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El sábado 26 de septiembre, Carlos E.L., de 34 años, posteó una imagen en su perfil de Facebook con el mensaje: “El diablo y la muerte se me fueron amigando. Brillando en la oscuridad”. Un día después, la familia Correa vio por última vez a uno de los suyos, Juan Marcos, alias “Tito”, de 39 años.
Hasta ese momento el único punto que conectaba a ambos personajes era que los dos eran residentes en la pequeña ciudad de Amenábar, de poco más de mil habitantes en el departamento de General López, al sur de la provincia de Santa Fe. Sin embargo, con el correr de las noticias, los dos “vecinos” se transformarían en los protagonistas de uno de los crímenes más aberrantes de los últimos meses en la Argentina. Un caso en el que se detectaron mutilaciones, signos de canibalismo y en el que la Justicia investiga si pudo tratarse de un oscuro rito religioso.
Marcos “Tito” Correa era tildado como uno de los “crotitos” en Amenábar según fuentes en el pueblo. Desde hacía varios años había caído en la adicción al alcohol y a diversas sustancias. Seguía viviendo con su madre en la casa familiar de toda la vida de Amenábar, pero no pasaba todas las noches en el hogar. Trabajó en su momento en la construcción; era un changarín y tenía dificultades para recuperar el rumbo en su vida.
Cuando en la noche del 27 de septiembre “Tito” se ausentó de su casa, la familia no lo tomó con tanta sorpresa. Sin embargo, pasó una semana entera y, tanto la madre como sus hermanos, tampoco tuvieron noticias suyas. Fue entonces, cuando la familia decidió hacer la denuncia en el destacamento policial del pueblo. No había más datos para dar que la ropa que llevaba puesta la última vez que había sido visto: una camisa a cuadros y un jean. En los bares que solía frecuentar tampoco lo habían visto durante los últimos días.
La investigación cayó en el fiscal Eduardo Lago, especializado en casos de violencia institucional y quien se encontraba a cargo de manera momentánea de la fiscalía de Rufino.
La búsqueda fue masiva. A lo largo de dos semanas, se convocó a la Brigada de perros K9 de la Regional 9 y 10 de la provincia de Santa Fe, se utilizaron drones y buzos para sumergirse en una de las lagunas donde “Tito” Correa solía acudir a pescar, se buscó la ayuda de un cuartel de bomberos y hasta se llamó a dos bomberos de la provincia que contaban con un perro especializado en rastreo de personas desaparecidas.
Pero no había una noticia sobre el paradero de “Tito”. Nadie podía aportar un dato. Para algunos resultaba casi inconcebible que uno de los vecinos de un pueblo de mil habitantes desapareciera y no se supiera nada.
Hasta el martes 13 de octubre…
Esa mañana, el fiscal Lago recibió un llamado desde un destacamento policial de la ciudad de Melincué, ubicada a unos 120 km de Amenábar. Allí, el investigador fue notificado de que una de las personas detenidas en los calabozos de la alcaidía había dado detalles escabrosos sobre un posible crimen en Amenábar.
El individuo en cuestión era Carlos E. L., un hombre nacido en la ciudad vecina de Lazzarino y que se había radicado en Amenábar desde hacía años. Carlos E. L., apodado “El Perro” era un sujeto más que conflictivo. Mucha gente le temía.
En su momento se le había abierto una causa por resistencia y atentado a la autoridad, tras haber agredido y amenazado de muerte al Jefe de la Dependencia policial de Lazzarino y a otros integrantes de esa comisaría.
En ese momento, “El Perro” se encontraba detenido de forma preventiva en la alcaidía por un hecho de violencia de género contra su actual pareja. Ya había sido detenido en ocasiones anteriores también por agresiones a otras mujeres.
Una vez llegado el fiscal a Melincué, “El Perro” se negó a declarar. Sin embargo, después de hablar con testigos, el fiscal se enteró de que el detenido habría dado muchos detalles sobre el crimen cometido en Amenábar. Así, se identificó como punto de interés las inmediaciones del basural del pueblo, ubicado en las afueras.
