphonso Davies solo conocía un resumen de la historia. Sus padres le habían contado algunos hechos concretos: que habían escapado de la sangrienta guerra civil en la que estaba sumergida su natal Liberia, que él había nacido en un campamento de refugiados en Ghana donde buscaron asilo y que se habían mudado a Canadá cuando tenía 5 años.

Davies era demasiado joven, no solo para comprender dónde estaba y lo que su familia estaba padeciendo, sino para que esos años dejaran algún tipo de impresión en él. Su memoria comienza, según explicó, a los 6 años o alrededor de esa edad. Davies recuerda que comenzó en una escuela en Windsor, Ontario, pero nada antes de esto. Sus padres, Debeah y Victoria, nunca llenaron los vacíos en su historia.

“Ellos no me lo explicaron”, aseguró Davies. “No es algo de lo que hablen mucho. Nunca quisieron hacerlo, realmente. Fue una época oscura en su historia. Solo querían que disfrutáramos nuestras vidas en Canadá, ser felices en un lugar seguro, donde pudiéramos ser lo que quisiéramos ser”.

Davies descubrió gran parte de los detalles de su propia historia al mismo tiempo que casi todo el mundo. En 2017, el día en que le fue otorgada la ciudadanía canadiense, los Vancouver Whitecaps —el club donde, a los 16 años, se hizo un nombre— produjo un cortometraje que, al mismo tiempo, es una celebración y una conmemoración de su travesía.

Era la primera vez que Davies escuchaba, de primera mano, el relato de sus padres sobre la parte de sus vidas, y la de él, que nunca había conocido. Ellos describieron la decisión de escapar de la violencia que acechaba Liberia. Hablaron de las realidades precarias de la vida en Buduburam, un campamento ubicado en los márgenes de Acra, la capital ghanesa, donde vivieron. Hablaron del hambre, la pobreza, la incertidumbre y el miedo.

“Ellos explicaron que era como estar en un depósito del que no puedes salir porque no sabes lo que te pasaría”, explicó. “Era difícil encontrar comida y agua. No sabes qué va a pasar al día siguiente. Mi mamá no sabía cómo me alimentaría, cómo me cuidaría. Ella lloraba. Ellos estaban luchando, por ellos mismos y por mí. Yo no sabía nada de esto hasta que dieron esa entrevista”.

Davies no fue el único que se conmovió por la historia de sus padres. Siempre ha sabido que es liberiano: la música góspel que Victoria escuchaba todos los domingos a las 7 de la mañana en su nueva casa en Edmonton, Alberta, dejaba eso bien claro. Él sabía que también había sido un refugiado. “Es parte de mi identidad”, aseguró. “Es parte de lo que soy”.

Pero fue hasta después de ver la entrevista de sus padres que comenzó a darse cuenta de la importancia de su historia. “Mucha gente se comunica conmigo a través de las redes sociales para decirme lo que eso significa para ellos”, explicó. “Comencé a dar entrevistas acerca del tema y recibí muchos comentarios. Esto te abre los ojos. Fue increíble que las personas se sintieran inspiradas por eso”.

Durante los últimos dos años, Davies ha hecho todo lo que ha podido para compartirlo. Le ha dado entrevistas a Gary Lineker y a la BBC acerca de su origen. El Bayern Munich —el club que lo fichó cuando tenía 17 años mientras jugaba con los Whitecaps y que lo convirtió en campeón de Alemania y de Europa antes de cumplir 20— produjo un reportaje desde Buduburam acerca de los primeros años de su vida.

Sin embargo, lo más importante es que el año pasado, en los primeros meses de su confinamiento impuesto por el coronavirus, Davies comenzó a usar su fama y su tribuna para convertirse en un defensor de quienes sufren como alguna vez le pasó a su familia.

Para muchos de los 80 millones o más de personas desplazadas en el planeta, aseguró, “la comida y el agua pueden ser difíciles de conseguir”. Y agregó: “No siempre es posible mantener el distanciamiento social en esas condiciones. El acceso a la vacuna es complicado. La gente está muriendo. Quise decirles a esas personas que no están solas, que existe gente que sabe lo que estaban viviendo”.

Davies comenzó a respaldar el trabajo hecho por la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la agencia que ayudó a organizar la reubicación de su familia en Canadá. Esta semana, la organización nombrará a Davies como embajador de buena voluntad. Él espera usar esta posición para recaudar fondos con el fin de renovar los centros de fútbol en los campamentos de refugiados. Es el primer canadiense y el primer jugador de fútbol en recibir esa distinción.

Esto es oportuno en muchos sentidos. No es solo el primer acto de la historia de Davies lo que lo hace adecuado, sino también el segundo. Durante sus primeros años en Canadá, académicamente tuvo algunas dificultades, en parte debido a la barrera del idioma y en parte, admite, por una falta de disposición.

Sin embargo, como atleta talentoso, nunca tuvo problemas para adaptarse. Edmonton es el dominio de Wayne Gretzky, pero Davies no se aficionó por el hockey sobre hielo. (Sin embargo, asegura que su patinaje ha mejorado en los últimos años). En cambio, jugó un poco de baloncesto y resaltó como un talentoso corredor de pista. Pero el fútbol fue su primer amor, su talento evidente, el deporte que durante su crianza solía ver con su padre, un apasionado fanático del Chelsea y, en particular, de Didier Drogba.

Él fue, y esto no es una sorpresa, un jugador destacado en todos los equipos de los que formó parte. Y así, los amigos llegaban con relativa facilidad. “Otros niños vieron que yo era bueno en los deportes, así que querían ser mis amigos”, dijo. Ser elegido primero en cada equipo es un atajo razonablemente seguro a la popularidad de los preadolescentes. “Además”, dijo Davies, con el aire de un hombre dispuesto a resaltar el punto, “yo era un tipo genial”.

This article originally appeared in The New York Times.

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