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La encrucijada del coronavirus: los vacunados, los impedidos y los que esperan

Catherine Sharp, a freelance photographer based in Brooklyn, at the home of her mother in Morris, Ill., on Feb. 6, 2021.  Sharp has spent many weeks trying to get her parents the vaccine. (Lyndon French/The New York Times)
Catherine Sharp, a freelance photographer based in Brooklyn, at the home of her mother in Morris, Ill., on Feb. 6, 2021. Sharp has spent many weeks trying to get her parents the vaccine. (Lyndon French/The New York Times) (Lyndon French/)

Para la gran mayoría de los estadounidenses, la vacuna contra el coronavirus es como el sueño de un padre primerizo: es lo único en que puede pensar, aunque no tenga idea de cuándo la recibirá.

La gente visita sitios web en constante caída a las 3 de la mañana o conduce 241 kilómetros de ida y vuelta en la nieve. Otros hacen fila en las tiendas de abarrotes durante horas, con la esperanza de conseguir una dosis sobrante, o corren a los hospitales en medio de rumores de dosis adicionales.

Muchos más dan vueltas en la cama en la oscuridad, rezan para que mañana sea el día de suerte de su madre.

Una pequeña parte —alrededor del 11 por ciento— ha recibido una o dos inyecciones de la vacuna, lo cual ha dejado al país en un interregno médico y cultural. Algunos de los que solo han recibido una vacuna se encuentran en un limbo precario, en estados donde la distribución de la segunda dosis es un problema.

Las normas burocráticas que establecen los niveles de elegibilidad significan que la mayoría tendrá que esperar de manera colectiva durante meses, mientras otro grupo se mueve con cautela hacia la restauración de sus vidas al otro lado de la división.

“Me ha impresionado la avalancha de dolor y pérdida que han generado los obstáculos para conseguir la vacuna”, dijo Niti Seth, de 73 años, psicóloga y decana del departamento del Cambridge College de Boston.

Ella no ha podido conseguir una cita para la vacuna, a pesar de que pasa todas las horas del día y de la noche en internet leyendo y haciendo clic. “Vislumbrar las posibilidades de recuperar nuestras vidas nos ha llevado, paradójicamente, a tener una sensación más palpable de aquello a lo que hemos tenido que renunciar”, afirma Seth.

Los debates sobre los cubrebocas, comer en interiores, la disponibilidad de las pruebas y la reapertura de las escuelas se centran ahora en un solo eje: el retraso en la distribución de la vacuna.

Es la alquimia de “olas incesantes de agotamiento, miedo, esperanza, incertidumbre y fatiga pandémica”, dijo Lindsey Leininger, investigadora de políticas sanitarias y profesora clínica de la Escuela de Negocios Tuck de Dartmouth en Hanover, Nueva Hampshire. “Me mantengo enfocada en la metáfora del barro de loto y pienso en lo hermosos que vamos a ser todos cuando salgamos al otro lado”.

Aun así, aunque los casos y las hospitalizaciones siguen disminuyendo y mientras el ritmo de las vacunaciones se acelera, algunos estadounidenses —incluidos los que ya están vacunados y ostensiblemente protegidos— se acercan a la primavera y el verano con bastante inquietud. La brecha entre los que tienen y los que no tienen sigue siendo bastante amplia y muchos temen que incluso una nación y un mundo vacunados no recuperen la sensación de seguridad.

Semanas después del lanzamiento, hay historias de heroísmo, suerte suprema y perseverancia, así como otras de ignominia y desigualdad generalizada. Algunos publican sus inyecciones y tarjetas de vacunación en las redes sociales, mientras sus amigos y vecinos contemplan una primavera de doble cubrebocas, una herramienta en la carrera entre las vacunas y las nuevas y más contagiosas variantes del virus que recorren el país. El sitio web Nextdoor se ha convertido en un puesto de avanzada para ver los lugares de vacunación, mientras los vecinos se apresuran a actualizar sus navegadores. Hay historias de resentimiento e historias de culpa.

Marsha Henderson se ha convertido en una especie de intermediaria de las vacunas entre sus amigos de Washington D. C., después de conseguir dosis para ella, su marido y su hija de 40 años, que trabaja en el sector sanitario. Muchos de los sitios web de la ciudad resultaron no tener vacunas, así que se dio cuenta de que solo tenía que revisar los horarios de las tiendas de abarrotes. Se puso a predecir horarios para volver a revisar.

“Hay que tener la capacidad de estar frente a la computadora a la mitad del día y sentarse allí”, dijo Henderson, de 71 años. Llegó a ser tan buena que la esposa de un embajador la llamó para pedirle consejos.

Aun así, dijo, su segunda inyección del miércoles “no cambiará mi comportamiento”.

