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Es de Santa Lucía, en el ’77 perdió su casa y ahora la vida la volvió a golpear: “El techo cruje, ya se cae” – Telesol Diario

El miércoles 23 de noviembre de 1977, Liliana Reinoso tenía 15 años. A las 6:23, el terremoto con epicentro en Caucete la despertó asustada en la casa de su abuelo, en donde vivía con su familia. A esa vivienda de adobe, de avenida Libertador antes de calle San Juan, en Santa Lucía, se le cayó una habitación. Eso, junto a las grietas en las otras paredes, hicieron que quedara inhabitable. La tuvieron que derrumbar. Fue el día que la marcó para siempre. Desde entonces le tiene un gran temor a los sismos.

Más de 43 años después, cuando ya es madre de 9 hijos y sigue en su Santa Lucía natal, la vida le dio otro fuerte golpe. El terremoto de Sarmiento casi le tira el techo de caña y palos de su casa de adobe, en Villa Don Arturo. Por el peligro de derrumbe, junto a su familia lleva una semana durmiendo a la intemperie y no tiene control sobre el futuro inmediato. Su única certeza es que su vivienda será tirada abajo.

A los 59 años, Liliana acomodó junto a su esposo, Ramón Pascual Leiva (70), las camas debajo de una galería sin terminar del fondo, a la que techaron con nailon. Allí duermen con tres de sus hijos: Celina (17), Cristian (21) y Alejandra (24), además de uno de sus nietos que los visita hace un mes. En una construcción que está atrás, y que no sufrió destrozos por el sismo, vive otra hija (Maira, de 27 años) con su esposo y sus niños de 6 y 7 años.

Una de las tantas grietas que se hicieron en la vivienda durante el sismo de 6.4.

La mujer cuenta que la casa es en su mayoría de adobe, porque sólo una pared del comedor es de block. Le tuvieron que pedir al vecino que apuntale la pared de la habitación de sus hijas. A la pared de la pieza de Cristian tuvieron que hacerle lo mismo. Al techo del comedor apenas lo sostienen tres palos que le pusieron cuando terminó el sismo.

Las grietas en las paredes se repiten en cada ambiente. La casa tiene la fragilidad de un castillo de naipes. Entonces sólo la miran desde afuera. En esa propiedad están los recuerdos de gran parte de la vida de Ramón, porque fue construida por su padre. “Esta casa es viejísima”, dice la mujer.

“Nos da miedo entrar al comedor, porque el techo cruje, en cualquier momento esto se cae”, dice Reinoso, quien siente ese ruido en cada réplica. “Para cocinar entro, pongo la olla y salgo rápido”. Ocupan un baño que tienen afuera y bajo el nailon soportan las altas temperaturas de enero. Este lunes en la noche, por la lluvia, tuvieron que guardar los colchones.

La familia duerme afuera por miedo a que se les caiga el techo.

Sus otros hijos, que ya no viven con ellos, son Patricia (34), Belén (33), Miguel (32), Micaela (27) y Rosa (30), que vive en La Rioja y todos los días los llama preocupada por la situación que atraviesan.

“Me gustaría que nos ayuden con materiales, para tirar este techo y levantar uno nuevo”, pide la santaluceña, quien hace muchos años está inscripta en el Instituto Provincial de la Vivienda. Ella cuenta que en Villa Don Arturo hay otras familias que atraviesan por lo mismo: “Frente a mi casa vive un chico con su madre, que está postrada en una cama, y se le agrietaron las paredes”.

Liliana y su esposo pertenecen al grupo de riesgo durante la emergencia sanitaria. Él es hipertenso. Además no escucha con un oído y no ve bien con un ojo, porque tiene cataratas y espera una operación. Ella es hipertensa, tiene púrpura en las piernas y sufre osteoporosis. “Usted no se imagina cómo me cuesta levantarme. Encima las camas están un poco rotas y los colchones muy viejos”, lamenta.

La casa de adobe quedó inhabitable y la deben derrumbar.

Mi marido es jubilado, cobra la mínima. Yo soy portera, pero estoy con licencia por la pandemia. El niño mío trabaja en albañilería, en forma particular. Vivimos con poco”, explica. “Estábamos encerrados por la pandemia y ahora nos pasó esto”.

Cuando era adolescente, los padres y abuelos de Liliana tuvieron que levantar la casa de nuevo. Ahora, como si la vida se hubiera ensañado con ella, lo deberá hacer otra vez, junto a su esposo y sus chicos.

“Siempre les contaba a mis hijos que en el ’77 la tierra se movía todo el tiempo. Desde ahí yo me asusto mucho con los temblores. Pero a mi niña de 17 años le dio un ataque de pánico que no podía respirar, porque vio que se cayó la división con la casa de mi vecina y pensó que se había derrumbado todo. Cuando empezó el sismo ya me di cuenta y les dije ‘esto es un terremoto’. Yo le pedía tanto a Dios que no esto no siguiera…“, relata, con la misma angustia del que revive una desgracia.

Para ayudar a esta familia llamar al 2644898244.

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