El esfuerzo del oficialismo por confundir parece estar agotando recursos. La realidad se impone por sí sola. Lo hace en heladeras, billeteras, alcancías, tanques de nafta y, también, en la esperanza de recibir una vacuna que aleje el fantasma de la muerte propia o de un familiar. No somos ni fuimos jamás antivacunas. Fuimos y somos, por nuestra construcción en materia de valores, exigentes a la hora de la transparencia, la responsabilidad y la planificación realista. Todo eso que el oficialismo repele por trabajoso.
En pocos días se cumplirá un año desde aquella desafortunada frase del ministro Ginés González García: “Me preocupa más el dengue que el coronavirus”. Casi dos millones de infectados y cincuenta mil argentinos muertos, asociados a ese antecedente, se vuelven números con sospecha de haber podido ser menores, si la responsabilidad y la planificación hubieran estado antes que el relato fantástico.
Datos concretos: Chile, con un operativo que evitó tener a su población protagonizando un verdadero reality, negoció con el laboratorio chino Sinovac la entrega de 4 millones de dosis, que fueron recibidas y que se completan con una entrega semanal escalonada que alcanzará, en el primer trimestre, los diez millones de dosis. Chile tiene una población cercana a los 19 millones de habitantes, lo que significa que hacia mediados de año el hermano país tendrá la mitad de su población inoculada. Sin futurismos, hoy, Chile tiene un 20% de sus habitantes a salvo. Correlacionando actores, nuestra negociación con China solo registra un embajador eyectado.
En nuestro país, la campaña de vacunación esta atravesada por otra campaña, la que para tapar sus revoltosas desprolijidades atribuye al espacio político opositor y a quienes lo integramos una supuesta campaña “antivacunas”, que, en la concepción “amigo-enemigo” del kirchnerismo, implica poner en marcha enormes esfuerzos por instalar lo que no es, para distraer lo que si es: el uso político poco perdonable de un recurso que el mundo ve como una esperanza de salvación global y no como tubo de oxígeno de proyectos propios.
Por eso se oculta que los municipios que gobernamos pusieron a disposición sus esquemas de atención sanitaria en la provincia de Buenos Aires para el plan de vacunación y que la respuesta recibida fue preferir la calle, las sombrillas, las escuelas dominadas por punteros y la inscripción callejera cuya superposición con otras instancias generará un desorden descomunal. Una puesta en escena que en Quilmes, por ejemplo, incluyó un “simulacro” de vacunación en las instalaciones de la escuela primaria 6 de Bernal, además de fotos irritantes sobre muchas aplicaciones con olor malversado.
No hay vacunas y ese es el único punto concreto. El mundo se pelea por ellas y eso es verdad. Tanto como que aquellos que se han procurado la salvaguarda real de sus pueblos son los que se tomaron las cosas en serio y trabajaron responsablemente para ocupar su espacio en la larga fila global. Dentro de esa fila estamos atrás. Muy atrás. Y eso no es maleficio ni oposición malvada: eso es inoperancia propia.
Quienes buscamos verdad procuramos transparencia e información responsable y queremos saber de qué se trata. No boicoteamos nada, todo lo contrario. Son quienes se encierran y no permiten el trabajo conjunto en el sagrado lugar del cuidado de la vida los únicos responsables de esta enorme frustración.
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