Banjul, 18 dic (EFE).- Para llegar hasta la semirrígida que manejan Juan y José hay que saltar un metro desde una plataforma de madera suspendida hasta el pantalán y pasar al lado de cayucos con pescadores cocinando en marmitas de hierro. En el extremo del dique, entre barcas multicolores, descansa la Poseidón.
Los dos enormes motores grises de la neumática que la Guardia Civil tiene desde hace 15 días en Gambia contrastan con los pequeños fuera borda de las barcazas de madera en el muelle de la Armada gambiana, donde conviven pescadores locales, buques de guerra y pesqueros chinos.
Desde el puerto militar de Banjul, la capital de este pequeño país de África occidental, los dos guardias civiles patrullan la desembocadura del río Gambia escudriñando los cayucos para intentar distinguir los que pescan, transportan viajeros de un lado al otro de la orilla o se encaminan a Canarias en un arriesgado viaje de al menos 8 días.
Forman parte de la ayuda que desde este mes presta España a Gambia para controlar sus aguas y evitar que los jóvenes se jueguen la vida, unas patrullas que ya se pusieron en marcha dos años después de la crisis de los cayucos de 2006 y ahora se han vuelto a instaurar en vista de la nueva avalancha de emigrantes que intentan llegar a España por la vía atlántica.
Los agentes españoles ya vigilan en las costas de Senegal y ahora también las de este país encajado dentro de las fronteras senegalesas, que no registra por ahora un gran flujo migratorio pero podría saltar como un polvorín. Tradición de pueblo emigrante, parón del turismo y pobreza estructural son ingredientes que pueden dar, teme el Gobierno español, un resultado explosivo.
Los guardias civiles trabajan a demanda de la Armada gambiana, van desarmados y no actúan como agentes de la autoridad. Suponen, en sus palabras, “ayuda técnica y experiencia” al servicio de las autoridades locales.
“Somos conocedores de primera mano del drama”, resume el sargento Juan Salinero junto a la barca. Porque con sus vivencias con pateras en las costas españolas, italianas y griegas se podrían “escribir libros”, afirma si dar más detalles. Sus ojos transmiten lo que no quiere decir su boca.
“La gente que sale no tiene ni idea del peligro al que se enfrenta y, evitando que salgan, lo que hacemos es salvar vidas”, dice Juan, abulense destinado en Alicante para quien esa es la principal motivación de los cuatro meses que pasará en Gambia, además, confiesa, de “ser una experiencia laboral exótica”.
Por eso, Juan vuela por el mar en una barca que puede alcanzar los 60 nudos (110 kilómetros por hora) acompañado por militares gambianos, que le van guiando a él y a su compañero José Madrid entre aguas de fuertes corrientes y fondos traicioneros.
A su lado, José añade que la mayoría de los emigrantes que se embarcan a Canarias desde África (más de 21.000 este año han llegado a sus costas y centenares han muerto por el camino) salen engañados.
“Van buscando la idea de la fiebre del oro y cuando llegan, si es que llegan, se encuentran con que todo lo que les han contado y prometido es mentira”, afirma este cartagenero destinado en Almería.
Con la misión de evitarlo, la Poseidón recorre la boca del río que da nombre y razón de ser al país en busca de cayucos listos para zarpas a Canarias.
Apenas llevan dos semanas y aún están aprendiendo a moverse por sus aguas, pero Juan y José ya van aprendiendo a diferenciar las barcazas que se encaminan a un viaje de casi 1.000 kilómetros en las peligrosas aguas atlánticas.
No llevan redes de pesca, ni tampoco unos pocos pasajeros de una orilla a otra con comida, bártulos o bombonas de butano. Sí van decenas de personas sentadas muy juntas. Aunque a veces, y esas son las más difíciles de detectar, se acaban de llenar un poco más al norte, en el vecino Senegal, antes de cruzar a España.
Con esa mirada, analizan el tráfico del río navegando entre cargueros y cayucos de caoba, con el siempre presente olor a gasóleo de un buque que genera electricidad para la capital gambiana.
Pero todavía no han interceptado ninguna barca con personas emigrantes. Sí han salido, a toda prisa (están listos en una hora), respondiendo a algún aviso. “Hay muchas falsas alarmas”, confiesa Juan.
“Aquí patrulla marítima, cambio”. Al otro lado del hilo, el capitán Antonio Fresneda les da el ok al trayecto. Antonio ha sido el encargado de montar estas patrullas en Gambia y tampoco es nuevo en asuntos de emigración. Tiene a sus espaldas haber desmontado las que había en 2012 y gestionado llegadas de miles de inmigrantes a la isla griega de Lesbos.
Antonio recuerda que su labor es de asistencia y el trabajo ejecutivo lo hacen gambianos. Como William Demba, comandante de una de las tres patrullas de la Armada amarradas a unos metros de la Poseidón.
“Cuando tenemos información y no podemos desplazar embarcaciones pequeñas, desplegamos las grandes”, resume señalando su patrullera, un buque de unos 25 metro de eslora amarrado junto a otros dos, y destaca el trabajo de los españoles.
“Están haciendo un muy buen trabajo. Nos ayudan porque la verdad es que tienen una muy buena barca, muy rápida, y cuando tengamos información de un cayuco en el mar podremos interceptarlo muy, muy rápido”. Al ritmo de la Poseidón.
María Traspaderne