SA raíz de esta nueva información, un cuerpo de policías y una brigada canina acudieron al lugar y fue entonces cuando uno de los animales se detuvo a mil metros del basural, justo por delante de un pequeño y precario altar hecho con ladrillos amontonados y que en su parte superior tenía una estatuilla de San La Muerte.
Uno de los perros detectó a dos metros del altar, sobre la tierra removida que allí había algo, según confirmaron fuentes del caso a Infobae. Y fue entonces cuando los policías se encontraron con la imagen macabra: Marcos “Tito” Correa había sido enterrado con la misma camisa a cuadros y el jean que vestía al ser visto por última vez por su familia.
El cuerpo presentaba un nivel de violencia que la gran mayoría de los intervinientes en el caso nunca habían visto en todas sus carreras. Estaba decapitado y con una herida muy grande y profunda en la parte frontal del torso. Junto al cadáver también estaba la cabeza y un corazón humano, que habían sido enterrados a menos de un metro.
El pantalón también contenía unos 500 pesos dentro de uno de sus bolsillos, con lo que parecía empezar a descartarse la hipótesis de un robo seguido de un homicidio. Ante tal escena, las palabras de los testigos y el altar construido encima del lugar donde se produjo el entierro, la fiscalía comenzó a analizar la posibilidad de que se haya tratado de un crimen ritual. Entre el martes 13 y el miércoles 14 de octubre, la Justicia confirmó así la muerte de “Tito” Correa.
Allí comenzó la segunda fase de la investigación, que intentará confirmar o descartar al “Perro” como el autor del homicidio y descifrar cuál fue el móvil para un acto con semejante crueldad.
Los investigadores analizaron la actividad del sospechoso en las redes sociales y entrevistaron a gran parte de su entorno. Fue entonces cuando se detectó que el “Perro” habría hecho alarde del asesinato en charlas e incluso a través de chats por teléfono.
También se pudo comprobar que en las redes el presunto homicida había rendido culto a San La Muerte en varios de sus posteos. El 1º de septiembre, unas cuatro semanas antes del hecho, publicó una ilustración de la Parca con el mensaje: “Todo a su tiempo”.
De acuerdo al relato de testigos, se pudo construir la hipótesis más fuerte sobre lo que pudo haber sucedido en Amenábar entre el 27 y el 28 de septiembre.
El “Perro” se encontró con Correa en Amenábar y le ofreció que los dos fueran juntos a un monte del pueblo a tomar unos tragos de whisky. El presunto homicida habría llevado una botella propia.
Después de que Correa perdiera la estabilidad, el “Perro” le asestó un golpe fuerte en la cabeza, lo que lo dejó indefenso. Luego le comunicó a su víctima que lo iba a sacrificar y que iba a utilizar su cuerpo como una ofrenda a San La Muerte.
Luego, El Perro realizó un corte en el cuello con un cuchillo, le abrió el pecho para extraerle el corazón y después decapitó el cadáver. Como si algo le faltara a la historia, durante la autopsia, que todavía sigue su curso, se detectaron signos de canibalismo en ese corazón encontrado junto al cuerpo enterrado bajo el altar, cortes y marcas específicas.
De inmediato, el fiscal Lago solicitó a la jueza Lorena Garini el pedido de prisión preventiva e imputó a Carlos E.L. por el delito de homicidio agravado por premeditación, alevosía y odio religioso.
Asimismo, la fiscalía solicitó a la Justicia la pena de prisión perpetua para el “Perro”, que todavía mantiene su silencio.
En los días posteriores a la noticia del hallazgo del cuerpo, la comunidad de Amenábar quedó absolutamente consternada. “Tito” Correa era querido por todo el pueblo, lo conocían desde chico y, pese a su problema con las adicciones, no le había generado problemas a ningún vecino.
La familia, por su parte, en medio del dolor, apenas llegó a esgrimir que “Tito” “fue víctima de sus malas compañías”.
En todo caso, si es que se trata de un crimen ritual, no sería el único en tiempos recientes. El rastro de pactos diabólicos, cartas y altares se traza alrededor de la historia de Marito Salto, el niño violado y descuartizado en Santiago del Estero.
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