En tiempos en los que muchas veces el éxito parece medirse en cifras y resultados inmediatos, aún queda un espacio esencial que trasciende lo material: el acto de dar. Dar tiempo, escucha, compañía, conocimiento o un gesto de ayuda. Dar sin esperar nada a cambio.
En mi recorrido, tanto en el mundo empresarial como en el social, y desde las herramientas que me brinda el coaching ontológico y la biodecodificación, he sido testigo de cómo esos gestos, aparentemente pequeños y desinteresados, generan un impacto profundo. Porque cuando nos ponemos en un otro y con un otro en relación, algo poderoso sucede: se abren caminos, se fortalecen vínculos y aparecen certezas que no tienen precio.
No hablamos solamente de recompensas materiales, sino de aquello que es mucho más valioso: la confianza, la gratitud, la amistad, la construcción de comunidad. Ese efecto multiplicador del dar nos recuerda que en la vida no se trata solo de acumular, sino de compartir.
La historia también nos ofrece ejemplos inspiradores. Pensemos en Madre Teresa de Calcuta, quien entregó su vida a los más necesitados y encontró en esa entrega una riqueza espiritual que trascendió fronteras. Recordemos a Nelson Mandela, que desde la cárcel eligió perdonar y dar reconciliación a su pueblo, recibiendo en retorno unidad y esperanza. O incluso a Malala Yousafzai, quien a tan corta edad dio su voz para que las niñas del mundo tengan educación, y encontró en esa valentía un movimiento global que la respaldó.
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