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El día que los Rolling Stones tocaron para tres personas y por seis libras

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Los Rolling Stones en 1964 (Crédito: AP)
Los Rolling Stones en 1964 (Crédito: AP)

Al suroeste de Londres, hace poco más de medio siglo se gestaba uno de los grupos más grandes de la historia de la música moderna. Fue un domingo. Y pocos sabían lo que iba a ocurrir en ese club donde los jóvenes británicos influenciados por la música de los Estados Unidos iban en busca de rhythm and blues. El dueño del local dice que había tres personas, otros aseguran que había 30, los más optimistas hablan de 60. Lo único cierto es que fueron muy pocos los que aquella noche fría del 24 de febrero de 1963 presenciaron el primer gran concierto de los Rolling Stones.

En el libro The Rolling Stones in Concert 1962-1982, Ian M. Rusten describió de un modo casi maniático cada show de los británicos en el periodo de tiempo que menciona en el título. Allí explica que los Stones hicieron su primera aparición en el Crawdaddy Club, de Londres, lugar que formaba parte del Richmond Station Hotel. Según documenta Rusten, la banda hizo dos sets de 45 minutos cada uno, con un intervalo. Giorgio Gomelsky era el dueño del local y había acordado pagar una libra esterlina a cada músico por tocar esa noche. Una ganga.

“Para febrero ya estábamos pagando cosas en cuotas. Yo me compré dos guitarras en un mes”, cuenta Keith Richards en su autobiografía Life (Editorial Planeta). Allí transcribe parte de un diario íntimo devenido en agenda que usaba por aquellos días. Los Rolling Stones eran un proyecto que se iba concretando a pasos agigantados. En aquel momento, los integrantes fijos del grupo eran: Mick Jagger, Bill Wyman, Brian Jones, Charlie Watts, Ian Stewart y Richards, claro está.

La cuna de todo

El viernes 15 de febrero, el joven Richards anotó: “Red Lion. No se le puede sacar un sonido a este lugar. Pelea durante la sesión. Nos ofrecieron tocar todos los domingos en el Richmond Station Hotel desde el próximo. Caído del cielo”. Los Rolling Stones ya estaban empezando a causar sensación entre la juventud, tocaban aquí y allá, en lugares pequeños, y por mínima que fuera, la audiencia enloquecía. Las chicas querían acostarse con ellos, los chicos los envidiaban y se les querían parecer. Eran como los Beatles, pero más guarros y auténticos, con su estética british y ese toque blusero que todavía estaba poco visto en chicos blancos.

“Mirando hacia atrás, mi lugar favorito era el Richmond Station Hotel. Simplemente porque ahí empezó todo. (…) Giorgio Gomelsky, quien nos organizó de verdad y nos consiguió los shows en el Marquee y Station Hotel, fue alguien muy importante en el armado inicial. Era emigrante ruso, grande como un oso y con una energía y un entusiasmo increíbles”, cuenta el guitarrista en su libro al referirse a quien fuera el responsable de darle impulso a la banda en sus comienzos.

Richards también cuenta que Brian Jones engañó a Gomelsky al comienzo, haciéndole creer que él era el manager de los Stones. “Brian lo sacó del medio cuando vio que lo que se venía iba a ser más grande todavía. Pensando en esto, es increíble cómo Brian manipulaba a la gente”, repasa Keef, siempre tirándole algún palo al fallecido stone rubio. Es que el grupo siempre rescató la influencia de Giorgio, que incluso llegó a alojarlos en su casa y a promover sus conciertos cuando aún eran una promesa.

Apretado, microdancing

Locales como el del Station Hotel, luego conocido como Crawdaddy Club, le quedaban perfectos al grupo que luego sería famoso por mover millones de personas en los conciertos más grandes del mundo. Los Stones se adaptaban a las condiciones que les tocaban. No por nada se convirtieron en la banda más grande del mundo: llevan tocando medio siglo y saliendo de gira como si tuvieran 20 años.

“Los lugares eran chicos y eso encajaba con nosotros. Sobre todo con Mick. El talento de Mick se desplegaba mejor en los espacios en los que apenas podías respirar. Quizás brillaba más aun de lo que brillaría más adelante”, dijo Richards, que algo conoce de su compañero de banda. Además, juega con la idea de que los famosos pasos de baile de Jagger tienen relación directa con el lugar físico en el que se fogueó como frontman.

En esa época, Mick tocaba mucho la armónica, así que además de cantar su presencia influía muchísimo en el sonido y en la imagen del grupo. Nadie lo explica mejor que Keith: “Creo que muchos de los movimientos de Mick vienen de haberse acostumbrado a tocar en escenarios muy pero muy chicos. Teníamos los equipos arriba del escenario y a veces no quedaba más espacio que el que ocuparía una mesa. La banda estaba a pocos centímetros de Mick, y él se paraba justo en el medio del grupo”.

El domingo 24 de febrero de 1963, The Rolling Stones se presentaron en el Crawdaddy Club y fue el comienzo de una era que aún sigue vigente. Esos domingos fueron fundamentales para los que vendría después. Para ellos y para la música toda. Grabar un disco todavía era una idea lejana, los estudios eran caros y ellos apenas sobrevivían y se compraban algún que otro equipo. Pero un día llegó a verlos Andrew Loog Oldham y la suerte comenzó a cambiar rápidamente.

El nacimiento de un clásico

Andrew Loog Oldham era productor y venía de trabajar con Brian Epstein, el manager de los Beatles y quien más había influido en su cambio de look. Los de Liverpool no eran ningunos chicos bien, también venían de casas de clase trabajadora, tenían calle y un pasado. Pero fue Epstein quien los alentó a usar los famosos trajes cuellos mao y a emprolijar las melenas. Así fue como a su lado, Oldham hizo un curso intensivo de marketing.

Oldham llegó con sacos a cuadros, uniformes que llevaron obedientemente al programa de televisión Than Your Lucky Stars, pero que desecharon en cuanto pudieron. La onda Beatles no era para ellos, los Stones eran otra cosa y esos domingos de febrero lo demostraron con creces. Oldham los vio una de esas noches y supo que en esos chicos tenía una mina de oro; había estudiado Publicidad y sabía cómo aplicarla. Pero con la fama y las oportunidades llegaría una baja dentro de la formación.

Después de aquellos primeros shows en Londres, Oldham logró que firmaran contrato con Decca, la compañía discográfica que los ayudó a grabar su primer álbum, en mono y dentro de un modesto estudio de la calle Denmark. “Seis son demasiados y el que sobra es obviamente el pianista”, reflexionaron lo Stones tiempo después, no sin un poco de pena. Ian Stewart ya no sería planta permanente. Él, que había soportado la austeridad de los primeros tiempos, no podía gozar de las mieles de la fama. “Desde ahora los llevo en coche adonde vayan”, recuerda Richards que les dijo, y así fue. Además tocó en todos los discos del grupo. “Lo único que le interesaba era la música”.

Aquel primer show quedó en el tiempo, pero marcó a fuego una época y un grupo de rock and roll que sería legendario. “Venían en Lambretta, una de las claves tecnológicas de la movida, ya que el transporte público cerraba a las 11.30. La máquina cafetera permitía seguir charlando cuando cerraban los pubs, a las 21.30”, le dijo Gomelsky hace unos años al diario barcelonés La Vanguardia y recordó que la cervecera propietaria del Station Hotel lo obligó luego a cerrar el local ya que “no quería que su cerveza se identificase con esos tipos”. El rhythm and blues británico había llegado para quedarse y los Rolling Stones lo combinaron con su fórmula secreta, la que nunca falla, la que sigue viva.

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