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Si el voto para la presidencia de Estados Unidos fuera global, Biden ya tendría la presidencia. De acuerdo a esas encuestas que se hacen en varios países cada cuatro años, Trump obtendría el 33% de los votos. Ganaría sólo en Mongolia, Turkmenistán y Filipinas. Y no es que Biden imprima un gran entusiasmo en las masas globalizadas, pero muchos añoran las posturas más favorables a la tolerancia, la justicia y la democracia que tuvieron presidentes demócratas como Obama o Clinton. Y, sobre todo, un mínimo orden ante el caos creciente de la política exterior de Washington en los últimos cuatro años. Claro que los populistas de derecha apuestan por la reelección de Trump. Líderes como Orbán de Hungría y Bolsonaro de Brasil, desconfían de un retorno a la geopolítica tradicional estadounidense y saben que, sin Trump en la Casa Blanca, sus posturas serían más difíciles de sostener en el frente interno.
En Europa, no solo molestan las posturas de Trump, sino que quieren el regreso del país que acudió al rescate del viejo continente ante la amenaza del nazismo y el fascismo. La victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial llevó a los europeos a abrazar el idealismo estadounidense y mirar al otro lado del Atlántico en busca de seguridad durante la Guerra Fría. “Ni siquiera los excesos cometidos en la búsqueda de la derrota del comunismo, desde la intervención en Vietnam a la defensa de dictaduras militares en Latinoamérica, lograron romper el encantamiento”, escribe el español David Jiménez en la versión en español del New York Times.
Un sondeo publicado por The Guardian, realizado en siete países europeos, reveló que no más del 20% de los encuestados quieren que Trump gane. Sin embargo, entre algunos gobiernos de Europa central y muchos partidos de extrema derecha ascendente, hay admiración por el multimillonario neoyorkino. El primer ministro húngaro de extrema derecha, Viktor Orbán, dijo en un discurso que “estoy a favor de otra victoria para Donald Trump”. “Estamos muy familiarizados con la política exterior de las administraciones demócratas de Estados Unidos, construidas sobre el imperialismo moral”, escribió Orbán, que se declara como el principal defensor de la “democracia antiliberal” en Europa. “Hemos vivido bajo ese imperialismo moral – bajo coacción- y no nos gusta. No queremos una segunda ayuda de estos `demócratas´”, dijo en un ensayo recientemente publicado en Budapest. Biden respondió indirectamente a estas críticas diciendo que “todos los matones del mundo” se estaban inspirando en Trump, y puso en la bolsa a los gobiernos de Hungría y Polonia. La cancillería de Budapest respondió en forma furiosa.
Orbán y otros líderes nacionalistas podrían obtener beneficios económicos para sus gobiernos encolumnándose con Trump, pero el mayor apoyo sería político y sicológico. Con Trump tienen a un par ocupando el cargo más importante del mundo. Si Biden gana, sería visto como una señal de que la ola populista terminó. “Se consideraría un gran fracaso del nacionalismo populista como ideología de gobierno, especialmente en un momento en que las sociedades buscan líderes competentes que puedan guiar a sus países a través de la crisis de Covid”, dijo al Guardian, Erin Kristin Jenne, profesora de relaciones internacionales de la Universidad de Europa Central.
El otro centro de admiración por Trump está en Polonia, donde el partido gobernante Ley y Justicia (PiS) tiene una agenda ultraconservadora basada en los denominados “valores familiares” que llevaron a una sostenida campaña contra las minorías LGTB. En junio Andrzej Duda, aliado del PiS, viajó a Washington para obtener el respaldo de Trump pocos días antes de una votación presidencial muy reñida que finalmente ganó. En agosto el eurodiputado del PiS, Dominik Tarczyński, comparó a Trump con Juan Pablo II y escribió en Twitter: “El pueblo polaco te apoyará el 3 de noviembre”. Otro entusiasta del actual ocupante de la Casa Blanca es Janez Janša, el populista primer ministro de Eslovenia, que tiene un enfoque similar al de Trump con los medios de comunicación y sus oponentes políticos. Después del primer y caótico debate presidencial, Janša lanzó un tuit en el que decía que “Trump ganó a lo grande”.
Otros partidos de extrema derecha europeos, como el Vox de España y los cada vez más populares Hermanos de Italia, también aseguran que “el trumpismo” los inspira. “Compartimos su concepto político de usar el patriotismo para enfrentar el globalismo”, explicó Iván Espinosa de los Monteros, portavoz parlamentario de Vox y secretario adjunto de asuntos internacionales. “También se trata de desafiar la corrección política -que nunca ha sido desafiada con éxito- y las ideas promovidas por una izquierda muy globalista, que ha impuesto una serie de mantras e ideas que todo el mundo acepta y trata como verdades absolutas. Pero él ha desafiado eso y lo ha hecho con mucho éxito”, agregó. Una derrota de Trump, dijo, sería una mala noticia “no para España o para Vox, sino para los valores tradicionales occidentales que han hecho de Occidente el mejor lugar para vivir de la historia”.