“Me siento más cómoda permitiendo que el hombre de Comcast venga a arreglar mi computadora y hay algunos daños causados por la lluvia que tengo que arreglar”, dijo. “Pero seguiré pidiendo comida a domicilio y comiendo al aire libre probablemente durante otro año, en parte porque no conocemos las variantes”.

En Nueva York, Jamie Anderson envió un correo electrónico a un grupo sin ánimo de lucro del norte de Manhattan en nombre de su padre, Jimmy Mattias, que tiene 66 años. “La organización sin fines de lucro me llamó el martes para obtener sus datos”, dijo Anderson, que vive en el Bronx, no muy lejos de su padre en Washington Heights, en Manhattan. “Le llamaron el miércoles para confirmar una cita y el jueves por la mañana recibió su primera dosis. Fue tan rápido que de verdad no podía creerlo”.

Catherine Sharp, fotógrafa independiente de Brooklyn, como muchos neoyorquinos, ha tenido menos suerte. Sharp, de 26 años, se trasladó recientemente a Illinois para ayudar a sus padres, un traslado que se ha convertido en un trabajo a tiempo parcial para intentar conseguir vacunas para su padre, de 67 años, que ha estado viviendo en Katonah (Nueva York), y su madre, de 65 años, que se encuentra en Morris (Illinois).

“Fue como si se hubiera hecho el lanzamiento de unos zapatos deportivos”, dijo. “No vas a conseguir los zapatos de Off-White. Es imposible”. Mientras esperaba, tanto ella como su madre contrajeron el virus y su madre, sobreviviente de cáncer, fue hospitalizada.

“Esta es mi peor pesadilla”, dijo Sharp. “Sé que algunas amigas de mi madre se han contagiado. No entiendo el algoritmo. Prácticamente, el 40 por ciento de mi tiempo lo dedico a esto. Me despierto, bebo mi café y digo: ‘Tengo que hacerlo’”.

Para algunos de los que están al final de la fila —en su mayor parte personas más jóvenes y sanas que trabajan desde casa—, la suerte y la perseverancia pueden dar sus frutos en una fracción de segundo, a veces con una parte de culpa.

Darla Rhodes vive en Pasco (Washington), tiene 47 años y trabaja a distancia para una empresa emergente. Aunque tiene diabetes, no creía que fuera a vacunarse pronto. Pero cuando el centro de vida asistida donde vive su abuela ofreció vacunas a los residentes, y algunos de ellos las rechazaron, los vacunadores tenían 30 minutos para poner esas vacunas en los brazos de la gente o los suministros perecerían. Su hermana, que por casualidad iba a dejarle comida a su abuela, se puso en marcha.

Rhodes comparó el acceso repentino con un vuelo en espera.

“Fue totalmente inesperado”, dijo Rhodes. “Pero me subí al auto, manejé 15 minutos, llené unos formularios y conseguí una vacuna”.

Después de publicar su experiencia en Facebook, dijo: “Una persona comentó: ‘Oye, ni siquiera puedo conseguir una vacuna para mi abuela’, y mi respuesta fue que era eso o se desperdiciaba”.

Los que tienen dos vacunas —poco más del dos por ciento de la población total hasta el domingo— en este momento viven básicamente solos en islas privadas. Algunos ejercen profesiones como la atención médica, donde muchos de sus compañeros de trabajo también están vacunados. Otros se encuentran en una especie de animación suspendida, más cómodos en una tienda de comestibles o abrazando a un nieto, pero siguen esperando al resto de la nación antes de nadar hasta la orilla.

“Me siento muy afortunada por haber recibido ya las dos dosis de la vacuna de Moderna”, dijo Pamela Spann, de 68 años, que vive en Daingerfield, Texas. Cuando la única farmacia de su condado ofreció las vacunas en la última semana de diciembre, primero le dijeron que era demasiado joven para recibir la primera dosis. Pero un empleado anotó su nombre en un cuaderno. “Me sorprendió mucho cuando me llamaron esa noche para darme una cita al día siguiente”, dijo Spann. Recibió una segunda dosis el 26 de enero.

Al no haber podido viajar en su primer año de jubilación, Spann está esperando que otros miembros de su círculo se vacunen.

“Lo que más quiero es volver a visitar a mi familia”, dijo. “También estoy deseando visitar a amigos y jugar con ellos”.

Sin embargo, ella y muchos otros que se han vacunado o han desarrollado anticuerpos al contraer el virus sienten una sensación de inquietud.

“Creo que la vida nunca será tan despreocupada como antes”, dijo Spann. “Seré más consciente de los nuevos virus en todo el mundo y de lo que pueden significar para mí”.

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