Antes de las elecciones estadounidenses de 2016, Matteo Salvini, el líder de la Liga de extrema derecha de Italia, viajó a Filadelfia para asistir a uno de los cierres de campaña del republicano y se sacó una foto con Trump en Filadelfia. La semana pasada renovó su apoyo llevando una máscara de “Trump 2020” durante una protesta frente a una oficina de impuestos en Roma. Dijo que cuando se trataba de la economía, a pesar de los estragos de la pandemia del coronavirus, Trump era el “número uno”. Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia y ex viceprimer ministro, viajó a Washington en febrero para escuchar a Trump, y luego dijo: “Esta es la receta que queremos llevar a Italia, donde también queremos defender nuestros productos, nuestras empresas, nuestras fronteras y nuestras familias”.
“La reelección del presidente Trump sería celebrada por populistas, aislacionistas y extremistas de todo el mundo, dejando aún más solos a los defensores de la democracia liberal. La pandemia, la crisis económica y el creciente desorden internacional demandan un liderazgo que la refuerce frente a las alternativas autoritarias que ofrecen países como China o Rusia. Sin Estados Unidos, esa batalla está perdida”, escribió David Jiménez.
Otros elementos importantes que engloban a los que prefieren cuatro años más de Trump son los conceptos de “Fake News” (noticias falsas) y de “Lawfare” (guerra judicial) que utilizan para calificar a cualquier noticia o decisión judicial que los perjudique. Trump los utiliza para denostar a la prensa que lo critica y a la oposición demócrata que lo llevó a un Impeachment. Todos los gobiernos populistas neotrumpistas se declaran enemigos de los medios de comunicación que no los apoyan y quieren “reformar” el sistema de justicia que investiga sus actos de corrupción. La frase “fake news” fue invocada por los gobiernos para justificar las reglamentaciones y los enjuiciamientos en Corea del Sur, Tailandia, Arabia Saudita, Bahrein, Brasil, Argentina, Venezuela, Nicaragua y muchos más. El gobierno militar de Egipto aprobó en 2018 una ley que tipifica como delito la difusión de “noticias falsas” y la usó para encarcelar a decenas de periodistas, blogueros o personas que simplemente publican vídeos en los que denuncian problemas como el acoso sexual. En Filipinas, Rodrigo Duterte impuso duras multas a los medios por dar noticias que “dañan el interés del Estado”. Las peleas de Trump con los medios que lo critican son épicas. Esta misma semana se levantó intempestivamente de una entrevista para el programa “60 Minutes”, el más prestigioso y más visto de los periodísticos de la televisión estadounidense.
En América Latina, el mayor admirador de Trump está en Brasilia. Jair Bolsonaro también se fotografió con un sombrero rojo de campaña “Trump 2020”. Se regodea de ser denominado por la prensa como el “Trump tropical”. El líder brasileño pregona un vínculo supuestamente inquebrantable con Trump y hasta obligó a sus ministros a asistir a la celebración del Día de la Independencia de Estados Unidos en la residencia del embajador en Brasilia. Su hijo, Eduardo apoyó públicamente la propuesta de que Trump reciba el premio Nobel de la Paz. Los funcionarios bolsonaristas creen que un triunfo de Trump será la prueba de que su revolución de derecha va por buen camino y señalará el avance de un movimiento global conservador y cristiano más amplio dirigido por Washington. También saben que, como advirtió la columnista política Eliane Cantanhêde en el Estado de São Paulo esta semana: “Sin Trump, Brasil podría convertirse en un zombi internacional”.
En México, el presidente populista de izquierda, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), tiene un vínculo muy particular con Trump, que se la pasa denostando a los mexicanos y construye un muro en la frontera para evitar cualquier traspaso. AMLO viajó a Washington en plena campaña para celebrar un nuevo acuerdo comercial y agradecer a Trump por “tratar a México con respeto”. Trump, a su vez lo alaba continuamente y dice que el mexicano “es gran tipo”. “Un presidente tan poco ortodoxo como Trump permite a AMLO salirse con la suya en cosas que un presidente estadounidense más normal no le dejaría hacer”, explicó el analista mexicano Carlos Bravo Regidor.
Y, obviamente, un triunfo de Trump sería tomado como una victoria propia por la Rusia de Vladimir Putin y la China de Xi Jingping. Incluso, los hackers de ambos países podrían intentar, nuevamente, influenciar en el resultado del 3 de noviembre. Estas potencias lograron un avance impensable a nivel global por la falta de liderazgo estadounidense. Biden podría poner coto al expansionismo comercial y geopolíticos chino y ruso que tuvo un gran esplendor en estos últimos cuatro años.
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